Miedo.

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Apagar las luces de mi habitación a los 5 años siempre había sido una  tortura, tardaba 10 minutos en acomodar mi estúpida almohada después de que mi mamá salía  y no era porque me molestara, todo lo contrario, solía dormir muy bien en ella cuando era de día, lo que realmente sucedía era que quería perder el tiempo un poco más antes de tener que apagar las luces, pues, dentro de mi ropero siempre había algo, podía sentir su presencia, era un monstruo. Algo  le impedía salir y yo estaba feliz de que así fuera. Pues aunque le temía, prefería mil veces que estuviese dentro del ropero a que su presencia me asustara mas frente a mis ojos. Siempre supe que se encontraba ahí.

Cada vez que no podía con el miedo, en medio de la noche encendía mi lampara, abría mi libro de cuentos y me ponía a leer al azar. Cuando tenía 5 años no sabía leer, pero eso no me impedía abrir el libro y contar una historia con tan solo ver los dibujos, después de eso permanecía mirando fijamente al ropero, esperaba a que se fuera y sin darme cuenta me quedaba completamente dormida, supongo que los dos lo hacíamos.

siempre tuve miedo de mirar dentro de él, cada tanto me impedía a mí misma siquiera mirar en esa dirección antes de estar sobre la cama, le dije a mis padres, a mis abuelos, pero todos parecían solo ser condescendientes conmigo, pues me decían que todo estaría bien.

A la edad de 16 años me parecía estúpido aun tener ese miedo de mirar, seguía leyendo cuentos cada noche para alejar ese sentimiento de mí, pero mientras más crecía más estúpida me sentía, un día decidí enfrentar a ese monstruo que asechaba mi seguridad cada que el sol desaparecía, tome un largo trago de agua y suspire tan al fondo que me asegure de quedarme sin aire por un segundo, entonces, abrace mi libro de cuentos como un escudo contra mi pecho y dije en voz alta:

—¡DEJA DE MOLESTARME!

Tal vez hubiera sido un error no hacerlo, o tal vez fue un error hacerlo, pues, dentro de mi ropero se escucho un estruendo, mis piernas temblaron y mi estomago se retorció, pero nada pasó, ninguno de los dos se movió después de eso, pensé que había sido un poco dura, así que solo baje la voz y dije:

—¿Por qué siempre me miras desde ese oscuro lugar?

Entonces paso lo que temía, la puerta de mi ropero se abrió y mis ojos se cerraron al momento, abrace mis rodillas y en el silencio revuelto con mi miedo podía sentir a mi corazón palpitar al tope, ya no sentía las piernas y había comenzado a llorar, tenía miedo, pero también sabia que las apariencias engañaban.

Sentí algo moverse dentro de mi habitación, luego, una voz calmada y llena de ternura me hablo, me sentí relajada, pues al menos su voz no me daba recelo, pero su aspecto, eso era lo que más temía.

—Me gusta cuando me lees, tus cuentos, son hermosos, me hacen sentir... feliz.

—¿Qué quieres?— le pregunte.
Aun apretaba los ojos y escondía mi cabeza entre las rodillas.

—Solo quiero escucharte, me llamo Lewis.

Lewis. Era peculiar, su nombre no me decía nada, pero su voz, ese matiz que contenía me decía que era un ser tranquilo, un ser disímil a lo que yo había creído, entonces alce la cabeza aun sin abrir los ojos, el miedo corría por mis venas y me erizaba la piel.

—No debes temerme— me dijo.

Pero eso era ineludible.

Entonces los abrí, frente a mi había algo que jamás me hubiera imaginado, un ser lleno de pelo y de color morado, no describiré más porque no me creerían, pero era más susceptible que aterrador.

Solté una carcajada de entre miedo y alivio, pero seguía abrazando mis rodillas, el camino un poco hacia mi y yo retrocedí asustada borrando de mi rostro todo rastro de risa.

—No deberías de reírte de un anciano, aun puedo asustarte.

Yo negué, sabia que aun podía, aunque fuese tierno dentro de mi aun temía.

—Te prometo no hacerlo.

Me soltó de pronto, cuando yo aun pensaba en lo que sentía.

—¿A cambio de qué?

—De que me leas cuentos cada noche.

—¿Sin falta?

—Sin falta.

Acepte su propuesta, eso no me costaba, con el paso de los años se me había echo habitual el hacerlo, incluso de no hacerlo me habría sentido extraña.

A partir de esa noche mis cuentos ya no fueron por temor, si no solo para un amigo.

Le prometí que le leería cuentos todas las noches.

Entonces me di cuenta; cuando enfrentas a tus miedos no los destruyes, solo los haces tus amigos.

Me hice amiga de mi miedo, ahora le leo cuentos cada noche.

Miedo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora