1.- STUCKY

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A veces las misiones y batallas del Capitán América se volvían casi demasiado fáciles. Había derrotado a más de dos docenas de chicos malos para antes de las 11:00 AM y ya se estaba aburriendo. El resto del equipo estaba ocupado con sus propias cargas de hombres sin rostro que bien sabían que no tenían oportunidad alguna contra cualquier miembro de los héroes más poderosos del planeta.

Lanzó su confiable escudo una última vez antes de seguir avanzando por la base principal de la pequeña mafia que comenzaba a formarse en la ciudad y buscaba financiarse robando armamento para venderlo después a gente mucho más poderosa que estos novatos. Perdió de vista a sus compañeros, pero los podía oír a la distancia y en sus pequeños intercomunicadores. Casi todos parecían estar divirtiéndose con esta salida que comparada con las que estaban más acostumbrados resultaba ser casi como un juego de niños. Sobre todo Tony. Él sí que lo disfrutaba.

Aparte de Stark, lo acompañaban Barton, Romanoff y Bucky Barnes. Era una de las primeras misiones del Soldado del Invierno con el equipo, lo que alegraba bastante a Rogers, a pesar de que Barnes parecía igual de entusiasmado que cuando se quedaba quieto sólo viendo el pasto crecer. Apenas y dijo dos palabras de camino al lugar: "Sí, Capitán".

Era obvio que los ligeros progresos que había tenido se detuvieron hacia un tiempo, e incluso parecía estar retrocediendo, parecía que se estaba convirtiendo automáticamente en el arma que HYDRA hizo de él justo frente a sus ojos, sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo. Y eso lo frustraba. Mucho. Pero más que nada lo preocupaba, ¿ya nunca tendría de vuelta a su Bucky?

Una cara enemiga que apareció justo delante de su rostro lo devolvió a la realidad unos segundos mientras se encargaba de dejarlo fuera de combate.

Suspiró de manera cansada, no porque esto fuera agotador físicamente, pero todo el lío del Soldado con los Vengadores (siendo que la mayoría todavía no se acostumbraba a su presencia, considerando que seguía siendo un peligro para cualquiera)... simplemente a veces no lo dejaba respirar. Comprendía que tal vez le temieran, aunque ninguno lo admitiera, ya que Barnes solía ser impulsivo e impredecible, sobre todo si lo tocabas. Vaya que ese tipo odiaba el contacto físico: una vez, en un entrenamiento, le dio una palmadita en el hombro como felicitación por su estupendo trabajo y terminó siendo lanzado al otro lado de la habitación. El recuerdo, aunque doloroso, sirvió para sacarle una sonrisa. Claro, se disculpó brevemente unos cuantos segundos después, pero eso no evitó que los demás hablaran, y hablaran, y hablaran.

Dando por terminada la pobre misión de ese día, les comunicó a los demás que se reunieran en la camioneta que los había llevado hasta allá y que había quedado estacionada a unas cuadras de distancia. Esperó unos minutos hasta que calculó que todos habían abordado ya el vehículo y comenzó a trotar despacio para irse a casa a almorzar cuando una inesperada voz lo detuvo.

—¡Steve!—. Dejó su andar para prestar atención a la dirección del grito. Se sorprendió al ver que el dueño de éste era nada más y nada menos que el mismísimo Soldado del Invierno haciendo su propio trote lento hacia Rogers, deteniéndose a sólo un paso de distancia y mirando hacia arriba, directamente a los ojos de Steve durante un momento que le permitió perderse en esos azulados orbes que solían mirarlo con cariño hacia más de 70 años, pero que ahora lo único que le transmitían era una ferocidad implacable, impasible.

Luego de varios segundos de soportar la gélida expresión de su mejor amigo de la infancia, no lo pudo hacer más y bajó su vista (aún más) y descubrió lo que la mano humana de éste le ofrecía.

Esa mano enguantada que normalmente sostenía con fuerza un arma ya sea de fuego o de cuerpo a cuerpo y que había sido usada para quitar innumerables vidas, esa mano que mantenía su puño cerrado con furia en cada momento del día, esa mano que le había causado tantas heridas, esa mano llena de sangre le tendía en este preciso instante, de la manera más delicada que le era posible, una flor.

James Buchanan "Bucky" Barnes, alias Soldado del Invierno, le estaba ofreciendo una hermosa y delicada florecita blanca.

Volvió su mirada a la cara de Barnes sólo para encontrar la misma inexpresividad habitual en él. Abrió y cerró la boca varias veces, tardando demasiado en tomar el bello obsequio y sintiendo el calor del rubor en sus mejillas, pero fue incapaz de formular palabra alguna, ni siquiera un agradecimiento. Sólo pudo recobrar el sentido y aceptar el regalo cuando la cara normalmente salvaje del Soldado del Invierno se suavizó completamente y un mayor sonrojo se apoderó, no sólo de sus mejillas, sino que de toda su cara, incluyendo orejas y hasta el cuello, pero en ningún momento apartó la vista del hombre frente a él, a quien le tendía su mejor idea de un regalo.

Cuando la planta hubo pasado de dueño, y mientras Steve seguía en una especie de agradable shock, Bucky alejó su vista y su cuerpo de ese lugar, dirigiéndose a su transporte y dejando muy gratamente sorprendido al Capitán América quien no podía hacer más que sonreír.

—¿Por qué tardaron tanto?

Sinceramente, no lo sabía.

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