3. Martes Universitario

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Llevábamos toda la tarde encerradas en la habitación de la residencia. En apenas un par de días eso parecía haberse convertido en una especie de rutina; acostumbrábamos a comer ahí y terminábamos tumbadas en la cama en un intento inútil de no acabar dormidas. Nos despertábamos una hora después y conversábamos acerca de las muchas cosas que teníamos que hacer y las mismas que no hacíamos.

–Irene dice que vayamos a tomar una cerveza –Natalia habló desde el baño mientras yo terminaba de desperezarme en la cama.

Aunque llevara el cepillo de dientes en la boca, había sido capaz de entenderla.

–Por mí, vale –me encogí de hombros sin ser consciente de que ella no podía verme desde allí.

Levanté mi cuerpo de la cama y empecé a estirar las sábanas un poco mientras intentaba ver a través de la ventana qué tiempo podía estar haciendo fuera. El frío todavía no había llegado.

–Deja de trabajar –apareció tras de mí y agarró las sábanas que yo estaba estirando–. Es mi casa, limpio yo.

Alcé ambas cejas de manera irónica.

–Natalia, he fregado los platos yo este mediodía.

Ella rodó los ojos.

–No sé qué voy a hacer contigo.

Nos conocíamos bien. Quizá tan solo llevábamos una semana viéndonos en persona, pero aquellos meses a través de la pantalla habían servido lo suficiente para saber, al menos, las cosas indispensables que necesitábamos saber de la otra. Aunque todavía, como era evidente, quedaba mucho por descubrir.

–Venga, vamos.

Abrí la puerta de la habitación y observé como Natalia se miraba al espejo antes de salir. Se colocaba el pelo de un lado a otro hasta dar con la posición perfecta, se subía los pantalones y se colocaba la sudadera.

–Voy con unas pintas impresionantes –escupió al cerrar la puerta tras de si.

Empecé a caminar por el estrecho pasillo mientras negaba con la cabeza. Cuando llegó a mi altura, me señalé la cara con el dedo índice y hablé muy seria.

–Yo voy sin maquillar.

Ella frunció el ceño.

–¿Y?

Eché la cabeza hacia adelante en un gesto que pretendía asegurar que era evidente lo que estaba pasando.

–Yo nunca salgo sin maquillar –aclaré.

Ella suspiró.

–Menuda tontería –empezamos a bajar las escaleras–. Estás mucho más guapa sin maquillar.

Al abrir la puerta, encontramos a Irene al otro lado esperándonos con los brazos cruzados. Yo negué.

–No lo estoy –pronuncié, dando además por zanjada la conversación–. ¿Dónde vamos a ir?

Las tres comenzamos a caminar por la misma calle de la residencia y anduvimos unos diez minutos en los que Irene no nos dejó pronunciar un par de palabras ya que tenía muchas cosas que contar en los dos días que no nos habíamos visto. La seguíamos a ella, pues decía saber perfectamente la calle que debíamos a ir para tomar unas cervezas a gusto en la zona antigua de la ciudad.

Los dos primeros bares en los que estuvimos tenían un "pero" para alguna de ellas dos, sin embargo a mi me habían parecido bien. Llevábamos dos rondas de cervezas en cada uno y al llegar al tercero casi que nos ofendimos porque el camarero quisiera saber qué queríamos. Llevábamos el olor de cerveza impregnado en el cuerpo y nuestros ojos ya parecían suplicar por ella nada más poner el culo en la silla.

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⏰ Última actualización: Jan 26, 2019 ⏰

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