Nunca le habían gustado demasiado los aviones, y menos si los vuelos superaban las cuatro horas. No lograba comprender cómo un aparato tan pesado podía alzar el vuelo. Y ya, sin mencionar la ansiedad e incertidumbre que le producía al pensar que podía caerse en cualquier momento. Eso le llevaba a viajar aferrado con tanta fuerza al reposabrazos que sus nudillos se volvían blancos. Siempre había sido un amante de las estadísticas y de los datos, como todo investigador, pero eso, podía con todo su ser.
Sin embargo, él siempre repetía a sus alumnos de los seminarios de investigación que en la vida hay verdades, hay mentiras y hay estadísticas. Los números no siempre lo explicaban todo, ni siquiera por qué los aviones no se caían, por qué nunca encontraba las llaves en los bolsillos de su abrigo o por qué el sol que calentaba sus huesos había desaparecido de su vida con un crudo, rudo y seco portazo. Las estadísticas no son más que eso, meros números. No son ni verdad ni mentira. No explican nada y, sobre todo no se puede intentar comprender el mundo a través de ellas.
Intentaba liberar su mente de toda reflexión filosófica con sus rizos aplastados contra la ventanilla del avión. Contemplaba el paisaje bajo sus pies. Los montes Apalaches al sobrevolar Pennsylvania y Virginia Occidental, las grandes llanuras interiores sobre las que se extendían de Minnesota, Iowa y Nebraska y las Montañas Rocosas de Utah, Idaho y Colorado parecían insignificantes desde la gran altura la que volaba. Por un instante se sintió inmenso, invencible, pero cuando la señal luminosa de los cinturones se encendió ese sentimiento se desvaneció en el aire cargado tras doce horas de vuelo.
La aeronave comenzó su descenso sobre el skyline de San Francisco. El Golden Gate se percibía por encima de la niebla que invadía la ciudad y el avión pasó por encima de la bahía y rodearla para aterrizar en las pistas del Aeropuerto Internacional de San Francisco. Alfred se estremeció con el bote al aterrizar y sacudió la cabeza, intentando despejarse. Se pasó una mano por sus rizos, revolviéndolos un poco más y cuando el avión se detuvo, se levantó para estirar, por fin, las piernas. Deseaba salir ya de ese zulo con alas.
Sintió la mirada de la chica rubia que se había sentado a su lado clavada en él, más concretamente en su trasero y sonrió con suficiencia, pero huyó en cuanto notó que se acercaba peligrosamente a él. Necesitaba salir de ahí, necesitaba recoger su equipaje y correr hacia el primer taxi en la entrada del aeropuerto. Necesitaba indicarle al taxista la dirección que llevaba apuntada en un papel arrugado en su bolsillo trasero y que condujera lo más rápido posible por las empinadas calles de la ciudad. Necesitaba verla. Pero la terminal era demasiado larga y parecía que apenas avanzaba con cada paso que daba.
Sintió su móvil vibrar en el bolsillo de su cazadora mientras esperaba a que su maleta apareciese por la cinta de equipajes y bufó, dejando que sonase. No le apetecía hablar con nadie y mucho menos dar explicaciones acerca de por qué se encontraba a un océano de distancia de casa. O de lo que una vez había sido su casa. Movía el pie nervioso, impaciente, incluso tenso. Estaba cansado, le pesaban los párpados y sus piernas luchaban por no doblarse y dejarle caer y dormirse en medio de la sala. Y por fin, su maleta negra se aproximó a él en la cinta. La asió y caminó con prisa hasta la salida, montándose en el primer taxi que encontró.
Pero, antes de sentarse, rebuscó en su bolsillo para sacar ese papel arrugado con una dirección casi borrada.
—2500 Broderick Street —murmuró al taxista, que se limitó a asentir y a poner el taxímetro en marcha.
Apoyó la cabeza en la ventanilla con un bostezo y siguió con la mirada a los edificios que aparecían y desaparecían a su paso. La noche había caído ya sobre los rascacielos y el viaje estaba empezando a hacer mella en él, que casi estaba a punto de quedarse dormido cuando el pitido anunciándole un mensaje le despertó. Rebuscó en su bolsillo para coger el móvil y desbloqueó la pantalla para leerlo. Y el mundo se detuvo con su respiración.
YOU ARE READING
Fotogramas |AU- Almaia|
FanfictionEntre el comienzo de Contradicciones y el final de Turnedo pasan casi veinte años y quedan demasiados huecos por descubrir... ¿Te apetece conocer más secretos del profesor García y la señorita Romero?