➽ Acurrucándose en algún lado.
Zuko no conocía muy bien qué era el cariño físico. Su padre jamás había mostrado ninguna clase de afecto por él, la verdad es que su interés estaba puesto únicamente en duras palabras para que mejorara o sería su hermana azula quién terminaría con su trono. Siempre. La prueba viviente de aquello era la cicatriz hecha con el mismísimo fuego de sus manos cuando había desobedecido sus órdenes.
Su hermana era igual, sólo que a ella de verdad la detestaba. Mucho más que a su padre. Siempre había sido insoportable, más que eso, en el fondo de su corazón ya no quedaba ninguna señal de redención y menos de amor aparte del que alguna vez había tenido por sí misma.
Su mamá había sido un caso totalmemte diferente y de verdad lamentaba el hecho de que hubiese tenido que irse tan pronto de su vida. Entre sus padres, ella era su favorita, y sabía que él era su hijo favorito.
Por toda esa falta de cariño, es que había sido una total sorpresa cuando un día como cualquier otro el mismo avatar se había decidido por pasar sus brazos desde atrás alrededor de él para estrecharlo en un fuerte abrazo.
- ¿Qué estás haciendo? - su voz sonó mucho más dura y seria de lo que esperaba, y sintió a Aang remover un poco sus manos de donde estaban, casi con duda. Pero no las quitó.
- Te apapacho.
- ¿Qué significa eso?
- Parecías querer un abrazo. ¿Te molesta que lo haga? Puedo dejar de hacerlo si quieres.
- No me molesta.
El menor apretó un poco su agarre y se mantuvieron un buen rato abrazados.
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Los abrazos comenzaron a ser más habituales.
La excusa siempre era la misma -parecías querer un abrazo, decía Aang- y siempre quién los iniciaba era el chico de almendrados y grandes ojos. A ninguno le molestaba, y tal vez a esa razón podían sumarle el hecho de que ninguno de sus amigos los había visto alguna vez en sus compremetedoramente extrañas poses.
Los abrazos siguieron evolucionando desde el momento en que Zuko fue quién enredó sus brazos, algo temblorosos, en su pequeño chico.
"Lucías algo triste. Creí que querías uno".
Aang destilaba felicidad, pero esos momentos donde se quedaba en total silencio y sus ojos parecían no dar señal alguna de vida eran muy notorios últimamente.
Un muy bajo gracias fue la única respuesta verbal que obtuvo. Era un abrazo donde estaban frente a frente pero el más bajo se atrevió a esconder su cara en el cuello del intimidante chico frente suyo mientras se dejaba envolver por esos cálidos brazos que parecían ser el lugar más seguro.
Siguieron sus abrazos cada que podían. Antes de alguna misión, antes de dormir. Antes de que tuviesen que separarse, y a veces después.
Con el paso del tiempo dejó de ser suficiente.
Tal vez había sido la razón de que esa misma mañana Sokka los encontrase en el sillón del que era el nuevo hogar de todos ellos, con brazos y piernas entrelazados entre sí. Aang había tenido de esas noches donde lo único en lo que lograba pensar era en aquella última vez donde el señor del fuego y él tenían ese terrible enfrentamiento, interrumpido por el pensamiento de qué habría pasado si no hubiese sido él el ganador de todo eso.
Sus pies habían buscado casi por si solos la habitación del hijo mayor de los Ozai, y sólo había bastado con que al tenerlo frente a su persona extendiese los brazos para dar a enter al menos un poco qué era lo que había ocurrido.
Zuko le había acariciado una parte desnuda de su espalda toda la noche, con la misma delicadeza de si una nube que fuera a desaparecer entre sus dedos se tratase.
Se veían tan bien ahí juntos, acurrucados, que el guerrero de la tribu agua simplemente no pudo despertarlos. Los dejó continuar en paz, si estaban ahí ellos dos era por una razón importante. Además si despertaba a Zuko seguro le regalaría una marca en su cara igual a la que tenía.
Aún si no los despertó, no tardó nada en transmitir el chisme a Toph y a Katara.
"Eres un tarado si no te habías dado cuenta de que había algo raro entre ellos, Sokka".
Hasta Toph lo había notado, y ella estaba ciega.
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[Segundo día finalizado]
