Cuatro

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—¿Les dijiste "equipo Rocket" —una sonora carcajada escapa de sus labios—. Te amo, amiga.

—Son tan malos que dan pena —tomo un sorbo de mi café pensando en lo que dijeron al último—. ¿Qué sabes de Isabella? —de reojo veo a mi ojiazul jugando en un pequeño trampolín lleno de pelotas. Veo un poco de sudor en su frente y una enorme sonrisa.

—¿Quién es Isabella? —ruedo los ojos.

—Chica dibujos.

—Ah, la rara. Lo mismo que sabes tú.

—¿Novios?, ¿Casada?, ¿Viuda?

—No todas tienen tu suerte —era la única que podía hacer sonar como un chiste mi estado civil—. No que yo sepa, ¿de vuelta a tus andadas? —casi escupo mi café, eso no impide que comience a toser.

—Cállate. Eso está enterrado.

—Tan enterrado como los dedos de tu compañera de cuarto en tu cueva —levanta las cejas de manera graciosa.

—Fue apenas en los primeros meses de la universidad. Estaba experimentando —siento mi cara arder.

—La todo-poderosa doctora de Nottingham con sus encuentros lésbicos. Eres todo un estuche de monerías —ríe.

—Nunca debí decirte.

—¿Por qué lo preguntaste? —levanta las manos— Ya estoy en modo serio.

—Ellos preguntaron si ya había caído en sus redes.

—Quizá le saben algo o sólo tantean. En cualquier caso, mándalos a la mierda.

—Consejo número uno de Abigail —muestra su sonrisa orgullosa.

—La vi cerca de la casa de su madre hace unos días. Es guapa —agrega después de unos segundos.

—Eso no está bajo discusión, pero no la veo de esa forma.

—No te cierres; y no lo digo en doble sentido. Mereces ser feliz y vas a necesitar muchos refuerzos con esto de Max. No nos bloquees otra vez, por favor —mis ojos se humedecen.

—No lo haré, amiga, lo prometo —tomo su mano por encima de la mesa.

—Esa es mi chica —me da un apretón que dice todo lo que necesito sentir.

Salimos del lugar una hora después, cuando Nina se cansó de los juegos y cuando el sudor traspasaba su uniforme escolar. Abby nos dejó en nuestro apartamento con la promesa de venir en la semana para ver películas con nosotras. Noche de chicas. Noche que terminará con ella siendo regañada un millón de veces, ya sé que no podrá contener las malas palabras en su boca.

Paso una tarde maravillosa con mi hija; leemos, jugamos y vemos Matilda por enésima vez. Está fascinada con esa película, secretamente también lo estoy. Nos damos una ducha y estamos listas para ir a dormir. Un vaso de leche, acompañadas de una galleta debería ser suficientes para la cena. Cepillamos nuestros dientes antes de acostarnos. Ella se pega a mí y me abraza.

—Me gusta cuando sonríes.

—¿No lo hago a menudo? —niega.

—Tienes dos sonrisas. Una que nos muestras a la tía Abby y a mí y la que muestras a los demás —me sorprende lo detallista que es.

—¿Cuál es tu preferida?

—Duh —rio fuerte. Pregunta altamente estúpida.

—Te amo más que todas...

—Las estrellas del universo entero.

—Exactamente —beso su sien—. Duerme, amor mío.

Aparentemente está disfrutando mucho de su nueva escuela por lo que no está tan gruñona al despertar. Mientras camina no voltea y dice el nombre de los establecimientos. Los dice estrepitosamente mal, pero al menos lo está intentando. Deletrea y hace un esfuerzo enorme por leer. Amo que sea tan maravillosa. Lo sé, los padres dicen eso todo el tiempo. No lo entendía hasta que la tuve a ella.

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