Emma empujó la puerta y entró. El amplio recibidor estaba desierto y silencioso. La gran araña del techo arrancaba destellos al piso desnudo y al dorado posa manos de la escalera que serpenteaba hacia la oscura segunda planta.
Sus tacos repiquetearon brevemente y ella se detuvo, dudando.
La fiesta había terminado horas atrás. La madrugada caía sobre la casa envolviendo los jardines en una bruma espectral. El aire frío calaba hasta los huesos, pero ella había vuelto a la mansión vistiendo su atrevido vestido. La piel de sus brazos y su escote estaba erizada y un estremecimiento recorrió su espalda desnuda al sentir el calor de la estancia.
Michael la había citado allí esa noche. A solas, mucho después de que la fiesta hubiera acabado. Y ella había acudido sin pensarlo siquiera, arrastrada por el embrujo de sus ojos verdes y su voz suave. Después de tantos años, aún respondía a él. Aún le permitía invadir sus sueños y colarse en sus pensamientos diurnos. Que el más mínimo detalle dibujara en su mente el recuerdo de algo que Michael había dicho o hecho. Después de tantos años, si Michael llamaba, ella acudía a su lado.
Se detuvo en medio del recibidor y miró hacia la cima de la escalera. De la casa no llegaba el más mínimo sonido, pero sabía que él debía estar cerca, aguardándola.
Por el rabillo del ojo percibió movimiento y volteó en esa dirección. Un gran espejo de apariencia antigua devolvía su reflejo. Se acercó a él por inercia, apoyando las manos en la delicada mesita ubicada ante él, y repasó automáticamente su maquillaje y cabello. Su piel, habitualmente pálida, tenía la apariencia de la cera fría y en un acto reflejo acarició su mejilla.
Una mano masculina siguió el rastro de la caricia, y Emma se sobresaltó al sentir la presencia de Michael a su lado. Él se movió a su espalda, reflejándose también en el espejo, clavando sus ojos en los suyos de modo intenso.
Emma cerró los ojos al sentir su tacto tibio bajando por su cuello. Un estremecimiento de deleite recorrió su cuerpo y se apoyó con abandono en el amplio pecho masculino.
Michael frotó su mejilla contra la suavidad de su cabello, inhalando el perfume que emanaba de estos. Deslizó una mano bajo sus pequeños senos y la apretó contra él, deseando que ella sintiera a través de sus cuerpos su creciente excitación. El calor de sus cuerpos vibrantes los consumía segundo a segundo, arrastrándolos a un vórtice de pasión tan familiar para ellos como el tacto o el sabor de uno y otra.
Michael subió sus manos al cuello femenino, donde latía, desaforado, su pulso, acariciando con la yema de sus dedos la escurridiza tela que cubría sus senos. El espejo le enseñó como los delicados pezones cobraban vida bajo la tela, y se alzaban exigiendo su atención. Ejerciendo una suave presión, Michael apretó el cuello de Emma, quien dejó escapar un débil gemido. Luego inclinó su cabeza, haciendo que su bigote cosquilleara en la piel femenina.
Emma volvió a estremecerse. Eso era nuevo. La última vez que habían estado juntos, Michael había llevado el rostro bien afeitado. Siempre olía a una colonia mentolada y Emma gustaba de frotar su mejilla contra la de él. El bigote era nuevo, pero igualmente excitante, y al roce de su piel despertaba nuevos anhelos, durante largo tiempo reprimidos.
Michael se detuvo cuando sus narices se rozaron y estudió a Emma a través del espejo, admirando su belleza imperturbable, los pequeños cambios que el tiempo había producido en ella. El color de su cabello, por ejemplo, era más claro que en otras ocasiones. Todavía recordaba el color del fuego que tuvo la primera vez, aquel que lo había seducido al calor de las llamas.
Emma, su hermoso amor, volvía a estar entre sus brazos, dispuesta a quedarse junto a él el tiempo que tuvieran.
Ahora, Michael sólo pensaba en disfrutar el contacto de sus cuerpos, dejar que la pasión fluyese de uno a otro hasta que no pudieran contenerla.
─Emma… ─susurró Michael, apretándola más contra sí─, abre los ojos, amor.
Emma cumplió su pedido con lentitud y de inmediato encontró el reflejo de su mirada depredadora.
─Michael… ─pronunció, llamándolo con el nombre que siempre le correspondería en su memoria.
─Sh… ─El aliento de Michael acariciaba su piel como ambos deseaban que lo hicieran sus manos─. Es nuestro tiempo ahora…
Los ojos de Emma se llenaron de lágrimas ante las imágenes que las palabras de Michael despertaban en su mente. Su tiempo para estar juntos en esa vida. Una vez más, a través de los siglos volvían a encontrarse. Deseaba decirle mil cosas para expresarle lo que sentía. Pero no era momento de hablar.
Emma giró la cabeza y rozó con sus labios los labios masculinos. Un pequeño movimiento que bastó para abrir las compuertas de su pasión…
Eugenia Sánchez Acosta
(Maga DeLin)