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Rojo, azul, verde y amarillo. Inmensos aros de luz se turnaban iluminando su rostro. Arrugó un poco la nariz antes de abrir los ojos y encontrarse con un gigantesco, enorme y preocupado rostro de un muñeco de nieve felpudo frente a ella. Ahogó un grito que reprimió tapándose la boca con ambas manos mientras se arrastraba hacia atrás, hasta toparse con una superficie de metal. Se percató de que estaba sobre un suelo acolchado de seda bordada con brillantina. El muñeco de nieve ladeó la cabeza como estudiando el extraño comportamiento de la pequeña rubia.

«¡¿D-dónde estoy?!» exclamó Nicole para sí misma, pero esa respuesta ya la sabía. Lo que en realidad se preguntaba era «¿¡Cómo?!».

—Disculpe usted mi intromisión, seguramente la señorita está muy confundida en estos momentos —los diminutos puntitos que hacían la sonrisa del muñeco de nieve se acercaban y alejaban entre sí. Nicole presumió que de ahí provenía la voz graciosa. Era casi tan caricaturesca como la anterior, pero más grave y espesa.

«¿Eso fue conmigo?» volteó a su alrededor buscando otra posible fuente de aquel sonido, esta vez, una que al menos tuviera cuerdas vocales. Pero sólo estaba ella... y eso.

—Se encuentra en estos momentos... ¡turu turu ru...!—el muñeco de nieve canturreó colocando los brazos en alto— ¡bajo el arbolito de Navidad! —luego, los puntitos se dispusieron en forma de una gran sonrisa.

«Nunca lo habría adivinado...», quiso decir Nicole. Tomó nota mental de mandar una muestra de aquella bebida a un laboratorio al día siguiente, una vez que pase su efecto alucinógeno. Malhumorada, frustrada y confundida, se levanta ignorando la existencia de la bola blanca que le hablaba.

«Pero, ¿adónde se supone que debo ir?».

Consideró caminar el interminable y oscuro trayecto hacia el cuarto de Michelle y buscar una forma milagrosa de subir a la cama, y así, probablemente, despertar al día siguiente en su tamaño original. Pero la sola idea le hacía erizar de terror los vellos de los brazos. El pasillo al fondo parecía la boca inmensa de una caverna de la que nadie saldría vivo, y teniendo en cuenta que ahora las cosas hablaban...

—¡El arbolito de Nav...—Nicole se volvió para lanzarle un zapato justo en la cara al muñeco de nieve.

—¡¡¡Sé que es un estúpido arbolito de Navidad!!! ¡¿Me tomas por estúpida?! —los gritos de Nicole retumbaron en el metal de la base del inmenso árbol sintético— ¡¡¡Y deja de sonreír!!! ¡¡¿Me ves feliz?!! ¡¡No, ¿verdad?!!

Al instante, la sonrisa del muñeco de nieve se borró, alineándose y luego curvándose hacia abajo. Los botones que tenía de ojos se acercaban entre sí, frunciendo el ceño. Ahora se veía molesto. Y eso era más aterrador de lo que se puede describir.

Nicole dio unos pasos hacia atrás sin quitarle los ojos de encima. Cualquier paso en falso que este diera, se echaría a correr con el corazón en la garganta. Pero aquel no se movió un sólo centímetro, y tampoco Nicole se atrevía a darle la espalda. Siguió caminando hacia atrás cuidadosamente. Ni siquiera le importaba volver a ver su zapato nunca más. «Es todo tuyo, muñeco poseído...».

Para su horror, volvió a esbozar una sonrisa, la que tenía por defecto. Nicole no sabía si prefería que mantuviera su cara de muñeco asesino. Entonces, este puso marcha atrás sus gordotas patitas hasta un punto en la base del arbolito y allí recostarse, inmóvil.

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«12:45 am» veía su reloj agachada en una trinchera improvisada que hizo de un doblez en el pie de árbol. Un sitio perfecto para vigilar al muñeco de nieve mientras pensaba en un plan, pero no se le ocurría nada.

—Temor... sientes temor —se oyó una dulce voz sobre su cabeza. Al voltear, asumió que venía de un hada que colgaba de una de las ramas en la base del arbolito. Esta vez, respiró, agradecida.

—Sí, tengo miedo. Ese muñeco es aterrador... y quiero salir de aquí —le explicó, casi suplicándole algún consejo. El hada mantenía una pose soñadora, con las manos sobre las mejillas, como recostada sobre una nube acolchada invisible.

—Quizá él tenga las respuestas a tu problema —responde el hada con sonrisa apacible.

Nicole le intentó explicar que no creía que el muñeco la ayudara después de haberle tirado un zapato y gritado. Sobre todo teniendo en cuenta la cara que le dedicó por unos tormentosos segundos.

—¿Por qué no pruebas de nuevo? —le sugirió el hada.

—¿Dices... volver a enfrentarme a él?

—Sí, y esta vez, prueba de otra forma. Lo más seguro es que hubiese querido ayudarte desde un principio.

La rubia dudaba que eso fuera a funcionar.

—¿Y si me come? —Dijo medio en serio y medio en broma. Pero el hada no contestó. Le dio la impresión que regresó a ser un objeto inanimado. Aspiró hondo. Considerando sus opciones, tenía que intentarlo.

«¡Pero cómo me miró! —pensaba mientras se iba acercando— me quería matar, sin dudas. Ese muñeco es diabólico», Nicole puso tensos los labios, ya frente a él a una distancia considerable, claro está. Vio cómo sus ojos se dirigían hacia ella. Tenía su atención.

—Hum... muñeco de nieve...—Se sintió estúpida por lo que estaba a punto de decir, y decidió cambiar el diálogo— Dime cómo volver a mi tamaño real —terminó, dichosa. Pero se dió cuenta que le faltó algo—: Por favor...—añadió. Luego sonrió esperando respuesta alguna, que no obtuvo.

«¡Tonta hada!, ¡ya le hablé bien!». Chasqueó, decepcionada.

«Ya sabía que no iba a funcionar».

Pero antes de retirarse, y sin cartas que jugar, dijo:

—Perdón por lanzarte un zapato... y gritarte —se encogió de hombros— sé que sólo me querías ayudar, y la pagué contigo —hizo una corta pausa y miró hacia atrás— No entiendo tu forma de hablar, me estresa que todo se haya vuelto una caricatura de la que no puedo salir...—Se volvió nuevamente hacia él, y notó que ahora tenía una mueca de lado—, pero eso no quiere decir que no merezcas respeto.

Dicho esto, decidió sentarse en ese mismo lugar, agotada. Ahora pensaba que si se acostaba a dormir donde estaba, despertaría al día siguiente en su tamaño original bajo el arbolito y con el cabello lleno de brillantina. «Si tengo suerte...», cerró los ojos.

—Enseñarle el camino no sería más que un gran placer para mí —Nicole se inclinó hacia adelante. La voz graciosa del muñeco de nieve fue como música para sus oídos—, Debe usted buscar a El Monolito Solitario. Él es quien conoce este arbolito mejor que nadie, y estaría encantado de ayudarle —esbozó el muñeco una enorme sonrisa que contagió a Nicole— ¡Y le recomiendo que no se duerma, o quedará atrapada en un ciclo interminable! —enseguida le guiñó un ojo y dio unos pasitos hacia la izquierda, dejando a la vista una especie de escalerilla de orejas metálicas que subían hasta el segundo ramal.

Nicole tomó nota mental de comprobar la existencia esa escalerilla a la mañana siguiente, cuando todo haya vuelto a la normalidad. Sin pensarlo mucho, agradeció eternamente al muñequito de nieve, este le deseó buena suerte y comenzó a subir entusiasmada.

No esperaba, realmente, que las cosas se le hicieran más fáciles después de eso.

Porque no lo hicieron.   

Mi Regalo de NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora