Dibujando momentos

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    Muchas personas buscan lugares tranquilos donde descansar, no necesariamente para dormir, sino para intentar deshacerse de toda sensación molesta, más aun si vives en una ciudad. Los coches, el murmullo de la gente, los fuertes ruidos... podrían llegar a ser realmente molestos. Hay quien elije una buena biblioteca, donde sumergirse bajo infinidad de libros, en los que emprender nuevos viajes a mundos inimaginables. Por otro lado, si el silencio no es tan necesario, se puede optar por una cafetería, con un delicado hilo musical de fondo, mientras lees el periódico, te tomas una infusión o un Cacaolat calentito cuando aprieta el frío. Otras personas prefieren locales grandes o no salir nunca de casa. Audrey y Marta consideraban que el Burger King de Plaça Urquinaona era el mejor lugar de todos para desaparecer un rato y poder dibujar y hablar tranquilas. Bien, quizá no fuese la mejor opción, porque los niños (sobre todo cuando se celebraban cumpleaños) podían llegar a ser molestos. Pero ambas, con el tiempo, se habían acostumbrado a pasar alguna que otra tarde sentadas en esos sofás la mar de cómodos.

    Audrey se acercaba mientras Marta guardaba el libro que estaba leyendo. Audrey, dejó la bandeja en la mesa y resopló. Ese día había habido más cola de lo habitual. Y resultaba extraño, porque solían ser bastante rápidos. Muchas de las veces era difícil encontrar las mesas con los sillones libres, por lo tanto, habían decidido que solo una de ellas iría a pedir la comida mientras la otra esperaba. Resultaba más sencillo. A Marta se le hacía la boca agua con tan solo ver su querido menú ahorro de pollo, al que ella había bautizado como Chispi Criken desde hacía mucho tiempo -cuando en realidad era una Crispy Chiken-. Su manía por intercambiar las sílabas era su pasatiempo favorito. Audrey, en cambio, se había pedido la Double cheese Burger y, en ese instante, se entretenía quitando el pepinillo para dejarlo a un lado.

    ―Lástima que no esté Firi ―murmuró Marta con una sonrisa. Se acercó la bebida y sorbió por la pajita.

    ―Cierto. Se lo daría encantada ―coincidió Audrey.

    ―Buf. Me apetecía muchísimo ―añadió Marta hincando el diente a la hamburguesa.

   Audrey fue a comentarle algo, pero se quedó callada cuando vio a un vagabundo acercándose a ellas, seguramente para pedir dinero. Por inercia, escondió su móvil en el bolso. Suponía que ese hombre no iba a quitárselo, pero había escuchado varias historias ocurridas en ese local, así que era mejor prevenir ese tipo de situaciones. El hombre, cerca de los cuarenta, con chándal gris y de aspecto desaliñado, empezó a pedirles de forma educada si podrían ofrecerle algo de dinero. Audrey y Marta negaron sin mirarle. Era obvio que les sabía mal, pero si le entregaban dinero a ese hombre, tendrían que darles dinero a todos los demás que durante el día aparecían. No podía ser, por mucha lástima que le diesen -pese a que sonase hipócrita-. El hombre agradeció igualmente el gesto y se alejó arrastrando los pies. Marta suspiró, intentando buscar un tema del que hablar. Siempre que venía alguien a pedir, la incomodaba. Audrey fue a decir algo, pero la segunda interrupción del día, apareció de repente:

   ―Excuse me. Has he said anything? Anything weird?

   Si antes un mendigo les había pedido dinero, ahora un chico les preguntaba algo en inglés. Y un inglés muy cerrado, por cierto. Lo preguntó atropelladamente, sin que las chicas pudiesen reaccionar, y el resultado no pudo ser más que el esperable: ellas se quedaron estupefactas. Ninguna supo qué responder. Marta se había quedado mirándole fijamente a los ojos, con descaro, porque era necesario descifrar aquel color: parecían verdes, pero, si te fijabas la luz podría aportarle destellos azulados. ¿Eran esmeraldas? ¿O turquesas? ¿Verde mar? La muchacha estaba en otra galaxia; adoraba los ojos claros. El chico, incómodo al sentirse observado, desvió su atención hacia Audrey, quien miraba a su vez a su amiga, sin saber qué responder. Tenía que admitir que aquel chico era tremendamente guapo, y no solo eso, sino que, además, era atractivo: estaba claro que podría quitarle el hipo a cualquiera. Sus ojos claros y su cabello oscuro no lo eran todo: tenía un rostro adorable, de rasgos delicados y nariz perfecta. Vestía con tejanos algo desgastados y converse rojas. En la parte de arriba, llevaba una camisa de cuadros rojos abotonada, de esas que a Marta tanto le gustaban; no eran esas camisas elegantes que los chicos usaban para salir, sino una estilo lumber, que le daba ese aire tan atractivo. La llevaba arremangada y se le asomaban unos brazos que evidenciaban que, pese a estar delgado, hacía ejercicio.

Anécdotas entrelazadasWhere stories live. Discover now