El mundo es un pañuelo;

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21 años.

Fiesta. 



"Fuiste un poco cínico", dice Diego de la nada, "solo era una broma".

Aristóteles se irrita por el comentario, lo hizo a propósito, sacar el momento desagradable y alistarlo para darse a sí mismo una plena satisfacción, interrumpiendo ese aspecto tranquilo de su vida donde puede esperar a que llegue su novio. Para él, Diego, el tolerable Diego, ya se había establecido como una molestia interferente y un obstáculo cuando se trataba de compartir tiempo con Temo, y lo único que puede hacer es moderarse o poner en práctica algún ejercicio de relajación.

Porque dios, ama a Cuauhtémoc, pero sus amistades eran cuestionables.

"Sé que te lo dijo, y no me siento orgulloso de mi actitud. Ya pedí disculpas y... ", Diego se ríe, cálido y con buen humor. "¿De qué te ríes?".

"Oh, ya sabes, es cierto lo que dicen, 'el amor es ciego'".

Aristóteles lo mira por primera vez en la noche, y escupe indignado. "Bien, eso también aplica en las amistades".

La música cambia y las voces combinan interferencia a su alrededor, pero, por supuesto, ninguno de ellos quiere rebajarse a una protesta. Prefieren ser ajenos, el silencio es un arma invisible.

"Bien, me voy", Diego dice, "¡diviértete!", se gira para darle una última y buena mirada para despedirlo. Por supuesto, esto tiene el desafortunado efecto secundario de enojo por parte de Aristóteles.

"Y tú". Y luego, con un movimiento fluido y seguro, Diego está girando sobre sus talones y volviendo a la multitud de gente bailando.

Aristóteles suspira.

Cuauhtémoc aparece, acercándose a la mesa de bebidas, familiarizado con el ambiente.

"Perdón por tardar tanto. ¿Todo bien, Aris?", susurra él, sonando cariñoso de una manera que nunca es con Diego, lo cual le sube una parte increíblemente mala de su ego. Pero bueno, qué se puede hacer.

"Por supuesto". Cuauhtémoc sonríe, y Aristóteles está satisfecho con su reacción, captó su ironía.

"Tramposo, no me hagas sentir mal".

"Bien, bien". Aristóteles es débil contra su sonrisa. "Es solo lo usual con Diego".

"Aris...".

"Temo...", Aristóteles imita a su novio.

"Diego es agradable... de verdad, podrían llevarse bien", Cuauhtémoc le asegura, cuidadoso, conoce el historial de su conflicto y prefiere que Aristóteles lleve la iniciativa en paz, con tiempo.

Aristóteles solo inclina la cabeza, inspeccionando a Diego como un insecto bajo un microscopio. Para ser justos, eso está lejos de ser la verdad de lo que Cuauhtémoc quisiera, pero las manos de Cuauhtémoc ya están en su flequillo, peinándolo, y su hostilidad flaquea de confesar el lado desagradable de su amigo. "Lo estoy... intentando".

Cuauhtémoc suspira, sabe que lo intenta y no quiere obligarlo a nada. Nota su aún creciente irritación, por lo que baja sus brazos rodeando el cuello de Aristóteles.

"Uno nunca puede adivinar lo que puede pasar...", dice sabiamente, "igual, si te esfuerzas para mí es suficiente, las cosas toman tiempo".

Por esta vez, Aristóteles reflexiona, devolviéndole la mirada. No podría estar más de acuerdo, pero, gloria propia, quiere cerrar los ojos y descansar un momento, hablar con gente que le sube su humor lo deja cansando; así que lo hace, reposa una de sus manos en el costado de la cadera de Cuauhtémoc.

Y, ante la derrota por los encantos de su novio, Aristóteles se encorva en su posición, acercando sus cuerpos cómodamente, el cuello de Cuauhtémoc es sorprendentemente fragante – ¿qué es ese aroma? ¿Coco?–, estaba bien, sintiéndose un poco mareado, su cuerpo se relaja.

"De acuerdo, solo por ti", declara Aristóteles, provocando cosquillas en Cuauhtémoc.





Delia;;


La belleza está en el ojo del espectador; [ Aristemo ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora