Un buen día

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Eran poco más de las cinco de la mañana pero mi reloj interno estaba acostumbrado a despertar sobre esa hora. El hecho de que mi pequeño cachorro también acostumbrase a amanecer antes de la salida del sol y llevase por lo menos diez minutos lamiendo con ansia mi adormilado rostro también ayudó a que abriese los ojos con una perezosa sonrisa mientras, a duras penas, intentaba mantener a raya la desmedida energía de la pequeña bola de pelo que, al certificar que había despertado, no podía ocultar su desmesurada alegría.

Cada día al despertar pensaba sin poder evitarlo que en cualquier momento esa pequeña concentración de ladridos alegres y energía perdería su cola debido a la velocidad con la que se meneaba entre saltos por toda la habitación mientras esperaba completamente impaciente a que me levantase y me asease para enfrentar un nuevo día.

Todo estaba aun muy oscuro ya que faltaban al menos dos horas para la salida del sol pero no me importó, me preocupaba más lo helada que salía el agua en ese lugar ya que empezaba a hacer frío pero aun así, no podía salir a la calle con la cara llena de babas y legañas y sin al menos cepillarme un poco los dientes y mis cabellos color chocolate...

Puede que no tenga un hogar fijo y que me acostumbré rápido a vivir como una nómada, pasando poco tiempo en las casas que hallaba vacías y podía ocupar, o en sofás y habitaciones de invitados que amigos ponían a mi disposición, desgraciadamente hacía tiempo que me había acostumbrado a sobrevivir de esta manera y la verdad es que no estaba tan mal, raras veces me encontré en la situación de no tener un techo donde al menos pasar la noche y no podía quejarme ya que no estaba nunca sola. Aunque inquieta y tan llena de vida que la mayoría de las veces me costaba seguirle el ritmo, la pequeña Pulgas me hacía tanta compañía que ya no concebía mi día a día sin esa bolita negra siguiéndome a todas partes.

Y ¿Quién soy yo? Para muchos no soy nadie, una vagabunda más que hace de las calles de la ciudad su hogar y su jungla personal, donde sobrevivir es cuestión del día a día... para unos pocos soy simplemente Lexa, una superviviente del nefasto sistema de acogida que se encarga de los huérfanos como yo y en el que nunca encontré un hogar, una familia o simplemente mi lugar en el mundo. No encajé y ahora, con diecinueve años mi familia es mi perrita y todos aquellos que, con el paso del tiempo, se han ido ganando mi confianza y respeto, unos pocos a los que puedo llamar amigos y a los que no me cuesta aferrarme, la soledad había acabado conmigo de no ser así, no es fácil vivir en las calles.

Diez minutos después de haberme levantado, ya estaba lista para empezar mi jornada y sabía perfectamente a dónde podíamos ir Pulgas y yo a buscar el desayuno. A esas horas tan intempestivas de la mañana se suele decir que no están puestas aun las calles y esa afirmación siempre me hizo mucha gracia por lo cierta que es. No hay ni una sola persona a excepción de aquellos que iniciaban su jornada laboral tan temprano como yo iniciaba la mía. Los conocía a casi todos, siempre los mismos y los saludaba con la mirada y una sonrisa recibiendo a cambio escuetos buenos días cargados de legañas y sueño, mientras me dirigía a la panadería. Aun quedaban unas horas para que abriese sus puertas al público pero yo sabía que Anya me estaba esperando con café caliente y seguramente algún bollo sobrante del día anterior que ya no podía vender.

Nunca había llegado a entender por qué la gente era tan quisquillosa con la comida, los bollos que Anya me regalaba empapados en café estaban deliciosos y era estúpido que no pudiese obtener beneficios de ellos únicamente porque había pasado un día de su elaboración, aunque no sería yo la que se iba a quejar ya que esas excentricidades de la gente me proporcionaban a mí un desayuno digno de reyes.

Cuando llegamos a la puerta trasera de la panadería, Pulgas empezó a ladrar como loca sabiendo perfectamente dónde estábamos y que al entrar nos esperaba el calor de los hornos encendidos y llenar nuestros estómagos con la amabilidad que Anya siempre tenía reservada para nosotras. La pequeña bolita de pelo no se equivocaba puesto que, nada más entrar, la sonrisa deslumbrante de la joven panadera y el olor a pan haciéndose lentamente en los hornos nos invadió llenándonos de paz. No dude ni un instante en abrazar a la joven de rasgos exóticos y cabellos rubio cenizo mientras Pulgas no dejaba de saltar a nuestro alrededor ladrando frenéticamente, buscando su dosis de mimos por parte de nuestra amiga. Mimos que no se hicieron de rogar pues Anya adoraba a Pulgas casi tanto como yo y, al soltarme, atrapó a la pequeña al vuelo en uno de sus saltos para rascarle sus orejitas mientras esta, loca de alegría, soltaba lengüetazos que pocas veces alcanzaban su objetivo que sin duda era la cara de Anya.

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⏰ Last updated: Nov 30, 2018 ⏰

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