Mío

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—Mío —fue lo primero que dijo el pequeño Derek Hale de cinco años al estar a cinco metros enfrente de la casa Stilinski después de percibir un delicioso aroma proveniente de ahí: canela, chocolate, fresas, bosque. Todas las cosas preferidas de Derek.

El resto de la manada Hale se quedó parada en su lugar.

Acababan de mudarse sus nuevos vecinos y pensaban darles la bienvenida. Siendo los únicos vecinos a más de diez metros a la redonda y siendo Beacon Hills su territorio, la alfa y cabeza de la familia, Talia Hale, creyó conveniente ir a verlos y, de paso, ver si no eran alguna amenaza. Nunca se está muy precavido en un lugar como lo es su hogar, pero ninguno de los Hale presentes pensó que el menor de ellos proclamaría suyo.... Lo que sea que esté adentro y quiera para él.

Sus dudas no duraron tanto cuando Claudia Stilinski salió de la casa con un pequeño rollito de mantas en sus brazos mientras daba unos pocos movimientos.

Todos sus instintos se encendieron de golpe y Derek no perdió tiempo en menor hacia la distraída señora Stilinski y el rollito. Los lobos se sorprendieron de la reacción de éste, aunque no duró mucho la sorpresa cuando ellos igual corrieron detrás de él para evitar que hiciera algo peligroso y asustara a sus vecinos. Al llegar, vieron que el pequeño rollito de mantas era, ni más ni menos, que un pequeño bebé.

Uniendo los puntos, a los Hale más grandes les costaba aguantar las ganas de reír de la inesperada situación.

—¡Oh!, ¿Les puedo ayudar en algo? —preguntó amablemente Claudia con una dulce y confundida sonrisa— ¿Es para nosotros? —señaló el pie de limón en las manos del señor Hale. Era un regalo de bienvenido que, ahora que recordaban, era a lo que habían venido en primer lugar.

Quitando su vista del infante (excepto, obviamente, Derek) se fijaron en la encantadora mujer ante ellos, Talia carraspeó un poco para aclararse la garganta y habló.

—Buenas tardes, somos los Hale y queríamos darle la bienvenida, no es usual que tengamos vecinos. Thomas Hale, mi esposo; —el susodicho asintió con una sonrisa amistosa— Peter, mi hermano menor; —éste dio una traviesa sonrisa de lado mostrando sus blancos dientes— mis hijas Laura y Cora; —las nombradas extendieron unas grandes sonrisas— y mi hijo Derek —silencio— Derek, saluda.

—Mío —volvió a decir el joven lobito sin quitar la mirada del bebé, poniendo nerviosos a los otros integrantes de la manada— Mío.

—¿Qué es tuyo, cariño? —de repente, la pequeña criatura en brazos de Claudia empezó a balbucear y moverse sin control, haciendo que esta volteara a verlo— Ya despertaste, ¿Tienes hambre, Mieczyslaw?

— Mi- ¿Qué? —los lobos preguntaron desconcertados.

—Mieczyslaw, mi familia y la de mi esposo es polaca y- —fue interrumpida por el constante movimientos en sus brazos— ¿Qué sucede, mi amor? ¿Quieres que te baje? Eres demasiado inquieto para un niño de un año —se escuchó un balbuceo que sonaba a "Mam" y luego Mieczyslaw estuvo en el suelo.

El infante era la cosa más hermosa que haya visto Derek y su lobo no dejaba de saltar, aullar y revolotear en su interior. Tenía una piel pálida, casi blanca llena de estrellas; una mata de cabello castaño; una boquita rosada; mejillas regordetas y sonrojadas y unos enormes, maravillosos e hipnotizantes ojos del color de la bebida que toman sus papá y mamá (y a veces el tío Peter a escondidas), tan curiosos como los de un cervatillo.

Mieczyslaw no dejaba de moverse de la emoción, el niño frente a él era impresionante: su cabello era igual a la noche; tenía unas cejas muy lindas, similar a oruguitas; se veía fuerte, serio y genial como los chicos malos en las películas que papi le dejaba ver a escondidas; su piel se veía suave y sus ojos eran simplemente hermosos. Eran una mezcla de verde, azul y gris que cambiaba con el reflejo del sol; le recordaba a una cosa que mami le mostró una vez llena de colores (¿Calecopio? ¿Cadipo? No recuerda, era muy raro).

Los niños no dejaban de mirarse y los Hale no sabían qué hacer, podrían intentar alejar la vista de Derek de Mieczyslaw, pero es seguro que pierden un dedo o un gruñido de advertencia; por su parte, la señora Stilinski le parecía muy tierno ver a su hijo tan encandilado de esa forma, nunca se imaginó que su bebé encontraría a su alma gemela tan pronto.

—Mío —soltó Derek y envolvió en sus brazos al pequeño Mieczyslaw quien no puso objeción, al contrario, se acurrucó en los brazos del hombre lobo. Derek se sentó en el suelo con sus brazos en la cintura del niño y empezó a olfatear la cara, el cuello, el cabello y todo lo que pudiera del menor (de paso marcándolo con su propio olor).

La manada de lobos no sabía qué decir, esto era muy raro para explicarlo hasta para ellos. Iban a tener un ataque de pánico cuando escucharon la suave risa de Claudia Stilinski.

—Son adorables, jamás pensé que mi Mieczyslaw encontraría a tan corta edad su alma gemela, menos que sería un hombre lobo —se agachó para quedar a la altura del lobito— Derek, soy la mamá de Mieczyslaw, ¿Te molestaría meterlo a la casa? Debe tomar su leche —. Derek negó— Gracias, cariño —Derek se paró con el chiquillo en brazos y fue hacia la casa— ¿Quieren pasar? —preguntó con una sonrisa antes de entrar a la casa.

Los Hale no saben lo que acaba de pasar.

Es míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora