La panda aún merodeaba por allí. Estaban sin camisa, bebiendo como si no hubiera un mañana y chillándole todo tipo de cosas a la gente que pasaba por la calle. Habían estado contando (o, mejor dicho, gritando) las historias que habían compartido con la polícia, no muy amistosas precisamente. Parecía normal, incluso molón el tener refriegas con la policía a las dos de la mañana mientras te arrastraban semicosciente para llevarte a comisaría. Estaban sentados en un parque infantil rodedado de bloques de pisos desde los que se podían observar algunos curiosos (como yo).
Miré otra vez por encima del balcón pero esta vez no estaban ellos. Me encontré a una chica con una maleta rosa. No, no era una chica. Era una madre mirando cómo sus hijos se divertían en los juguetes del parque. ¿ Dónde demonios se habían metido esos maleantes? Los niños se divertían corriendo de un lado a otro. Me pregunté si de mayor se tranformarían también en unos seres miserables que solo sabian fumar y beber. Detrás de unos espesos árboles a la derecha del parque se escucharon unos gritos y unas risas con un tono dejado, como si el que los hubiera pronuciado estuviera sonámbulo o borracho. Eran ellos. La madre se fue retirando para salir del parque. Los niños seguían allí. Mientras la señora se alejaba pensé, horrorizada, <<Mujer, ¿cómo te puedes ir con la conciencia tranquila dejando a los niños compartiendo el parque con unos porretas asesinos?>> Pero los niños no se quedaron atras al final y siguieron a su madre corriendo. Respiré, aliviada. No sabía de qué eran capaces aquellos. Se habían quedado bebiendo rezagados tras los arboles, así que no pude verlos, pero sí oírlos. Es más, lo raro sería no hacerlo.
Un rato más tarde, cuando volví a echar un vistazo, ví que se habían dispersado. Había unos cuantos en la sombra del tobogán, otros seguían bajo los árboles y un chico coqueteaba penosamente con dos chicas en un banco. Uno del tobogán se acercó a una de las chicas del banco y le ofreció un cigarrillo. Esta lo aceptó y acto seguido pidió con gestos groseros al del banco que le pasara su mechero. Genial, pensé. Al parecer también hay chicas dementes. Al menos hay variedad. Se oyó un grito en el tobogán y todos salieron de donde estaban para reunirse allí. La visión me recordó inevitablemente a un puñado de cucarachas saliendo de sus rincones. Eran más de los que pensaba. Se sentaron en un coro irregular tras el tobogán, por lo que no pude ver bien lo que hacían, pero uno sin camiseta y con unas gafas baratas se sacó algo del bolsillo y lo puso entre los demás, que miraban con atención y curiosidad. Empezaron a hacer algo con lo que había traído aquel. Me figuré que era algo no recomendable para la salud, tal vez una máquina de esas para que todos pudieran fumar a la vez. Centré mi atención y me sobresalté cuando uno de ellos gritó con emoción y levantó un papel no muy grande sobre su cabeza, para que los demás pudieran verlo. Confieso que me quedé asombrada cuando me di cuenta de que era una carta de la baraja española.
Me quedé mirando con tristeza como chillaban, algunos contentos y otros decepcionados. ¿De verdad era tan mala aquella gente? Estaban jugando una inofensiva partida de cartas y riéndose como unos críos. Me sentí hasta un poco culpable por haber pensado mal de lo que podrían estar haciendo. Tal vez eran unos porretas. Vale. Y unos borrachos a veces. Y no paraban de chillar. Pero si estaban jugando a la brisca en un parque infantil bajo un tobogán no podían ser definitivamente unos estúpidos e ignorantes maleantes. Así era como pasaban el tiempo. Me quedé pensativa y mi mirada perdida se posó en mi móvil. Estuve en el balcón un buen rato, escuchando las risas y los gritos de unos amigos que jugaban en el parque.
ESTÁS LEYENDO
Ponle un título a esta historia
Historia CortaNo hay descipción. No es una historia muy larga, pero te hace pensar en lo que quieres y no quieres ser.