I. (editando)

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Manicomio Kasteen val Mesen,
Bélgica en algún año del siglo XX

Manicomio Kasteen val Mesen, Bélgica en algún año del siglo XX

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Bruce lo recuerda como si fuese pasado hace un día, lo triste es que era un pasado lleno de espadas lacerantes que acicalaban su alma. Llevaba 502 días en aquel Manicomio, utilizaba una camisa de fuerza, que cubría tanto su existencia, como su realidad. Se encontraba encerrado en una concurrida estancia blanca en la cual estar cuerdo era difícil, debido a la cantidad inmensa de luz e incontrolable porción de rayos solares que traspasaban la atmósfera. Era Una habitación sencilla, con muebles como una cama pequeña y dura como una roca, una silla inestable y rechinante, un cuadro viejo lleno de telarañas acompañadas de un incómodo olor a cedro.

En su juventud vivió muchas cosas, de las cuales no podía pasar por alto, por más que él lo anhelara con todos sus esfuerzos. fue acorralado en un hospital repentinamente. Bruce después de todo lo ocurrido fue encontrado en un estado crítico y con una mirada tan vacía, como si lo que hubiera visto hubiera sido tan fuerte como para remover su cordura.

Después de varios estudios por parte de los doctores, estos llegaron a la conclusión de que Bruce tenia daños psicológicos por la vida que había llevado, según antecedentes había sufrido mucho de niño y varios conflictos con diferentes personas con las que convivía, y esa era la excusa perfecta para esta ocasión.

Él gradualmente gritaba con todas sus fuerzas: ¡Han cometido un error, por favor libérenme!; cuando él contó su historia después de suplicar tanto, sencillamente lo diagnosticaron como un enfermo mental con una que otra sonrisa en sus desfigurados rostros. Por unas noches Bruce tenia los confusos y repetitivos sueños sobre su condena, en un ambiente pasivo y espeso por la cantidad de niebla, se veía a simple vista la silueta de los 3 hombres de cuerpos alargados y de ambiciones egoístas que decían deliberadamente, y afirmaban que todo lo que decía Bruce eran simplemente relatos concebidos a raíz de sus problemas psicológicos. Eran largas y desesperantes las noches donde Bruce se veía obligado a observar las sollozantes copas de vino que disfrutaban aquellos hombres en sus sueños mortíferos.

502 días después, cuando lo último que le quedaba a Bruce era una pequeña esperanza que se desdibujaba poco a poco, teniendo en cuenta que ahora sí, ya habían arrebatado lo que le quedaba de cordura. Un entrevistador se dirigía a revisar su caso y vería si tomaba medidas drásticas con este o lo liberaran por falta de argumentos. En los últimos minutos esperó con lasciva inquietud aunque las noticias no podrían ser peor. Cuando Evans compareció vestía una chaqueta negra, un suéter de manga larga de rayas, un pantalón negro acompañado de un fino cinturón de cuero, una cámara cayendo por su cuello y unos zapatos sencillos, luego de un pequeño receso mientras que el entrevistador olfateaba cada centímetro del lugar, lo fotografiaba y se emocionaba de manera que parecía convencido de que era el caso de un asesinato, con una sonrisa placentera levantando las delgadas cejas y llevando a su rostro la cámara cada minuto. Luego de observar, fotografiar y mostrar un inmenso interés por la historia, tomó asiento en la pequeña silla café de la habitación, y analizaba a Bruce detenidamente, se tocaba el labio inferior con el dedo pulgar de un lado y el dedo índice del otro al mismo tiempo que tomaba un amargo café hecho por una enfermera. Después de un cruce de miradas ventajoso y conveniente para el inesperado huésped. El extraño hombre pelirrojo, el cual se dio cuenta de que el ansioso hombre con la ajustada camisa de fuerza tenía una postura inclinada, en el momento que se cansó de mirarlo Evans le pregunto sobre su vida y quien era Bruce Leccker, Bruce se mantuvo en silencio durante 15 segundos, cuando estuvo a punto de despedirse con una llamativa sonrisa en el rostro el periodista Evans Lawrence, él le dijo —¡espera, estoy dispuesto a contarte mi historia Y cada detalle de ella!— dijo simulando extender la mano aunque estaba aprisionada por la camisa de fuerza. Evans respondió. — ¡Con gusto!— Cuando se sentó la silla y miro el bello atardecer con un rostro iluminado.

The Crown of ThornsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora