II

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Pero Adrien no lo oía a él sino veía atrás de su padre como Marinette lo observaba de vuelta con lágrimas en los ojos. Se resistió lo más que pudo, incluso trató de dialogar con su padre, pero él fue contundente en su decisión.

Adrien se casaría en dos semanas quisiera o no.

Desde entonces ambos jóvenes se veían a escondidas pues la secretaria y mano derecha de Gabriel, Natalie, vigilaba constantemente a Adrien. Motivo por el cual ahora estaban ocultos en el ático hablando en voz baja; sin zapatos (pues hacían ruido) y con sus corazones latiendo al mil.

Frente a frente.

―Es mejor que te deje ir, Adrien.

―¿Qué? ―Adrien se quedó sin habla

―Tú... tienes que pensar en tu padre, en lo que es mejor para ustedes ―sollozó adolorida.

―¡No! ―Espetó―. ¡Primero muerto antes que dejarte ir, ¿me oyes?!

Trataron de hablar, de calmarse y separarse, pero eso no pudo ser llevado a cabo del todo bien pues Natalie logró oír a Adrien. Más no intervino. Se quedó ahí oyéndolo todo. Para cuando Marinette logró huir hecha un mar de lágrimas y Adrien hubiese terminado de golpear con sus puños el suelo, bajando también, la cena ya estaba servida con su padre esperándolo.

―Adrien ―habló su padre con altura.

―¿Sí?

―No he podido evitar notar que estás decaído. ¿Hay algo que te moleste, hijo?

«No sé, dímelo tú» se tragó esa respuesta apretando el tenedor―. ¿Qué puede molestarme, padre?

―No sé. Quizás el hecho de que sigues sin entender tu posición y todo lo que eso conlleva.

Alzó la mano chasqueando los dedos. Algunas guaruras de su padre entraron empujando a Marinette y a su madre, ambas lloraban con maletas en sus manos. Natalie por su lado entró al final.

―Señor, ya todo está listo.

―Bien.

―¡Marinette! ―Adrien iba a levantarse de la mesa para ir por ella pero su padre le gritó.

―¡Ni se te ocurra moverte de tu lugar! ―El joven no pudo evitar obedecer a su progenitor―. ¡Esto es lo que pasa cuando te empeñas en desobedecerme!

Natalie se acercó a ambos, padre e hijo, sacando del bolso de su saco un collar que Adrien reconoció bien; era de su fallecida madre. Y era sumamente costoso.

―Se encontró esto en las pertenencias de Marinette Dupain en un viejo baúl que tuvimos que registrar.

―No es cierto ―la chica tambaleó su voz completamente pálida―. Adrien ―lo vio esperando que le creyera, pero el chico sólo veía el collar―. ¡Adrien yo no lo tomé!

―¡Debe haber alguna explicación! ―Decía la señora Dupain―. ¡Mi hija no es una ladrona!

―Junto al collar ―continuó Natalie―, había un cuaderno muy lindo que tiene las características exactas que la señorita Lila afirma haber perdido en su última visita. Además de que había lápices y colores que definitivamente no encuentras en una papelería común.

Marinette y su madre lloraban mucho. Gabriel por su lado las ignoró tomando el collar de su esposa entre sus manos.

―¿Ahora entiendes por qué te digo que Lila es la chica que tú necesitas?

Se giró hacia ambas mujeres Dupain viéndolas con desagrado.

―Voy a ser compasivo con ustedes por sus años de servicio confiando en que no han tomado nada más. No llamaré a la policía, pero de hoy en adelante quiero sus repugnantes presencias lejos de mi propiedad ―miró a Marinette con enfado―, y lejos de mi hijo.

―¡No! ¡Adrien, Adrien! ―Marinette lloraba ante la injusticia. Pero él no la miró; no confiaba en ella―. ¡Yo no lo hice! ¡Lo juro! ¡Yo no lo robé!

Con lujo de violencia, ambas fueron echadas a la calle con las pocas pertenencias que les habían dejado acumular. Al ser arrojadas al piso, Marinette se lastimó ambas rodillas y su madre se torció un tobillo.

Por si fuese poco ya era de noche y estaba lloviendo a cántaros.

―No es nada personal ―dijo Natalie con fuerza para ser escuchada; siendo cubierta por una sombrilla por otro sirviente―. Pero seguro entenderán que si vuelven a ser vistas por los alrededores de la mansión se hará una llamada rápida a la policía para que las arreste por ladronas.

―¡Ni mi hija ni yo somos ladronas y tú lo sabes! ―Insistió la señora Dupain acercándose a la reja que la separaba de Natalie―. ¡¿Por qué están haciéndonos esto?! ¡Después de todo lo que hemos hecho por esta familia!

―¡Sólo hacías tu trabajo! ¡Te hemos pagado bien así que no te vanaglories! ¡Sigues siendo sólo un simple gato callejero que el señor tuvo la generosidad de acoger junto con su cría! ―Pausó antes de agregar―. En cuanto a los motivos. Qué te lo explique tu hija. Lo que ella se robó, es mucho más valioso para el señor que ese hermoso collar. Considérate afortunada, Sabine. Él fue generoso al no encerrarlas ―las miró despectivamente―. Ahora lárguense.

Ante el retumbar de un rayo, Sabine Dupain cojeó hasta con su hija ayudándola a levantarse.

―Tranquila hija mía, saldremos de esto.

―¡Mamá! ―Marinette lloró aferrándose a su madre. La mujer la arropó pensando en qué pudo haber sido lo que Marinette robó para ser echadas así.

―Vamos... es hora de irnos.

𝑀𝑒 𝐸𝑛𝑎𝑚𝑜𝑟𝑒́ 𝑑𝑒 𝑚𝑖 𝑆𝑖𝑟𝑣𝑖𝑒𝑛𝑡𝑎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora