El signo de los cuatro

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El signo de los cuatro 

Arthur Conan Doyle 

Indice 

Capítulo I             La ciencia del razonamiento deductivo  

Capítulo II            La exposición del caso  

Capítulo III   En busca de una solución   

Capítulo IV   La historia del hombre calvo  

Capítulo V           La tragedia del Pabellón Pondicherry 

Capítulo VI  Sherlock Holmes hace una demostración 

Capítulo VII   El episodio del barril 

Capítulo VIII   Los irregulares de Baker Street 

Capítulo IX   Se rompe la cadena 

Capítulo X   Fin del isleño 

Capítulo XI   El gran tesoro de Agra 

Capítulo XII   La extraña historia de Jonathan Small 

Capítulo I 

La ciencia del razonamiento deductivo 

  Sherlock Holmes cogió el frasco de la esquina de la repisa de la 

chimenea y sacó la jeringuilla hipodérmica de su elegante estuche de 

tafilete. Ajustó la delicada aguja con sus largos, blancos y nerviosos 

dedos y se remangó la manga izquierda de la camisa. Durante unos 

momentos, sus ojos pensativos se posaron en el fibroso antebrazo y 

en la muñeca, marcados por las cicatrices de innumerables 

pinchazos. Por último, clavó la afilada punta, apretó el minúsculo 

émbolo y se echó hacia atrás, hundiéndose en la butaca tapizada de 

terciopelo con un largo suspiro de satisfacción. 

Yo llevaba muchos meses presenciando esta escena tres veces al 

día, pero la costumbre no había logrado que mi mente la aceptara. 

Por el contrario, cada día me irritaba más contemplarla, y todas las 

noches me remordía la conciencia al pensar que me faltaba valor 

para protestar. Una y otra vez me hacía el propósito de decir lo que 

pensaba del asunto, pero había algo en los modales fríos y 

despreocupados de mi compañero que lo convertía en el último 

hombre con el que uno querría tomarse algo parecido a una libertad. 

Su enorme talento, su actitud dominante y la experiencia que yo tenía 

de sus muchas y extraordinarias cualidades me impedían decidirme a 

enfrentarme con él. Sin embargo, aquella tarde, tal vez a causa del beaune que había 

bebido en la comida, o tal vez por la irritación adicional que me 

produjo lo descarado de su conducta, sentí de pronto que ya no podía 

aguantar más. 

––¿Qué ha sido hoy? ––pregunté––. ¿Morfina o cocaína? Holmes 

levantó con languidez la mirada del viejo volumen de caracteres 

góticos que acababa de abrir.  

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