44. Jeno

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Pomme - À peu près

El sonido de las olas traía calma a lo que fuese que estuviese sucediendo en mi mente. Hundir los pies en la arena era, quizás, la mejor terapia que podía encontrar. Y sus dedos llevándome lejos de la casa del abuelo fueron un sedante a mis nervios desprolijos. Vivía de cabeza, pensando de más en cosas que habitaban el pasado y crucificaban mi futuro.

Irónico.

El padre me había vuelto loco, el hijo me mantenía cuerdo. Pero yo tenía la certeza de que la locura era contagiosa, una especie de parásito que comenzaba a crecer e iba poco a poco instalándose en todos los que rodeaban al infectado. Nietzsche decía que siempre había un poco de razón en la locura, mi madre fue en vida una fanática.

Yo no lo entendía, pero tal vez debía comenzar a mirar con otros ojos al mundo. Las personas siempre nos reducíamos a una sola forma de ver las cosas. Quería ser capaz de observar el mundo en todas sus versiones, quería ver la forma en que Jaemin me miraba, en la que lo miraba a él. Quería saber si teníamos una oportunidad o si estábamos conduciéndonos irremediablemente a un punto de quiebre.

Me encerré en esta pequeña realidad.

Siendo egoísta para poder tener este segundo de tranquilidad. Solté los recuerdos y las preocupaciones, dándole la espalda a los rencores. Sabía que regresarían más temprano que tarde, pero, por ahora, los dejaría descansar.

Él se separó de mí, sus grandes ojos aún puestos en los míos cuando transitó por los últimos escalones de madera que le llevaban hacia el mar. Me sacudió el corazón.

Abrió sus brazos mientras el viento soplaba, meciéndole la ropa y el cabello. Le miré observar el agua de un profundo azul, la marea no llegaba a tocarle los pies, pero se acercaba cada vez más. Y el miedo le sacudió. Manos temblorosas arrugaron la tela del pantalón, los hombros encogidos en un pobre esfuerzo por detener el frío. Me senté en la arena, esperando que el pánico ganase y corriese lejos del mar, esperando que viniese a mí.

Sin embargo, no lo hizo.

Y por un segundo temí que se derrumbara... casi estuve tentado a correr en su rescate. ¿Pero, si no quería ser rescatado? Entonces debería quedarme aquí, esperando a que tomase una decisión. Aunque jamás fui muy bueno con eso de esperar. Extrañamente el tiempo corría de forma distinta cuando estábamos los dos solos, era como si todo se paralizase a excepción de la naturaleza y nosotros mismos. Y por un largo momento se mantuvo allí, detenido en el tiempo, en sus propios recuerdos.

Yo no podía recordar con claridad lo que sucedió aquel día, pero Jaemin... él lo tenía más claro que el desayuno.

Su espalda se movió al avanzar, respirando sin control. No fue la razón lo que me llevó a seguirle, sino algo más, una fuerza instintiva que me acercó a él.

Mi hombro chocó contra el suyo, el viento trajo el olor a sal y provocó que la arena picase en mis tobillos desnudos. Suave, como el sonido del mar al arrastrarse, Jaemin deslizó los dedos entre los míos, la mirada fija en su peor pesadilla. Apenas comenzaba a acostumbrarme a la sensación de ser sostenido, de sostenerle... era atemorizante lo que ese gesto infantil causó en mí.

-Jeno...-susurró, como si le tuviese respeto al inmenso mar sumido en las sombras de la noche-, creo que me arrepentí.

-Está bien si es así.

Sentí el agarre en mi ropa, su boca contraída al ser tocados por la espuma del mar.

-Pero quiero intentarlo.

Me incliné en su dirección, descansando la frente en su hombro. Respiré el aroma conocido, a él, a su piel. Cada vez que miraba hacia atrás, él siempre estaba allí... oliendo de la misma manera agradable.

Blue - NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora