† Tercera Parte †

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*Castillo Min en multimedia.
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—Te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Jimin repitió las palabras de forma mecánica mientras terminaba con su jornada de confesiones. Usualmente se tomaba el tiempo de escuchar atentamente a cada uno de sus confesores y darles consejos además de la respectiva penitencia a cumplir, pero esta vez apenas y pudo recordar cuales eran las palabras que tenía que decir. Ni siquiera meditó correctamente la penitencia adecuada a las faltas y él se consideraba a sí mismo alguien muy empeñado para/con su oficio.

—Puede irse en paz. —El hombre al otro lado del confesionario artículo un agradecimiento y después salió dando una inclinación al altar.

La razón de por qué el padre Park se encontraba tan ensimismado en su mundo era debido a nada más y nada menos que el Conde Min, quien no se había aparecido en la catedral en casi dos meses desde su último encuentro, sin embargo, no había escuchado ninguna noticia sobre desapariciones.

Durante las primeras dos semanas Jimin no se preocupó en lo absoluto, pues cosas así ya había sucedido antes. Cuando pasó el primer mes tenía miedo de que hubiera cancelado de forma prematura su trato y comenzarán otra vez los ataques, pero nada pasó. Ya con dos meses sin ver a Min en la catedral o el bosque o incluso en su habitación una extraña sensación de ansiedad comenzó a invadirlo a pesar de que él juraba que solo era preocupación de que volvieran a suceder los asesinatos. Con el paso de los días no podía dejar de pensar en el motivó tras la larga ausencia y aunque lo negara e intentara convencerse de que no era así, estaba ligeramente, muy ligeramente, preocupado por el paradero del Conde Min.

Quizá era el hecho de que se había acostumbrado a la presencia del pelinegro rondando cerca de él, pues si bien las visitas de Yoongi a la catedral eran originalmente para sus enfrentamientos, con el tiempo se encontró múltiples veces al Conde en los alrededores observándolo en la lejanía, e incluso ocasiones que se volvieron frecuentes donde se le acercaba en son de paz y lograban tener una conversación apropiada.

Incluso podría decir que ignorando el hecho de tener que matarlo, Jimin podría darse el lujo de decir que disfrutaba, bajo estricta norma de formalidad, la compañía de Yoongi. Resulta que el pelinegro era además de sarcástico y egocéntrico a más no poder también un hombre sumamente atento y culto. Podía pasarse horas charlando cordialmente con él de forma fluida y agradable.

A pesar de todo esto, nunca se dejaba llevar por las ideas y procuraba mantener los pies en la realidad recordando cual era su propósito y en definitiva no era volverse amigo del hombre.

Paró de divagar en cuanto escuchó la puerta del confesionario ser abierta nuevamente y a alguien ingresando en él. Le pareció extraño pues normalmente no eran más que dos o tres confesiones por día de las mismas personas de siempre, las cuales, ya habían pasado. Pero aún así se preparó mentalmente para mantener sus pensamientos en su sitio y centrarlos en su deber.

—En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, — pronunció Jimin con voz clara y pausada dirigida a la persona desconocida del lado contrario del reducido espacio.

—Amén. —Le respondió, y por un momento se congeló en su lugar.

Él conocía esa voz.

Sacrilege | ʏᴏᴏɴᴍɪɴ (corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora