Capítulo único

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Aunque fuera difícil de creer, el que primero sintió la necesidad de tener hijos fue Viktor. Aquel hombre que antes había sido la epitome de la soltería, había decidido sentar cabeza en todos los sentidos posibles.

No había bastado la realización de aquel love and life que encontró junto a Yuuri, sino que quería el pack completo, incluyendo la presencia de uno o dos niños revoloteando por la casa, aparte de las mascotas.

Y claro, Yuuri no compartía el sentimiento; ni siquiera se había puesto a pensarlo siquiera.

Y Viktor lo entendía.

Para Yuuri aquello era el primer amor, en el estaba recién explorando y atreviéndose a iniciar una vida junto a alguien más; mientras que Viktor ya había vivido demasiado. Hacía mucho tiempo que había pasado por aquella etapa exploratoria, había huido mucho tiempo del amor, tanto, que ahora estaba con los brazos abiertos dispuesto a todo.

Él quería iniciar una familia, y quería hacerlo con Yuuri. Y Yuuri, pese a que estaba aterrado ―con justa razón― dio un salto de fe por la persona que amaba.

No fue fácil.

Hubo tanta burocracia, tantas dificultades, que todos pensaron que Viktor decidiría rendirse; hasta Yuuri lo pensó en algún momento. No creía que aquel deseo por ser padre fuera tan intenso como para que trascendiera ante todas las dificultades.

Tuvieron que mudarse. Abandonaron Rusia y eligieron un lugar donde la adopción homoparental fuera posible. Barcelona era un lugar conocido para ambos, así que ahí iniciaron una nueva vida, en un departamento que ambos se dedicaron a decorar, ilusionados por el futuro que se abría ante sus ojos.

Comenzaron a hacer los trámites para poder adoptar, los cuales incluían el casarse legalmente. No fue algo que no quisieran, sino que hasta el momento lo habían encontrado innecesario ―ambos se amaban y eso había sido suficiente―, pero el gobierno catalán necesitaba garantías, y era algo que ellos entendían.

Luego llegaron las entrevistas con asistentes sociales y con psicólogos; los primeros se encargaron de acreditar que gracias a su nivel socioeconómico ambos no tendrían problemas en adoptar, mientras que los segundos se aseguraron de que su interés fuera genuino y que no terminarían rindiéndose en la crianza a medio camino. Y nadie se los dijo, pero también se estaban asegurando de que ninguno de los dos tuviera alguna tendencia pedófila, y con ellos dieron mucho más hincapié en ello, al contrario de lo que hubiera sido con una pareja heterosexual.

Pero nada de eso logró quitar la sonrisa del rostro del patinador ruso cada vez que veía que estaba un paso más cerca de su sueño de ser padre. Tanto era su entusiasmo, que comenzó a contagiar a su pareja de igual forma. Y Yuuri, aquel hombre que solo había accedido a la adopción para hacer feliz a su pareja, se encontró de pronto entusiasmado ante la idea de ser padre.

Durante aquellos meses de espera no faltaron las charlas durante la noche, abrazados en su acogedora cama, donde se preguntaban cómo resultaría ser.

Reían mientras apostaban quién sería el papá sobreprotector y quién el permisivo.

Todos votaban porque el hombre de cabellos platinados sería aquel que, por aquel dramatismo nato del que hacía gala, sería el que sería más exagerado a la hora del cuidado de aquel hijo o hija. No ayudaba tampoco los antecedentes que tenía Viktor con su hermana pequeña y lo dramático que había sido cada vez que Natalya se caía de la bicicleta o se golpeaba en alguna otra circunstancia.

Y en esos momentos, en esos meses en que eran apoyados por su familia y amigos, se dieron cuenta que aquello no era diferente de lo que pasaban las parejas que tenían hijos biológicos. Todos pasaban por lo mismo, las mismas preguntas, los mismos cuestionamientos, con la diferencia de que aquel hijo no estaba creciendo dentro del cuerpo de alguno de ellos, sino que estaba esperando allá afuera, en algún hogar de niños.

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