Uno

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―¿Todavía lo tienes puesto? ―los dulces ojos café de mi amiga me ven con reproche y mucha simpatía.

―No podría quitármelo ―susurro.

―Nina tiene casi cinco, es hora de dejarlo ir.

―Ojalá fuera tan fácil ―su mano busca la mía sobre la vieja mesa de madera de la cafetería que frecuentamos desde que éramos apenas unas adolescentes.

―No lo estás traicionando, ni nada por el estilo, simplemente estás siguiendo el curso de la vida.

―Estuvimos casados por diez años...

―Y él murió, Emma.

―¿Tenemos que hablar de esto?

―Regresaste a tu ciudad natal después de muchos años para comenzar de cero, quitarte la sortija viene en ese cambio.

―Claro que no. Quiero una vida lejos de lo que me recuerda a él y quiero que mi hija esté con una versión más viva de mí, por eso vine. No a buscar compañía; el anillo los mantendrá alejados.

―Eres tan joven, sé que te sientes sola y eventualmente el amor llegará a ti, aunque le cierres la puerta ―veo a mi pequeña dormir en el carro de bebés. No se acuerda de Max, tenía dos meses cuando fue arrebatado de mis manos. Los ojos se me aguadan.

―Soñamos tanto tiempo con una familia, con ser papás y me mata la idea de que alguien más lo reemplace.

―Cuando ella esté en edad le podrás explicar todo lo que necesite ser explicado. Ahora sólo entiende que mami se ve triste a veces.

―No juegues sucio ―advierto.

―No lo hago, pero no debes pasar por alto el hecho de que ella lo siente. Cariño, el luto no puede cubrir toda tu vida. El universo hizo esto por alguna jodida razón, pero no es el fin. Te lo prometo.

―No sé qué sería de mí sin ti, Abby. Gracias.

―Te debo el que me cubrieras tantas veces con mamá.

―Aún lo sigo haciendo ―se echa a reír.

―Sigue creyendo que John es un gitano y que me iré con él en cualquier momento.

―¿Es factible? ―se echa a reír.

―Para nada. Tengo mi propia empresa de ropa y una casa maravillosa. No dejaría lo que me ha costado lágrimas, sudor y sangre por una aventura hippie. Lo que soy está aquí.

―Lo que soy está aquí ―apunto a mi hija.

―Corrección: una parte de lo que eres está ahí. El ser mujer no se reduce exclusivamente a ser madre. Hay tantas facetas tuyas que una no puede definirte.

―Siempre te dije que debías estudiar psicología.

―Mis clientes pagan el alto precio de mis prendas porque la terapia viene incluida ―reímos.

―Necesitaba esto ―digo con sinceridad.

―¿Ya sabes qué harás?

―Necesito inscribir a la niña al preescolar y comenzar a buscar trabajo.

―Muchos matarían por tener a una profesora con dos maestrías y medio doctorado.

―Mientras no esté terminado no cuenta y dudo terminarlo pronto. Debo asentarme primero.

―De nuevo, puedes quedarte en la casa. El viejo departamento que te regalaron tus padres debe estar más empolvado que tu vagina ―escupo el café y ella ríe a carcajadas.

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