I'll be there for you

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—¡Amaia! —escuchó su nombre en medio de la concurrida terminal, entre el incesante traqueteo de maletas y carritos. Alzó la mirada de la pantalla de su móvil, tratando de encontrar el origen de esa voz y enseguida se vio rodeada de los brazos que más había extrañado en esos largos meses a tantos kilómetros. Se dejó abrazar, rodeando con toda las fuerzas que le permitían sus incesantes sollozos y pronto sintió un beso en su frente. Con una sonrisa que casi se escapaba de su rostro, se separó para mirar a los recién llegados.

Aitana se colocó bien su jersey rojo y le devolvió la sonrisa con la misma intensidad. Seguía conservando su aura de inocencia y juventud, a pesar de estar ya casi cerca de los treinta y tampoco se había deshecho de su flequillo, aunque llevaba el pelo bastante más corto que en su época de universidad. Roi no había querido perderse la aventura transoceánica y se había plantado en San Francisco acompañando a Aitana con una de sus típicas camisas de estampados algo estrafalarios y unos pantalones que parecía haberse comprado hace tiempo que ya le quedaban demasiado pequeños.

—Ya pensábamos que no te encontraríamos aquí, hay demasiada gente —comentó Roi antes de lanzarse a abrazar a su mejor amiga. Le hizo dar una vuelta sobre sí misma y ella rio, obedeciendo —. Madre mía, Amaia, estás divina. No es que antes no lo estuvieras, pero qué bien te sienta Estados Unidos.

—Por favor, Roi, que pareces mi tía —negó ella sin poder parar de reír—. Jo, chicos, os echaba tanto de menos... Muchas gracias por venir.

—Gracias a ti por invitarnos, mujer. No sabía que en tu zulo con vistas al mar había sitio para los tres, en las videollamadas parecía más pequeño. No nos harás dormir en el suelo, ¿no?

—No te preocupes, que en el suelo no dormiréis —respondió ella, cogiendo uno de los bultos que traían con ellos—. Vamos yendo, que estaréis cansados.

Los tres se encaminaron hacia el coche, atravesando la terminal internacional del aeropuerto de San Francisco mientras Aitana contaba entre risas cómo Roi se había quedado encerrado en el baño en su escala en Nueva York y él no hacía más que justificarse.

—A ver, si ya sabéis que el inglés no es mi fuerte, ¿por qué os seguís riendo? —preguntaba él pero Amaia y Aitana ya no le escuchaban, iban en su mundo hasta que llegaron al Maserati negro aparcado frente a ellos—. Venga, no os paréis que estoy muerto de hambre.

—Este es el coche —sonrió Amaia, sacando la llave de su bolso y abriendo el maletero para que metiesen su equipaje. Ambos la miraron desconcertados, ¿desde cuando Amaia tenía un deportivo para moverse por San Francisco?

—Hm, no sabía que el sueldo de profesora ayudante te daba para esto —dejó caer Aitana, guardando sus maletas—. Creo que aquí hay algún capítulo que no nos has contado y creo que ya sé por dónde vas...

—¿Qué no nos has contado? ¿Qué sabes tú que yo no? —inquirió Roi, subiéndose al asiento del copiloto—. Espero que no te hayas metido en ningún lío, que soy abogado pero la licencia solo vale para España.

Amaia negó, manteniendo el silencio con una sonrisa y arrancó el coche para abandonar el aeropuerto y regresar a casa, aunque no era la casa que ambos se esperaban. Había dudado mucho acerca de si debía contarle a Aitana y a Roi, como sus mejores amigos, lo que estaba pasando entre Alfred y ella, pero decidió que era mejor que lo comprobasen con sus propios ojos en su visita. Era una situación complicada de explicar mediante videollamada. ¿Cómo le iba a contar a sus amigos que estaba saliendo con su profesor de la universidad y que acababan de mudarse a vivir juntos sin que ninguno de los dos esperase ni un segundo en coger su móvil y contárselo a su madre? Aitana sabía alguno de los avances que habían sucedido entre ellos después de Navidad, pero Roi no. Así que, cruzando los dedos para que su reacción no fuera demasiado... brusca, se adentró en la circunvalación rumbo a Sausalito.

Fotogramas |AU- Almaia|Where stories live. Discover now