Aviso: Este OS contiene sexo explícito, lea bajo su propia responsabilidad.
Aviso para Agoney: Múdate y usa todas las ideas que te estamos dando.
Ahora sí, disfruten.
Para Mar, Eira y Carmen.
Para Lucy también.
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—No.
Su reacción instintiva de siempre, le hace soltar el frasco y el paño desmaquillante, que cae en un pequeño estruendo sobre toda la parafernalia de un cuarto de maquillaje.
Con la expresión de susto en el rostro y los puños en alto, sus ojos se encuentran con una mirada tan intensa que hace que sus piernas flojeen y no tiene nada que ver con el miedo.
—Hostia puta, Agoney. Casi me matas del susto.
Cuando ha recuperado la compostura vuelve a tomar lo que tenía entre manos, pero entonces el canario, que se había recargado sobre la puerta, recorre la estancia en dos zancadas para llegar a su espalda y, sin despejar sus ojos que se conectan a través del espejo, toma sus muñecas para hacer que vuelva a soltar los elementos.
—Te he dicho que no.
Raoul coge aire de manera brusca cuando Agoney pasa la lengua por su cuello, sin dejar de mirarlo a través del espejo. Ese aire se convierte en gemido cuando sus dientes reemplazan a su lengua.
—A-Ago...
Tiene que cerrar los ojos porque lo mira de una manera que debería ser ilegal, porque están en una habitación que entran demasiadas personas como para hacer lo que esa mirada le pide que haga.
—Tenemos quince minutos.
El jadeo que suelta es tanto por la respuesta como por la embestida que proporciona el moreno contra su culo, la cual es tan repentina que provoca que apoye sus manos contra el tocador tirando algunas cosas al suelo, pero eso importa poco. Desesperado, se gira para estrellar sus labios contra los contrarios, que lo esperan ansiosos, abiertos y húmedos, con la lengua introduciéndose en su boca de manera violenta.
En un movimiento que tienen más que ensayado, el moreno impulsa al rubio contra su cuerpo y lo levanta, haciendo que enrosque sus piernas en sus caderas. Sus manos, desesperadas, se aferran a la espalda contraria y a la vez limpian el tocador, tirando todo al suelo para poder sentarlo al catalán y devorarlo con ímpetu y necesidad. El cuello blanco del menor siempre es propenso a marcas y es el placer culpable del isleño llenarlo de chupetones que después se encargan de ocultar afanosamente, pero el morbo de que una se les olvide, que alguna se cuele en alguna foto y los descubran, lo endurece aún más y hace que succione con fuerza allí donde late su pulso desbocado, arrancándole un sonoro gemido que el rubio trunca mordiéndose con fuerza el labio inferior.
Se separan unos centímetros para dejar que el aire pase a sus pulmones y la visión que tiene delante marea a Agoney de una forma perversa: el labial oscuro mezclado con la sangre falsa, todo alrededor de todo el rostro de su chico que está al rojo vivo por toda la excitación que lo recorre. Y esa perfecta raya sobre sus ojos ahumados que hacen que...
—Necesito que me la chupes, Raoul. Por favor, lo necesito.
Y el peninsular lo entiende, claro que sí. ¿Cómo no va a entenderlo si fue lo primero que él le suplicó en uno de los conciertos?