Como cada noche buena, Priscila solo tenía con ella una manta que cubría sus pies ante el frío inminente de la noche más larga del año. También daba sorbitos a una taza metálica de un termo que contenía el habitual ponche caliente que su marido le preparaba. Este sabía perfectamente que la Navidad era un día que posiblemente sus hijos, su esposa y él jamás pasarían juntos. Pero lo aceptaba; por qué admiraba a su mujer y a lo que hacía.
Priscila, estaba sentada en una silla de metal plegable. Frente a él estaba Omar, quien al igual que la mujer que se encontraba enfrente había sacrificado la noche de estar con su familia para encontrarse en ese lugar. Ambos compartían un plato de Pavo que unos voluntarios solían llevar dos horas antes de la media noche.
—Ojala que la radio no suene — le decía Omar a Priscila mientras se llevaba un pedazo de una hogaza de pan a la boca. Ella sin decir nada pensaba lo mismo. Y pese a que sabía que eso no ocurría aún así imploraba al cielo que no sucediera. Después de todo lo único que esperaba era que todos permanecieran en sus hogares disfrutando de su familia y sabiendo que pese a ellos estar lejos de la suya y permanecer en vela sin descanso habría supuesto un total tiempo aburrido.
Una radio fm emitía "Blanca Navidad de Luis Miguel" cuando las campanadas de una iglesia anunciaban la media noche. Omar y Priscila se abrazaron y en ese preciso momento una voz acompañada de estática sonó y anunció el mensaje que tanto había deseado no escuchar en esa noche "Ambulancia número 11, tenemos un 10-42 en la esquina de Melchor Ocampo y el Eje 3 favor de ir a toda prisa".
Priscila y Omar se miraron, se encogieron de hombros y sabían de antemano que para eso estaban ahí. Haciendo guardia, dejando a un lado a la familia y ayudando en lo poco o mucho que podían hacer. Se subieron a la ambulancia y está lleno las tranquilas calles de la noche de Navidad con el ruido ensordecedor de la sirena que anunciaba el sonido de la tragedia.
