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Seúl, Corea del Sur, 2015

Un estruendoso sonido captó la atención de los transeúntes, alertándolos y asustando a la mayoría de ellos. Los llantos de los niños se escuchaban tan desgarradores que los padres comenzaban a desesperarse, sabían que no era buena idea salir ese día, en las noticias dejaron muy en claro el clima que haría su llegada pronta al pueblo. La tormenta azotaba las calles de Seúl, y el adolescente que corría bajo la lluvia, ignorando los quejidos de las personas -ya sea porque sus costosos trajes se mojaron o por sus hijos quienes se empapaban con la lluvia-, sentía su cuerpo desfallecer. Los truenos no llamaban su atención, era ajeno a los lloriqueos y jadeos de los demás; las lágrimas se deslizaban por sus regordetas mejillas mezclándose con la intensa lluvia dejando ver una imagen destrozada del muchacho, sus ojos se encontraban rojos, los sentía quemar, sabía que sus párpados no durarían mucho más tiempo abiertos pues comenzaban a sentirse pesados; sus pies iban a desistir en cualquier momento. Era el único quien, mientras todos corrían a refugiarse de la tormenta, se encontraba corriendo bajo esta en dirección contraria a los demás.

Pronto la calle a la que entró estaba menos transitada, la lluvia dejaba de aumentar para, en su lugar, ir disminuyendo con lentitud hasta convertirse en una tranquila y triste llovizna. Caminó entre las frías calles dejando atrás su trote, ya no habían más personas que los pobres hombres y mujeres que vagaban por allí sin hogar, ocultándose en callejones o bajo trozos de cartón, mientras el cruel clima mojaba las únicas mantas que les proporcionaban calor y lavaban la suciedad en sus rostros, casi burlándose de ellos y ellas. Sin embargo, el joven pasó de largo, ignorándoles. Cuando menos se lo esperó, dejó de abrazarse a sí mismo bajando sus brazos y posicionándolos en cada uno de sus costados mientras observaba las luces que se veían desde la carretera provenientes del edificio frente a él.

Respiró profundo antes de adentrarse, llevaba el corazón en la boca -como solía decir su madre cuando aún era un crío-, los nervios se apoderaban de su cuerpo y, pensando en profanar sus esfuerzos por llegar hasta allí, retrocedió un paso preguntándose si debía continuar; mas, cuando una fuerte presión fue ejercida en su brazo, volteó a este encontrándose con una morena mano sosteniéndolo.

"No puede entrar así, joven" había comentado el fornido hombre de seguridad refiriéndose a su ropa mojada, que lo miraba con pena disimulada tras una dura careta.

"Es urgente, por favor, vengo corriendo casi dos...tres kilómetros, quizás. Necesito hablar con un oficial" hablaba entre súplicas y lloriqueos, observando esperanzado al moreno pensárselo.

Escuchó un suspiro, seguido de una mirada con lástima y un bufido que surcó de aquellos gruesos labios. El guardia se adentró un poco a lo que parecía su oficina, el menor expectante se encontraba tiritando con lágrimas ya secas mientras se abrazaba a sí mismo sin saber qué hacer. Justo cuando estaba por irse, sintió algo cálido en sus hombros; era una manta, junto a una toalla sobre su rosada cabellera.

Luego de una sonrisa -la más real que tenía desde hacía casi una semana-, se adentró al lugar.

Su corazón desbordaba y palpitaba frenéticamente cuando los vio, allí estaban, con sus miradas rabiosas y duras, tan serias e intimidantes que el joven sentía miedo de ellos. No obstante, con fingida valentía se acercó, jalando suavemente de una manga del fino traje de la mujer, la susodicha se volteó a mirarlo y su rostro, que antes reflejaba desagrado e indiferencia, se volvió más cálido mientras extendía sus labios en una sonrisa.

"Noona" llamó entre susurros, mientras era llevado por la mujer a unas bancas de la estación "¿Lo hallaron?" Sus ojos reflejaban miedo, pero también esperanza e ilusión; aquello rompía el frío corazón de la refinada mujer.

"Lo lamento, cariño." Se disculpó con su voz igual de baja, sintiendo que se quebraría en algún momento por ver aquella frágil faceta del pequeño entre sus brazos, el cual la abrazaba con fuerza, temiendo dejarla ir "Lo siento tanto, JiMinnie."

Con el corazón y mente creando un abismo en su interior, el primero queriendo salir de su cuerpo con desesperación y la otra sintiéndola explotar, no dudó en continuar su imparable llanto sobre el hombro de la señora Jeon, mientras la misma lo acompañaba en sus lamentos.

2017.

Park JiMin.

Abrió los ojos de manera suave y floja. No había sol, en cambio, tras las entreabiertas cortinas oscuras y opacas de seda, podía mirar las gotas golpeteando su ventana con sonidos relajantes. Se sentía bastante fresco el día dado a que había amanecido con lluvia. Soltó un gruñido ronco y se colocó las pantuflas de conejo café que yacían en el suelo del desordenado cuarto.

En el reflejo del espejo en el pequeño cuarto de baño, podían observarse los indicios de haber pasado un mal sueño. Las ojeras nunca abandonarían su rostro, lastimosamente, y su piel pálida no recobraría el tono bronceado que alguna vez tuvo. Había sido, por mucho, una noche pésima y asquerosa, la cual incluía botes de pastillas desparramados por el suelo y el sonido de su mente en el silencio.

Ni siquiera recordaba bien la pesadilla, pero sabía que había sido espantosa como para no recobrar el sueño hasta las 04:00 a.m, dos horas antes de la que debía despertar.

Estaba consciente de que iba hecho un asco cuando JaeBum pasó por él. Llevaba una remera blanca con un pantalón negro y un cubrebocas negro de igual manera. Todo muy sencillo. El fleco de su cabello oscuro brillante que caía sobre su frente tapaba la cicatriz que ahí yacía. El idiota sólo había soltado algo como "Si planeas un school shooting, recuerda que yo te doy las mejores noches de tu vida" con una sonrisa que enserio, enserio, quería golpear.

— Cállate.

— Alguien amaneció de malas.

— Hola también, JiSoo.

—¡Hola, JiMin! — soltó con su dósis de euforia — ¿No irás a la fiesta?

— No sé para qué le preguntas — interrumpió el dueño del auto respondiendo por él —, si de todas formas nunca va.

— Tal vez cambie de opinión.

— Jae tiene razón, no iré.

No volvieron a hablar hasta llegar al instituto. Una universidad bastante grande, pero más que eso, reconocida. Aquel que deseara ser alguien, asistía a ella, e incluso aquellos que ya lo son lo hicieron antes. La academia universitaria de Arte y Ciencia de Seúl era la sede con más estudiantes en todo Corea del Sur, e incluían norcoreanos en ella por lo que tenía una reputación casi impecable pese a que a muchos no les gustase la idea.

— ¿Definitivamente es un no? — habló JiSoo, una chica de casi su altura con cabello negro que hacía un extraño difuminado morado en las puntas. Bastante reconocida en la universidad por su amabilidad y rendimiento académico.

— Sí.

Ella bufó con un mohín, pero inmediatamente abrazó a JaeBum de la cintura yéndose con él a clase mientras hablaba sobre la fiesta. A JiMin no le molestaba aquello, y el hecho de que Jae tan siquiera se despidiera le daba sinceramente igual, ellos no tenían ese tipo de relación.

Era más sexo que amor, pero lo sabían, y así estaba bien.

Había estado sumergido en medicamentos y terapias cuando JiSoo comenzó a acercarse a él según ella, por amabilidad, aunque él sabía que había sido lástima. Pero no importaba. En una de las famosas fiestas de JiSoo a la que había asistido lo conoció; ambos estaban pasados de copas, JiMin no había tomado ninguno de sus medicamentos y en la mañana siguiente, cuando amanecieron desnudos en una cama que para ambos era desconocida, JaeBum fue quien lo abrazó cuando tuvo un ataque de ansiedad hasta que pudo respirar tranquilo y los mareos acabasen.

No eran las mejores personas, eso estaba claro. Después de todo él tampoco lo era. Pero ellos fueron quienes estuvieron ahí cuando nadie más lo estaba, literalmente. Cuando todos sus amigos se habían ido a Dios sabrá dónde, cuando su novio desapareció, cuando su padre dejó de visitarle seguido para ver qué tan bien le iba con sus tratamientos. Y a JiMin, a esa altura de su vida, ya no le importaba nada en realidad.

LOST; BangTanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora