CENICIENTA

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Hubo una vez, hace mucho, mucho tiempo un omega joven muy apuesto e inocente, su belleza e inocencia eran tales que no hay palabras para describirlas fielmente. Su nombre: Sawamura Eijun.

Sawamura era pobre, no tenía padres, ya que su madre había muerto años atrás y su padre le siguió tiempo después luego de volverse a casar, y vivía con su madrastra, una alfa mujer viuda y no tan joven muy cascarrabias que siempre estaba enfadada y dando ordenes a gritos a todo el mundo.

Con la madrastra también vivían su dos hijos Satoru y Mei, un par de betas que ciertamente eran muy insoportables y creídos, habiendo heredado alguna que otra caracteristica de su madre. Eijun era el que hacía los trabajos más duros de la casa, como por ejemplo limpiar la chimenea cada día, sacudir las cortinas, cocinar, lavar y planchar la ropa, entre otras cosas por lo que sus ropas, trajes anteriormente suaves al tacto y de color brillante, ahora, siempre estaban sucios o manchados de ceniza, por eso las personas del lugar lo llamaban a modo de burla "Cenicienta". Cenicienta muy a pesar de su dulzura y actitud alegre, que sin importar el fastidio que sufría día con día jamás se había esfumado, apenas tenía amigos, solo a dos ratoncitos muy simpáticos que vivían en un agujero de la casa.

Un buen día, sucedió algo inesperado; el Rey de aquel lugar hizo saber a todos los habitantes de la región que invitaba a todas las chicas y chicos jóvenes, omegas y betas principalmente, a un gran baile que pronto se celebraría por la noche en el castillo supuestamente en honor al regreso del príncipe Miyuki Kazuya. El motivo "real" detrás del baile era encontrar pareja para el hijo del rey; una pareja decente para casarse con ella y convertirla en su princesa o príncipe.

La gran noticia llego a los oídos de Eijun y éste se emocionó en sobremanera ya que nunca en su vida había asistido a un baile.
Por unos instantes soñó con que sería el, el futuro novio y quizá hasta esposo del príncipe. ¡Casarse con el príncipe!, ¡prácticamente sería convertirse en uno también! Pero, por desgracia, las cosas no serían tan fáciles para Eijun.

―Tú, Cenicienta, no irás al baile del príncipe, porque te quedarás aquí en casa fregando el suelo, limpiando el carbón y ceniza de la chimenea y preparando la cena para cuando nosotras volvamos.― la madrastra de Sawamura le dijo en un tono malvado y cruel pues aunque la mujer detestara admitirlo, y por consiguiente detestara a Eijun, el podría con su belleza y alegría fácilmente eclipsar a cualquiera, especialmente a sus hermanastros.

Sawamura lloró en su habitación como nunca aquella noche, estaba muy triste porque el realmente quería ir al baile y conocer al príncipe pero sabía que las palabras de su madrastra eran como una sentencia a la que habría de atenerse, incluso sus hermanastros habían estado incluso más insoportables, llenándolo de tareas pesadas y absurdas, a fin de que no tuviera tiempo siquiera para pensar o descansar. Al cabo de unos días llegó la tan esperada fecha: el día del baile en palacio. Eijun veía apretando los puños y con rabia contenida como sus hermanastros se arreglaban y se intentaban poner guapos, incluso llegando a rociar algo de perfume sobre su piel en un intento por simular poseer algún tipo de aroma supuestamente atrayente, ya que era bien sabido que el Príncipe Miyuki era un alfa de agudo sentido del olfato, aunque en opinión del omega que poseía un aroma natural similar a la cocoa el olor de dicho perfume era excesivamente dulce, la situación era imposible, porque en todo caso, pensaba el castaño, el aroma de sus hermanastros sería de lo más agrio y disgustante de tan malos que eran y a pesar de saber eso había algo que Sawamura no pudo evitar envidiar por un momento; sus trajes, aquellos eran muy bonitos, realmente lo único bello en sus personas.

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Al llegar la noche, su madrastra y hermanastros partieron hacia el palacio real, y Eijun, solo en casa, una vez más se puso a llorar de tristeza e impotencia. ―¿Por qué seré tan desgraciado? He sido bueno con ellos... Por favor, si hay algún ser mágico que pueda ayudarme... no quiero dejar de creer, pero en este momento me es imposible el no creer en nada ni nadie.― entre llanto y llanto, decía en voz alta el castaño con desesperación, sus hermosos ojos derramando lágrimas sin pausa y más de un sollozo escapando de sus labios mientras que sintiéndose derrotado se dejaba caer al suelo.

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