La luna es el recuerdo más sólido que tengo de esa noche. Estaba brillando tanto como nunca antes. Una paqueña parte de mí creía que se alegraba por mí, porque de una vez por todas iba a dejarla ir.
Camino hacia la casa de mi primer despedida me obligué a sentír el tacto... El viento rozando mis brazos desnudos, las hojas caídas del otoño bajo mis pies descalzos, los troncos de los arboles en los cuales de vez en cuando me apoyaba para descansar.
Así finalmente llegué a la casa de E. Con mucho cuidado y dando pasos cortos me acerqué a su puerta, en donde dejé la primer carta de la noche. Luego, dandole la espalda a la casa de E, me dirigí a la siguiente parada. En este camino me decidí a escuchar... Los crujidos de las ramas que se lucían perfectos junto al croar de los grillos. También se sentía hermoso el sonido que el viento producía al chocar con las copas de los arboles. Además, con tanta tranquilidad, podía escuchar mi propia respiración: lenta, relajada, anciosa...felíz.
Así llegué a la casa de C. A diferencia de la casa anterior, ésta tenía todas sus luces apagadas, una señal de que no se encontraba ahí. De todas formas, yo sabía que C había estado en casa. Coloqué la carta, sin cuidado, sobre la alfombra de bienvenida.
Así continué hacia la tercera y última parada de la noche antes de poder terminar con... todo. En este camino, más largo que los anteriores, decidí sentir mis emociones. Una linda forma de acabar. Mis ansias, las cuales siempre había odiado, en ese momento me alegraban. Alegría, mucha alegría. Alivio, de que todo haya estado saliendo bien. Tristeza y miedo, de extrañar todo eso algún día.
Llegué a la casa de T, mi querido T. El me esperaba en la puerta, sonriendo como siempre. El sol estaba empezando a asomarse y la vista del cielo era preciosa. Le entregué la carta a T y me despedí, prometiendome que volveríamos a encontrarnos algún día.
Todas las cartas habían sido entregadas y era hora de concluír.
Busqué por horas un arbol que fuera lo suficientemente precioso. Un arbol que representara mi vida. Un arbol que transmitiera lo que yo sentía mi alma. Cuando lo encontré el sol ya había salido y estaba más que lista.
Me senté entre las hojas caídas y apoyé mi espalda contra su tronco. Cerré los ojos y visualizé un cielo perfecto de mi color favorito.
Entonces pude. Pude volar. Mi alma pudo volar. Para siempre.
Gracias por leerme, proximamente pienso subir las cartas que la protagonista entrega en las diferentes casas. ¡Saludos!