Capítulo 1: Mundanzas.

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Capitulo 1: Mudanzas.

Amber y Sofi se encontraban frente su nueva casa, frente su nueva vida mientras ignoraban la seriedad del hecho de independizarse, lo cual ninguna conocía que podía llegar a resultar un desastre.

Amber miró a Sofi con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro, volviendo a su infancia.

–¡Tonta la ultima! –exclamó la mayor mientras echaba a correr hacia la casa a pesar de los quejidos de Sofi, quien le pisaba los talones.

La puerta se abrió ante el ligero roce de los dedos de Sofi y Amber, quienes sin ningún esfuerzo abrieron el portal del edificio, y observaron un pequeño espacio que tenia la función de recibidor. Amber subió las escaleras seguida de Sofi y entraron en su respectivo piso. Abrió una puerta, que chirrió mientras se abría, como en una casa encantada. Alguien le rozó el hombro y pegó un salto, asustada, pero cuando se dio la vuelta tan solo era Sofi mirando con una gran sonrisa la cocina. Amber no era una gran cocinera, en cambio Sofi, había nacido para esto.

Sofi se encargó de entornar de nuevo la puerta que daba a la cocina y ambas, agarradas de las manos caminaron hacia otra puerta.

Todo estaba oscuro, y todavía ninguna de las dos encontraba el interruptor de la luz cuando de repente la luz se encendió.

Sofi pegó un grito, y Amber comenzó a reírse. Había sido ella la que «por arte de magia» había encendido la luz.

–No me pegues esos sustos. –le exigió Sofi a Amber, que todavía se reía por la cara que había puesto Sofi.

–Perdón, perdón. –Amber fingió limpiarse una lágrima mientras caminaba hacia una puerta, posó su mano en la manilla pero no hizo falta ningún tipo de esfuerzo, ya que la puerta se abrió sola. Encogiéndose de hombros entró en el salón, decorado con muebles vintage.

–Sofi, ven. -gritó Amber mientras se aproximaba a unas cuantas velas para encenderlas.

–¿No hay luz aquí? –preguntó Sofi mientras se abrazaba a Amber, que estaba encendiendo todas las velas de la sala. Amber negó con su cabeza y cuando terminó de iluminar el salón observaron que no había tele.

–¿Pero a quién demonios le han comprado esta casa tus padres? –preguntó Amber. –¡No hay tele! –exclamó como si ese detalle fuese el fin del mundo, y en efecto, para las dos alocadas jóvenes, no tener tele era como si el apocalipsis estuviese haciendo acto de presencia.

–No lo sé, pero tendremos que llamar a un electricista. No pienso vivir iluminada por unas cuantas velas baratas de los chinos. –dijo Sofi.

–Llamo ahora. –Amber se hurgó en el bolsillo del pantalón y sacó su móvil, pero cuando intentó llamar, no había señal. A regañadientes Amber salió de la casa para llamar.

Buscó en sus contactos el electricista que iba siempre a su casa y le dio al pequeño botón verde. Después de cuatro pitidos, la voz gruesa de un hombre sonó a través de su teléfono.

–Necesito que venga a la calle Guetherwood, no tenemos luz. –le dijo Amber con seguridad en su voz.

–Hasta mañana a las 5 de la tarde no puedo. –Amber frunció sus labios en una mueca desaprobatoria.

–Pues a las 5, mañana, le estaré esperando. –el hombre colgó la llamada y Amber guardó su móvil en el bolsillo trasero de su pantalón.

Entró de nuevo en el edificio y subió las escaleras para entrar en su piso.

–Sofi, ¿Dónde estás? –preguntó Amber con media voz pero no obtuvo respuesta alguna. Empezó a caminar, dejando la puerta de la entrada abierta y vio unas escaleras que daban a una segunda planta (como si fuese una especie de dúplex). Empezó a subir por ellas y un fuerte portazo la detuvo. Miró hacia atrás y la puerta de entrada estaba cerrada.

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