Lorena era amarillita, no porque tuviera ictericia, sino porque ese era su color en la vida. Desde niña había sido radiante y expansiva, con una gran sonrisa impregnada en los labios. La personificación misma del sol. A los 25 años conoció a Lorenzo, que por ese entonces era un azul profundo; reflexivo y con la correspondiente cuota de seguridad y calma que ofrece un azul de estas características. Sus corazones quedaron cautivados y se casaron después de un año de noviazgo.
Lorenzo terminó la carrera de derecho y comenzó a trabajar para el estudio jurídico "Dres. Corvalán, Pacheco & Asoc." Él quería seguir siendo azul, pero como todos saben, un abogado no puede ser de color, al menos no en ese estudio, ¿a quién se le ocurre? Entonces se transformó en negro, o en un gris muy oscuro. Siempre formal, trajeado, y deslucido como velorio de pobre.
Sumó preocupaciones, responsabilidades y seriedad. Una seriedad permanente, un luto perpetuo por la pérdida de toda mueca parecida a una sonrisa.
A Lorena no le quedaron muchas opciones. Se fue aclarando con el tiempo y se amoldó como pudo a ese blanco marital que le había tocado en la ruleta de la vida. Un Blanco impoluto que representaba la ausencia total de personalidad, sueños y deseos. Se dedicó entonces a ser madre y esposa ejemplar, y se comportó como todo buen blanco titanio debería comportarse.
Sus primeros dos hijos fueron un sueño hecho realidad. Leonardo y Lautaro resultaron ser dos hermosos grises medios, prolijos y uniformes. Siempre peinaditos, arreglados, callados e insulsos. Lo que la mayoría interpreta como la antítesis de un niño feliz, pero Lorena y Lorenzo no formaban parte de esa mayoría. Ellos estaban orgullosos de sus grises medios, callados e insulsos.
Cuando parecía que el rumbo de este cuarteto descolorido estaba marcado a fuego y nada podía desviarlo, llegó una nueva integrante a la familia.
Nadie hubiera podido prever que la niña, la que tenía como misión completar este hermoso retrato acromático familiar, vendría con tanto despliegue de color.
La llamaron Lila y nació roja de furia y hambre. Rebelde y explosiva desde el inicio. Durante su infancia y adolescencia pasó por tantos tonos como el tiempo se lo permitió. Poseía una habilidad camaleónica que le posibilitaba viajar a su antojo por todo el círculo cromático. Supo ser verde lima, azul ultramar, amarillo mediano, rojo cobalto y magenta, entre otros. Fue lo que quiso y cuando quiso. El qué dirán, el blanco, el negro, los grises, Pacheco, Corvalán y los Asoc., le importaban muy poco. Ella había venido a este mundo a ser feliz y no a cumplir expectativas ajenas.
A los 17 años Lila se pintó una bandera de 6 colores en el pecho y en la existencia misma, y sus padres quedaron perplejos. Perplejos con P mayúscula, con P de Prejuicio, con P de "Pará, que me va a dar un infarto"
¡Ave María Santísima Madre de Dios, la hecatombe que se armó en esa casa! La rebeldía se esparció en el seno de la familia López como el virus del ébola. Rápido y letal. Los hermanos mayores decidieron que también necesitaban colores. ¿Por qué? Porque descubrieron que se podía, porque nunca más nadie iba a cercenar su capacidad cromática en esta vida. No hay nada más contagioso que la rebelión, bueno, tal vez la risa, pero la risa no viene a cuento en este caso, así que nos quedamos con la rebelión como ejemplo básico de contagio social masivo.
Leonardo se pintó la cara de verde y se convirtió en un abogado ambientalista, de esos que trabajan más por defender sus principios que por dinero. Lautaro por su parte fue un naranja fuerte, divertido y vital; abandonó la carrera de derecho y se dedicó a la actuación en cuerpo y alma, tal como siempre había querido.
Con tres hijos descarriados y desperdigados por todo el círculo cromático, Lorena y Lorenzo no tuvieron más remedio que replantearse sus elecciones y la vida misma.
Una noche, en la incomodidad de su hogar, se sintieron asqueados de sí mismos y del otro.
Discutieron, se echaron culpas en la cara, lloraron y después de vomitarse todo tipo de verdades, bien al estilo Linda Blair, se miraron a los ojos. Se observaron largo rato hasta que lograron reconocerse y volvieron a conectar después de tantos años. Detrás de sus disfraces blanco y negro (o gris muy oscuro) ambos conservaban en lo más profundo, sus colores originales. Siempre habían sido amarillo y azul, y estos años solo habían funcionado como un simulacro de ausencia total de tinte y saturación.
Se preguntaron mutuamente qué había sido de sus verdaderas personalidades durante todo ese tiempo.
¿Nos volvemos a presentar? Yo soy la verdadera Lorena. Yo soy el verdadero Lorenzo. Un gusto de volver a verte. El gusto es mío. ¿Dónde estabas? ¿Y vos?
Con la sinceridad a flor de piel, se dijeron que se odiaban, se desdijeron, se dijeron que se amaban, se desdijeron otra vez. Se pidieron perdón y se perdonaron, y luego se volvieron a decir que se amaban. Por último, se prometieron mutuamente no olvidar nunca más la esencia perdida y recuperada.
Lorenzo se convirtió en el abogado más azul que la humanidad logró ver. ¿Quién dijo que no podía? En todo caso al que no le guste que mire para otro lado. Desafió en igual medida a Corvalán, a Pacheco y a los asociados. La semilla de la rebelión, plantada por Lila en el seno de la familia, estaba dando sus frutos. Nunca más Lorenzo sería deslucido como velorio de pobre, él era azul profundo y que no se diga más.
Lorena volvió a comportarse como amarillo, radiante y expansiva, protectora de sus hijos, sus sueños y deseos. Salió de su letargo y volvió a estudiar, a trabajar, a divertirse y a hacer todo aquello que no se había permitido a sí misma.
Hoy celebran dos años de ese reencuentro, de esa transformación definitiva. Los puedo ver abrazados bailando al compás de la música. Pocos saben todas las batallas que han tenido que pelear para reinventarse y estar hoy aquí. Ella está más amarilla que nunca, te diría que es casi un dorado brillante y él está mucho más azul. Azul como mar profundo, como mar en calma.
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Transformaciones
Short StoryUna familia. Millones de colores. Infinitas posibilidades de ser y de transformarse. Defender la propia esencia es siempre lo más importante. Relato participante de la Caja de Pandora 2018.