Conozco tus límites, son francos y estrictos, inamovibles, aunque difíciles de alcanzar y distinguir. En exceso permisivo, una barbarie para las personas normales cruzando a tientas el páramo abierto de tu persona. Extensa llanura rodeada de escarpadas y firmes montañas, brutales si se les reta.
Quienes te conocen temen fallar a la confianza que les brindas, al sitio que hallan en tu entorno, lejos del rechazo social. Pastor de ovejas descarriadas y repudiadas. No, no un pastor. Más bien un rey. Uno de ellos que, en vez de acogerse a la manda firme de una vara de los maestros o los padres, opta por internarse en la salvaje urbe por su cuenta obligando a la ciudad a darle sitio.
Sin madre, sin padre, sin ningún familiar conocido, moras en las sombras al borde de un sistema creado para ilusionar a una infancia excluida, que pocos están dispuestos a ver con interés y darle un hogar. Adolescente curtido en el olvido y la indiferencia, perdiendo la posibilidad de ser parte de una familia, desesperado por una, te alejas en tu rebeldía de ser tomado en cuenta por los adultos, forjando una propia tribu en tus pares.
A la distancia te observo, recargado en una ventana supuestamente al azar de la biblioteca en el segundo piso. Te atrapo en mi vista periférica. Te encierro ahí. Te veo ocupado en charlas triviales con un grupito de desadaptados que esconde en latas de jugo, cerveza, debajo de un árbol sin hojas y un cielo plomizo, el invierno trayendo consigo suéteres y bufandas. No bebes. Hablas y juegas, lanzas mil groserías acompañadas del vaho del frío.
Si un maestro los descubre, es indudable que aceptarás compartir la culpa, y orgulloso enfrentarás el fuerte castigo. Probablemente la expulsión.
Leal, no un buen corazón sobrio. Prefieres el vino. Chiquillo pobre con estándares. Beberás cerveza si eso queda, de ser tu deseo, pero por gusto te inclinas por un trago "elegante".
El libro que finjo leer se levanta unos centímetros y cubre el alarde en mi rostro.
Fue una noche de hace unos años.
Te trasladador del orfanato en que viviste desde que te encontraron en un sucio departamento, con una nota de tu padre disculpándose por no poder cuidarte tras la muerte de su esposa, su cadáver en la entrada —de adorno un tiro en la sien—; a aquel que me daba asilo. Un orfanato fungiendo de sala de espera de los niños mayores, cuya adopción es básicamente imposible por su edad. Muy grandes para generar ternura en las parejas que buscan un vástago en blanco a moldear a su antojo.
En las paredes mohosas de una cocina regentada por una amable monja extranjera, de temblorosas manos y dientes mermados, apenas con las fuerzas para cocinar sopas calientes; respondiste al desafío del niño que recibió apático tu saludo alegre al ser presentado. Te prometí aceptar el saludo rechazado al mediodía, si demostrabas tu valor pasando la noche ahí.
Lo hiciste, temiendo a los fantasmas y monstruos y, ¡aún más!, al regaño y la irracional idea de ser echado a la calle. El terror de los abandonados.
Fuiste a la cocina, te seguí en silencio en una noche escasa de sueño. Un niño con insomnio, anomalía que habría alarmado a sus padres, y que en un huérfano no resulta más que hecho habitual e ignorado.
Aguardé en el pasillo, silencioso, a que salieras muerto de miedo.
No sucedió.
Tú deseo por pertenecer fue mayor. Tu pánico a no tener el reconocimiento, ganó, y dos horas después lo admití, escuchándote sollozar y asegurarte que no te irías.
Encendí la luz.
Tu hipido se cortó.
Te llamé.
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Estrella Binaria
FanfictionSomos una estrella binaria. Entes en perpetuo movimiento dentro de la existencia contraria, en su infinito, su eternidad y la aceptación mutua, unidos en sus similitudes y diferencias por la fuerza inconmensurable de un latido. Fandom: Bungo Stray...