31. El primer beso

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31. El primer beso

Stiles


Salgo del baño con el pijama puesto, me acerco a la cama donde reposa el bendito celular que ha sonado por horas desde que salí de Royale a toda prisa. En la pantalla aparece mi nombre, señal de que Mckenzie me quiere hablar para decirme no sé cuánta mierda para que no asista a la fiesta en El Club Hyland. Me dejo caer en esta y alcanzo el celular para desviar la llamada de mi enemiga y marcar el número de Nathan, sí, me lo sé de memoria.

A los tres tonos responde.

¿Hola? —no saluda, cuestiona.

—¡Hey! —hablo al instante pensando en lo que voy a decir. Para ser sincero ya me sé de memoria lo que diré porque lo estuve practicando toda la tarde—. Nath, soy Stiles. Escucha, quiero que convenzas a Mckenzie de ir a esa fiesta. —escucho cómo deja escapar aire por la nariz con frustración.

¿Y cómo por qué haría eso? —inquiere, puedo escuchar a través de la línea el sonido que hace una puerta cuando la cierra.

—¿Porque eres mi amigo? —vale, eso sonó más a pregunta que a respuesta—. Te diré algo, Nath. —me levanto de la cama para poder sentarme y así poder filosofar sobre la vida de mi querida enemiga—. Mckenzie nunca ha salido de esta mierda de habitación, nunca ha pasado una noche fuera, sino fuera por la fiesta en El Bar de Kristal...—susurro más para mí—, nunca se ha divertido y su vida en serio es aburrida. Creo que merece que alguien la invite a salir y qué mejor persona que tú. Además así me cuidas también. —me río un poco. Realmente no quiero que Mckenzie tenga actos maricones con otros hombres y Nath puede evitar eso.

¿Ajá? —la duda hace vibrar sus cuerdas vocales.

—Deja de ser un hijo de puta y llévala a esa fiesta. —ordeno, poniéndome de pie y acercándome al espejo—. Tal vez así consigas puntos a tu favor.

Eres un manipulador, Stiles. —al instante deduzco que lo está pensando y eso no puede hacerme más feliz. Aprieto los dientes en una sonrisa mientras muevo mi cuerpo en victoria—. No sé si querrá ir. Está enojada porque tú irás sin su permiso.

—Oh, vamos. —me vuelvo para acercarme a la ventana y ver a través de ella mi habitación, pero Mckenzie no está ahí, debe estar cenando—. Bueno, déjame convencerla.

Stiles, no creo que esto sea buena idea... —empieza arrepentirse, pero yo me adelanto.

—Ve el lado bueno, tendrás a la chica al final de todo esto y todos viviremos un felices por siempre. Yo lejos de esa perra y tú, bueno, con ella. —lo aliento. Me acerco a la mesa de noche al lado de la cama para sacar un tabla de pastillas, saco una y la regreso a su puesto.

Él se queda en silencio por un momento.

Cuando vuelvas a tu cuerpo te daré un golpe en la cara por expresarte así de ella. —pongo los ojos en blanco mientras pongo el celular entre mi oreja y mi hombro para así poder sostenerlo y vaciarme agua en un vaso. Es una pastilla para los cólicos y necesito tomarla para que esos dolores de mierda no se hagan presentes.

—Relaja el pene. —me apresuro luego de dar un sorbo al agua, pero por hacerlo de un arrebato casi me ahogo y empiezo a toser desesperadamente—. Oye... —inhalo profundo una vez que me recompongo—. Sabes que odio a Mckenzie y ella a mí, tú y yo somos amigos y eso no va a cambiar como mi odio por ella tampoco.

Regreso a la cama y me recuesto boca abajo, clavando mis ojos en mi habitación. No hay señales de la rusa.

¿Y cómo se supone que van arreglar el semejante problema que tienen? —pregunta con enojo.

Este cuerpo no es mío ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora