Un típico caso de bloqueo creativo atormentaba a Daniel. Y una extraña sensación de culpa lo invadía, era como un gusanillo dentro de él que se alimentaba de su sangre, e iba creciendo lentamente. La tormenta caminaba distraída en el exterior, y susurraba cosas ininteligibles a la ventana, seguramente intentando convencerla para que le cediera el paso. La vela, deformada de tanto llorar, advertía de sus últimos momentos antes de dejar todo a oscuras. Le quedaban quizá unos veinte minutos de vida. Y si las cosas seguían así, entonces a Daniel también le quedarían veinte minutos de vida.
Miró de soslayo a su amiga; aquella grieta, la veía en todos lados como una divinidad, como una luminosidad que afecta la vista y uno no puede dejar de verla ni aunque cierre los ojos. La veía en las paredes, en el techo, en el suelo, en la mismísima oscuridad de la noche y hasta en su mente confundida. Y algo en su interior estaba creciendo a medida que el tiempo transcurría; una especie de inquietud y temor nervioso. Decidió concentrarse una vez más en el papel pero, aunque intentaba, le era imposible.
-Tony, Tony está muerto- dijo con voz temblorosa a la habitación vacía, y sintió un sudor frío recorrerle la frente.
-No sucedió así, Daniel, recuerda bien amigo, estás deformando las cosas.- su compañera tenía razón, y Daniel sabía que algo no concordaba, pero ¿qué? Comenzó a sentirse mareado, con nauseas.
Danny... susurraba el viento en el exterior. Era una voz dulce pero enérgica. Daniel se convenció de que solo había sido su imaginación. Pero luego volvió a oírlo.
-¿Qué es lo que tengo que recordar? Mierda, ¿qué? ¡¿Quién está ahí afuera?!
Danny...
La voz merodeaba las calles nocturnas, cada vez la oía más fuerte, más cerca. Y el pánico lo invadió.
-¡No! ¡No es posible!- gritó mientras se ponía súbitamente en pie y todo le daba vueltas. Tropezó con la pata de la silla y estuvo a punto de caer, pero logró reposarse con los brazos en el escritorio.
Danny...
Cantaba cada vez más y más cerca.
-¡ESTÁS MUERTA!- Divisó un ente oscuro en el exterior, atravesando la calle, acercándose con lentitud, y la sangre se le congeló, los vellos de su nuca se erizaron y los mareos se volvieron más intensos.
Danny...
Estaba allí, esperando bajo el mal clima, tras la ventana, esperando a que la cordura de Daniel se destruya, esperando un sinfín de culpabilidades, esperando a que la ventana, la única alternativa de supervivencia, le cediera el paso.
¿Qué había sucedido? Era ella, estaba allí.
Él tenía un inconsciente oscuro, revuelto. Y cuando ella le planteo su decisión, no pudo tolerarla. Ya no te amo, le había dicho, quiero estar con otra persona. No podía permitirlo, si no era suya, entonces de nadie más. Estás loco, Daniel, ella se lo había dicho innumerables veces y, talvez, tenía razón.
Las aguas de su mente se tornaron turbias y el corazón se le antojó demasiado aprisionado en el pecho, demasiado grande para su cuerpo, a punto de estallar. Respiró hondo en un intento de mantener la calma y sólo odio en el ambiente fue lo que llenó sus pulmones, rabia. Ya era tarde, el monstruo que llevaba dentro se había zafado de las cadenas, y se lanzaba hambriento y salvajemente furioso al ataque.
Daniel, o Danny en sus mejores tiempos, la asió del cabello castaño con una mano y, con la otra, le tapó la boca, ella lo mordió, con lágrimas en los ojos, pero él no la soltó. Oprimió su cuello y, sin más, comenzó a reventar su cabeza contra el borde del escritorio. El escritorio que ella le había obsequiado en un intento de que Danny dejara su empleo y comenzase a escribir historias.
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El cavador de tumbas
Mystery / ThrillerDaniel Kowinski es un escritor confundido, con preguntas que sólo él puede responderse. Su única compañía, una ventana peleando contra la tormenta, es quien le ayudará a encontrar respuestas.