Entre más luces enciendo, para precisar mi pensamiento consciente, más perdido siento el afuera. Entre más acostumbro a este cuerpo a dormir en un tiempo sucumbido por el hombre, mas ciega me entiendo cuando veo el exterior.
Miro inmortales tonos ocres combatiendo, vaivenes de rayos de sol que decaen opacos, y el tiempo siendo inmensidad, en las nubes de otra tarde, marcadas manecillas de eternidad parsimoniosa. En medio del vuelo de lo que es inexplicable, irrevocable, asimismo, todo debería permanecer en silencio. Mi pensar, mi latir; el rocío apagado que es tu rostro al dormir.
Sé que una persona de mi época no debería dedicarse a esto. Reparo en todo a lo que estoy condenada a mirar jamás, si quiero continuar viviendo, aquí, sin convertirme en sal.
En medio del ocaso tormento, buscaría el evitarte la desdicha; arrojarte lejos, al momento en que el dolor se vuelve más insoportable. Desearía que te alejaras, sin permitirte el haber vislumbrado siquiera la amargura que provoca mi causa, y quedarme yo inerme, con el calor horrible entre las manos. Nada me lo impediría.
Ahora es tiempo de evocar, en mí forma, sublevaciones insurrectas. Avivar el espíritu, fuego descomunal de manifestaciones diversas. Perderme en las vanidades de mi propia decadencia. Escapar de la creación del hombre. Y escapar, incorpórea, de tus orbes de ciego. Así que no importa, si en este ahora, estoy condenada a tener que perderte.
A veces la muerte es necesaria para encontrar un destino preciso. Uno que te haga encontrar un sentido, aquel que no tengo aquí para ti.
Aun así recuerda que yo te quiero, y que no te quise herir.