LA PUZANGA

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LA PUZANGA

Al llegar las seis de la tarde, mientras el sol se ocultaba lentamente y se podía apreciar la belleza del atardecer en el lago de Yarinacocha, unos muchachos se juntaban sobre un tronco seco y de mango. Después del partido de fulbito, era ahí donde se reunían para contar sus aventuras amorosas, muchas de ellas inventadas por ellos mismos. Pero aun así las creían. Algunos tenían la osadía de decir que estuvieron con tal o cual chica del pueblo, por supuesto sin que ella se entere de lo que hablaban. Hacían alarde de sus falsas historias; reían sin cesar de sus ocurrencias; y cuando estaban al tema de las experiencias sexuales, sus capacidades de invención aumentaban. Todos le prestaban atención al que contaba, , e incluso callaban al que intentaba cambiar de tema. Cuando pasaba Rosita, su belleza resplandecía. El contraste entre la laguna y su cuerpo esbelto era magico. Todos se quedaban callados, suspiraban y después reventaban en silbidos y piropos, tal como si fuera un concurso de jovenzuelos enamorados. Ella, mostrando gran enojo, aunque en realidad no lo sentiera así, volteaba a mirarlos y les amenazada con revelar a su papá la identidad de quienes la molestaban. El padre de Rosita era un pescador fornido con cara de pocos amigos, más aun cuando se enteraba de que a la niña de sus ojos alguien le faltaba el respeto.

Todos los muchachos decían estar enamorados, y nadie se atrevía a decir que ya estuvo con ella.

Julio, hijo de un botero conocido en el puerto turístico, mientras llevaba en su embarcación a unos turistas extranjeros, pensaba en Rosita.

Se imaginaba rozando sus labios. Mientras su padre timoneaba el bote a motor, subía al techo del bote, se recostaba mirando el cielo y abrazaba su tangana, imaginando que era Rosita la que estaba entre sus brazos.

Esa tarde, después del partido, los muchachos comentaban que en el colegio se daría la elección de la Señorita Primavera, y la favorita era Rosita. Tal era la obsesión por la jovencita y tanta la frustración por no poder estar con ella, que llegaron a pensar en la puzanga.

Hugo sentado alrededor con los muchachos decía:

- Mi primo, que se fue la madera, ha traído agua de Guacanqui. Si eso lo mezclo con un perfume y tan solo toco su hombro o sus manos, Rosita vendrá a mí en menos de dos días. Ustedes se quedarían muertos de envidia.

- La lágrima de tatatao es más efectiva. Yo conozco a un pata que ha echado lágrima de tata tao a una chica, y hasta ahora es su mujer: ya tienen varios hijos, su mujer le soporta de todo, incluso que tenga otras hembras- decía Víctor.

Luchito decía que eso es mentira, que el tatatao dura solo un tiempo. "Lo que sí es efectivo es el perfume de piripiri que preparan los shipibos. No solo es bueno para atraer al amor, sino también para el negocio. Conozco a una señora en el mercado que se hecha ese perfume de piripiri y vende todo lo que pone en su venta y tiene bastante plata", dijo. Pero Julio, al que se notaba más enamorado, mencionó que en uno de sus paseos turísticos escuchó que el huesito de la tanrilla es muy efectivo, que solo tenías que chapar una tanrilla, hacerla hervir, y cuando toda su carne se haya desprendido del hueso, se debía cortar bonito ambas puntas, y como su huesito adentro es vacío, queda como un tubito. Y a la distancia, por el tubito miras a la persona con la que quieres estar. Y ya está, solita te va a venir a buscar.

Se escucharon distintos comentario acerca de la puzanga, diversas forma de realizarla. Pasaban los días y la belleza de Rosita era más resaltante. Cada uno de los muchachos probaba su puzanga, haciendo lo posible por siquiera rosar a Rosita. Probaron el piripiri y no hubo resultado; probaron el agüita de huacanqui, y nada; las lágrimas de tatatau traídas por un tío maderero, y tampoco. Parecía como si a Rosita no le importase nadie. Los muchachos yarinenses se morían por su belleza y ella ni siquiera les regalaba un pestañeo. Julio llegó incluso a probar el huesito de tanrilla, pero tampoco tuvo resultado.

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⏰ Last updated: Dec 17, 2018 ⏰

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