En ese preciso momento, Dalía, cumplía su sueño. Estaba maravillada por aquel espectáculo, aquel paisaje tan peculiar. Enternecida por lo que allí se escondía y furiosa por haber dejado pasar su vida tan rápido sin haber visto aquello antes.
Pero claro, no lo podría haber visto antes. Para ella era imposible ver eso tan de cerca, de hecho, aún no se lo creía.
Salió de su cuarto, bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Había vuelto a soñar con lo mismo de todas las noches. ¡Cuánto añoraba ese lugar!
Desayunó tranquila, volvió a su cuarto y miró por la ventana. ¿Por qué no podía salir de ahí? El exterior no podía ser tan malo. Pero ella solo podía sacar la cabeza entre aquellas rejas que la separaban del exterior. Pero ¿quién la retenía allí dentro? Su miedo. Era incapaz de salir de allí por miedo. Ella había salido de allí antes, pero aquel incidente… cambió su vida. Cuando era pequeña, buceaba por el fondo del mar que había en frente de su casa, cuando un tiburón apareció de la oscuridad. Devoró peces e hirió a personas, pero Dalía, a pesar no haber sido tocada, sentía un fuerte dolor en su corazón. Desde entonces no volvió a bucear, ni siquiera a salir de su casa.
Pero ese día cambiaría. Se dirigió a la puerta, la rozó con la yema de sus dedos. Era suave y lisa. Deslizó su mano hasta el pomo y lo giró suavemente. Abrió la puerta y entró un aire caliente que dejó a Dalía paralizada por unos segundos. Después, sacó un pie, volvió a sentir aquel dolor en el corazón, pero continuó y sacó el otro pie. Ya estaba.
Corrió hacia el agua, todo el mundo la miraba extrañado. Pero a ella no le importaba, siguió corriendo con lágrimas en los ojos y se zambulló en el mar.
