En una mañana no tan fría del veinticuatro de diciembre me levanté de la cama con extrema energía, con la alegría genuina que sólo los niños conservaban en Nochebuena.
Después de una parada rápida al baño, caminé por el pasillo robándole un gorro rojo a uno de los Santa's que adornaban el lugar y me dirigí hasta la cocina, donde el olor a comida impregnaba toda la casa.
—¡Feliz víspera de Navidad! —canturree con una sonrisa en mi rostro—. Buenos días.
Mi mamá, quien tenía un montón de rollos en la cabeza, me miró negando con la cabeza y tratando de no reír ante mi entusiasmo. Se giró para seguir preparando el desayuno y yo me acerqué a mi abuela, que cocía un mantel con figuras navideñas, y arrugó su nariz cuando le di un beso tronado en la mejilla.
—Buenos días, necesitamos más pan —anunció mamá mirándome por encima del hombro. Probablemente esperaba que le replicara o me negara, pero no podía hacerlo. No cuando me encontraba con tan buen humor.
—Está bien, iré por él —anuncié.
Mamá asintió y señaló donde estaba el dinero. Mi abuela le hizo un repaso silencioso a mis shorts de mezclilla y mi franela preguntándose a sí misma si yo pensaba salir con semejante facha a la calle. Capté de inmediato su indirecta y pasé por encima de mi cabeza una sudadera amplia antes de salir.
—¡No tardes demasiado! Todavía quedan cosas que hacer para ésta noche —gritó mamá segundos antes de que cerrara la puerta.
Afuera hacía una leve brisa fría que me hizo querer haberme puesto unos jeans. Conecté los auriculares a mi celular y le subí el volumen al máximo a la música.
Más pronto que tarde llegué a la panadería, que para ser sólo las ocho, estaba bastante concurrida. Esquivé a niños con bigotes de chocolate caliente y señores sentados en la mesa con periódicos, llegando por fin al mostrador ubicándome en una esquina. Metí las manos en los bolsillos delanteros de mi sudadera y me dispuse a esperar que uno de los tres trabajadores de la barra me atendiese. Se estaban tardando bastante.
El olor a pan recién hecho estaba mareándome y causándome bastante apetito, de manera que en busca de una distracción, eché un vistazo alrededor.
Me detuve en un chico a mi lado izquierdo.
En ese instante él volteó a mirarme también y asintió hacia mí en un saludo. Yo seguí mirándolo fijamente sin hacer nada más. No es como si lo conociera, solo me llamaba la atención. El chico en cuestión era bastante guapo. Guapísimo, en realidad. Algo bastante extraño considerando que los muchachos del vecindario eran bastante normales, mientras que este específicamente hizo volar mi imaginación.
Alarmas se encendieron en mi cabeza cuando lo vi levantarse de la mesa donde desayunaba y dirigirse directo hacia mí.
Sus ojos verdes eran incluso más impresionantes de cerca.
—Hola —dije en cuanto lo tuve al frente. Agradecí que no apareciera un furioso rubor en mis mejillas.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó entonces el extraño, apoyando un brazo sobre la barra de modo que su cuerpo quedara girado parcialmente en mi dirección.
—Angélica —respondí—. ¿Y el tuyo?
—Erick —dijo. Reí y él levantó la esquina de su boca—. ¿Qué es tan gracioso?
—Es que tienes un nombre de chico guapo —contesté entre risas. Erick pareció gratamente sorprendido por mi intento patético de ligue.
Bueno, ya no podía recoger mis palabras. Ya estaban dichas.