Estaba observando el polvo de su escritorio. Se preguntaba varias cosas, y de todas ellas no salían un porqué. Parecía que nada tenía explicación en ese momento. ¿Cómo uno puedo pensar cabalmente, cuando en su mente solo existen mareos?
En la mañana, White se había despertado acompañado de un cuerpo negro y masculino. En su habitación, las prendas en el piso, las sábanas revueltas y las paredes eran cómplices de una noche de amor. Pero, a lo contrario de lo que dirían aquellas marcas en su espalda, la mañana era triste. Porque al despertar Black Hat se iría, vistiéndose y negándose a devolver esos "te quiero" de la noche.
Levantó la vista a las paredes celestes de su oficina, y pensó porqué los colores alegres no le contagiaban algo de su alegría. Pensó en llorar un poco, pero él rara vez había llorado. Miró otra vez el polvo de su escritorio, y se vio manchándose su traje blanco con algo de gris; Quizá así pueda expresar algo de lo que siente sin tener que llorar.
—Quiero que te quedes, por favor. —Le dijo a Black Hat, mientras éste se vestía sin siquiera dedicarle una mirada.
—Acordamos que no volverías a pedirme eso. —Respondió sin un poco de cortesía, o algo que hiciera ver que se preocupara por White.
—Por favor... quédate.
—Tengo que ir con Flug. —Dijo, sin tener piedad de ser cruel.
Volvió al escritorio como quien huye de los recuerdos. Trató de desviar sus pensamientos, porque si seguía recordando solo iba a encontrar dolor. Trató de usar su mente para lo que siempre hacia, generar ideas para mejorar el mundo, para que las personas fueran más felices; Y esa última palabra le causó tristeza. Tenía que olvidar a Black Hat y sus palabras antes de irse.
Recordó que una vez Slug le había dicho que los cigarrillos le ayudaban a relajarse, que lo libraban por un momento de los problemas que sus encargos le ocasionaban. Claro, después de eso le había confiscado la cajetilla, ya que en el trabajo no se fuma. Curiosamente lo había guardado en el escritorio, ese mismo que llevaba horas viendo empolvado.
Quiso prender uno pero dudó, ya que White Hay nunca había fumado. Pero no quería pensar ni recordar, solo quería olvidar, y así empezó a fumar. Sintió como el humo invadía sus pulmones y como la nicotina era absorbida por ellos, como la sangre llegaba contaminada a su cerebro, sintió un pequeño dolor de cabeza y exhaló el humo. Por ese pequeño, momento miró como toda la oficina se nublaba y como el fuego naranja quemaba lentamente el cigarrillo, se olvidó de pensar.
—Toc toc —dijo Clemencia desde afuera de la oficina, emulando el sonido del tocar de puerta.
—Adelante. —Dijo White Hat, y ella entró vestida de colores pasteles, alegres y coquetos.
—Huele a humo —dijo, mientras olfateaba el aire— ¿Slug estuvo aquí?
—¡Si! —Respondió White Hat— Justo le acabo de confiscar este cigarrillo que tengo a mano —le sabía amargo tener que mentir— ¿En qué te puedo ayudar?
—Vine a saber cómo estabas .
—Estoy bien y feliz —mintió, mientras esbozaba una endeble sonrisa— gracias.
—Es raro
—¿Qué esté feliz?
—¡No! —Dijo— Que finjas una sonrisa.
Para Clemencia eso era muy raro, pero para White ya era costumbre fingirlas todas sus mañanas, porque Black Hat no le gustaba las patéticas tristezas. Esa mañana se demoró un poco en vestirse, por lo que White le volvió a suplicar. —Quédate conmigo.
—¿Quieres seguir teniendo sexo? —Preguntó Black Hat con frío ceño, en tanto se acomodaba la corbata.
—Solo quiero pasar el día contigo.
—Mis días son de Flug, y lo sabes.
—Dime, ¿Por qué siempre él? —Después quiso no haber hecho esa pregunta, porque la respuesta le rompió el corazón.
El dolor aún palpitaba en su cabeza. La nicotina penetraba en su cordura, y lo obligaba a querer fumar más, a inhalar y exhalar más humo negro como la piel de Black Hat. Quizá fumar más lo haría olvidar, pero Clemencia estaba en frente de él, esperando a que le diera cierta explicación.
—Estoy triste. —Se animó a confesar.
—¿Por qué? —Preguntó, como si ella pudiera comprenderlo.
La vio envuelta en sus colores pasteles y alegres y comprensivos —Estoy enamorado.
—Bueno —dijo— no voy a preguntar más. — tenía cierta certeza cuando debía dejar de preguntar.
Clemencia bordeó el escritorio y, con una ternura que pocos seres pueden llegar a expresar, abrazó a White. Acunándolo sobre su pecho, dejando que sus latidos suaves lo calmaran. —Tranquilo —dijo— todo va a estar bien.
Ella no podía saber ni imaginar por lo que White Hat estaba pasando, pero aún así ese abrazo y esas palabras lo reconfortaba. Pero él no quería eso, quería sentir y se dio cuenta que la necesitaba y mintió. —Me gustas —dijo sin vacilar, las mentiras se vuelven dulces cuando te brindan un escape— me gustas —volvió a decir, y sintió como los latidos de Clemencia golpeaban su pecho y escapó de aquel abrazo.
—White —dijo Clemencia, mientras él la observaba desde su altura liberada— no sé qué decir.
La nicotina aún jugaba en su cabeza y la llenaba de ideas obscenas y atrevidas. De todas ellas escogió, la que según él era la más leve, y la besó. Ella dudó y trató de alejarse, pero White la tomó de la cintura con sus manos varoniles. Y no cesó de besarla hasta que sus besos fueron bien recibidos. El humo aún presente en la oficina los mareaba a ambos por igual, y el placer fue de sus bocas. —White —dijo Clemencia, con un tono suave, dejándose llevar y echar sobre el escritorio lleno de polvo con gentileza por los impulsos de éste.
Por ese momento no le importó el traje, ni perder el recato, ni la falta de comodidad, White la necesitaba. Bajó la cremallera, y líbero su erección inmensa y deseosa. No esperó respuesta ni consentimiento. Hizo los interiores a un lado y la amó con un movimiento, y ella soltó un gemido mientras sus manos suaves buscaban valentía en la espalda de White.
En ese instante, en que el pecho juega con los senos y los labios besan las cerezas, los colores alegres se mezclan con la tristeza del escritorio y la nicotina se vuelve razón... recordó. No era lo mismo, el sexo nunca fue lo mismo. No había esa lujuria y esa malicia en el acto. No había esos besos toscos y esa lengua enfermiza invadiendo su boca. No existía esa enorme erección que luchaba con la suya y esas manos enormes y fuertes que lo sometían debajo de las sábanas. No era lo mismo poseer a una mujer que ser poseído por un hombre.
—Te diré porque me tengo que ir con Flug —le había dicho Black Hat en la mañana— porque a él lo amo y a ti no.Nota del autor: Espero lo disfruten y lo compartan con sus amigos.