»Miedo Al Cruce«

27 12 3
                                    

Yo misma he sido testigo de todo el temor que le causaba a la pobre chica cometer aquel acto tan simple y genuino. Yo estuve presente cada vez que Paulette se veía obligada hacerlo. Yo era consiente de su temor. Porque aún con sus veintiséis años de vida ella se sentía como una niña pequeña cada vez que salía a la calle, pero para su suerte, yo siempre estuve ahí para acompañarla. Como su única y mejor amiga era mí deber protegerla siempre que pudiese, o en este caso, siempre que tuviese que cruzar la calle.

Porque ese era su gran temor. Cruzar la calle.

Y ya sé que suena estúpido, pero hay una razón, claro que la hay, siempre la hay.

Desde que su padre había muerto a manos de un desquiciado conductor ebrio a plena luz del día. Y con tan solo seis años de edad, tuvo ella que presenciar aquel acto tan terrible que la dejo marcada de por vida.

"Si tan solo no hubiese cruzado yo primero, si tan solo hubiese obedecido a mi padre. Él estaría aquí, conmigo, yo no sería tan miedosa, y todo sería tan distinto, de no ser por mi culpa". La oía lamentarse todo el tiempo. Según su narración de los hechos, Paulette había querido cruzar la calle para recuperar su muñeca, la cuál recordó haber dejado en la tienda en la habían estado antes de redirigirse a casa, cuando de repente ella se percató de la ausencia de la muñeca y se devolvió a buscarla, pero al cruzar la calle, su padre que corría sin freno detrás de ella, fue arroyado por un auto en descontrol. El conductor no lo vio, así como él tampoco se percato de la presencia del auto que se aproximaba a toda velocidad. Antes del impacto, Paulette se había dado la vuelta para buscar con la mirada a su padre, a quién había dejado muy atrás de ella, cuando de repente, fue la única persona presente que logró observar con lujo de detalles como el auto arrollaba a aquel hombre, a su padre. El estruendo fue lo que llamó la atención de los demás presentes, pero solo ella había visto desde el inicio aquel crimen involuntario.

Desde aquel día, la temerosa chica sentía pánico cada vez que le tocaba pisar el pavimento oscuro de la calle, porque el desgarrador recuerdo de la trágica muerte de su padre la invadía a cada segundo.

Yo era consiente de lo mucho que le atemorizaba morir de la misma forma en la que murió su padre. Yo lo sabía. Yo he escuchado el fuerte palpitar de su corazón cuando ve un auto acercarse. Yo he visto y sentido como todo su temor se concentra en un solo lugar de su cuerpo, en su mano derecha. Ya sé, seguro se preguntarán ¿Por qué su mano derecha? Porque es la mano de la que la tomo cada vez que vamos juntas y nos toca cruzar la calle, cada vez que oímos la autopista me coloco a su derecha y entrelazo mi mano izquierda con su mano derecha, como si se tratase de una niña pequeña, ya se los he dicho antes, porque en eso se convertía Paulette cada vez que nos encontrábamos frente a un cruce. Sentir mi mano junto a la suya la calmaba. Yo misma le hacía inhalar y exhalar en la acera antes de tocar el asfaltado. Yo misma he visto sus ojos cristalizarse y ser invadidos por el miedo, miedo al asfalto, a los autos, a los conductores, a las demás personas que cruzaban junto a nosotras, miedo a los accidentes, miedo al descuido, miedo a morir.

Jamás desamparé a Paulette, en los veinte años de vida que tengo, jamás recuerdo haberla dejado sola al momento de cruzar la calle. Lo extraño era que solo yo podía calmarla como nadie, porque solo yo podía proporcionarle la tranquilidad al momento de cruzar la calle. Lo sabía porque era muy histérica y muy nerviosa. Porque yo la conozco como nadie, y sé cuando esta intranquila. Nuestro cariño era incondicional, y sé que nadie que no quisiera de verdad a otra persona, podría aguantar todo lo que yo he vivido al lado de esta chica.

Lo gracioso del tema es, que si alguno de ustedes hubiera alcanzado a ver a Paulette no se hubiera ni siquiera imaginado que ese era su mayor temor. Paulette era alta, con un muy buen físico, y muy grande. Todos decían que era un verdadero espectáculo vernos juntas, desde los chicos dela escuela hasta los vecinos de la calle en la que vivíamos, a todos les causaba gracia, ya que yo era todo lo contrario a ella. Paulette era unos seis centímetros más alta que yo. Yo era pequeña, y delgada, y Paulette tenia un peso adecuado para su físico, ella se ejercitaba mucho a diario, y por su puesto, yo lo hacía con ella. Como ya he dicho antes, nunca la he dejado sola.

A pesar de su grotesca apariencia, Paulette era una chica muy dulce, y como ya pudieron saber, muy temerosa y desconfiada, al menos cada vez que le tocaba estar frente a frente con la carretera pintada con líneas blancas o amarillas. Ella y yo nos complementábamos muy bien. Y según me han dicho, ha estado conmigo desde el momento en que nací. Muchos dicen cosas ridículas, varias de mis otras amigas me han llegado a comentar que es rara, y que estaba obsesionada conmigo, yo las callaba y ofendida les replicaba que nada de eso era cierto. Jamás le conté nada a Paulette, no quería hacerla sentir mal, ni mucho menos ofenderla, ya que yo no creía nada de lo que me dijeran las demás chicas, y no quería que se preocupara por que me molestasen en clase o por que tratasen de volverme en su contra. No quería inquietarla con esas ridiculeces, si yo no las creía, ¿Para qué habría de contárselas a ella?

Nadie sabía su secreto. O como llego a decirme ella misma en varias ocasiones, "Nadie más conocía nuestro secreto". Solo ella, solo yo, solo nosotras dos sabíamos cuál era el mayor temor de cada una. El de ella, cruzar la calle, el mío, perderla.

Por alguna extraña razón yo le recordaba a su padre. No sabía como. No sabía por qué. Solo lo sabía. Lo podía interpretar por su mirada, por la forma en la que me trataba. Ella era esa hermana mayor que yo nunca tuve, y que estaba segura de que jamás tendría. Paulette era una persona muy especial para mí. Según lo que me han contado, es la única persona que ha estado tan al pendiente de mí, como les he dicho (y ya sé, he repetido muchas cosas) jamás me ha desamparado desde el momento en el que llegue a este mundo. Recuerdo que solía defenderme de los que me molestaban en la escuela primaria. Ya en la secundaria todo era distinto. Y ahora que soy una universitaria, ya todo el mundo había estado acostumbrado a esto, a nosotras dos.

Su madre en especial me agradecía mucho todo lo que hacía por Paulette, aunque no sabía exactamente porque. Hice todo lo que una buena amiga haría por otra. Apuesto lo que sea a que ustedes también tienen a alguien especial por quien estarían dispuestos a hacer o dar lo que fuese. Aunque en ciertas ocasiones no sea suficiente. Yo di todo lo que pude, y hasta más. La protegí incluso con mi propio cuerpo, pero nuevamente, no basto para nada.

Seguro se preguntaran una sola cosa desde que inicie mi relato: ¿Por qué razón les estoy diciendo todo esto? Porque debe haber una razón en específico. Y la hay. Solo quiero que la conozcan, y que la recuerden, tal como la recuerdo yo. Porque ahora que ella no esta, yo me siento igual de culpable, siento lo que ella sintió cuando murió su padre. Ahora la entiendo mejor que antes.

Ahora dejo ese horrible sentimiento implantado en mí.

FENIX ♥ CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora