2. augurio

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Soñó con su prometida, pero su mente lo engañaba y la hacía parecer el ser más maravilloso del mundo, la hacía parecer la correcta. Cocinaba el desayuno mientras tarareaba una simple melodía, la abrazaba y posaba sus manos en su abdomen.

Ella reía, no se merece todo esto, no merece que la lastime, sus mentiras saben a cobre, y endulzan los oídos de su prometida. Quiere quitarse la boca, y a ella sus ojos, borrarle la memoria y desaparecer sin que lo note, sin dejar huella y sin que duela.

Da vueltas por la cocina con una sartén en la mano, todo parece demasiado perfecto, demasiado artificial. Ella es hermosa, su sonrisa es sincera, sus sentimientos son puros y solo para él, toca su mejilla y limpia las lágrimas que no sabía que estaba derramando, ella se toca el vientre y luego toca su pecho.

“Son el amor de mi vida” dice y besa sus labios.

Siente que no puede respirar, la culpa va consumiéndolo de a pedazos.

La escena cambia, está de nuevo en el Reverie, pero es el único en el lugar. Ten está sentado en el centro del escenario, completamente vestido de blanco. Es un ángel, lucifer antes de ser expulsado del paraíso.

“todo este tiempo has soñado conmigo

No con mi rostro, no con mis manos ni mi nombre

Has soñado con conocerme, sin saber por qué, sin saber nada sobre mí o donde encontrarme

Ahora me ves, soy tus alas y si no vuelas ahora, no lo harás nunca”

El lugar se transforma en una iglesia, y a ella siempre le sentó el blanco, el vestido de novia la hacía ver como una reina. Sus amigos le daban ánimos y bromeaban a su espalda.

Miles de palabras salieron de sus labios pero ninguna llegó a ser comprensible a sus oídos, parecía un autómata repitiendo un discurso que ni siquiera había escrito, palabras vacías que prometían una eternidad, pero el ‘acepto’ jamás fue dicho.

-

En su agenda apretada tan solo podían coincidir los miércoles en la tarde, iban a un sitio que les quedaba cerca, pedían la misma taza de café y disfrutaban de la compañía del otro sin mirar la hora. Se comunicaban todo el tiempo, ahora Ten se despertaba siempre con un mensaje de ‘buenos días’, y caía dormido escuchando su voz tras el teléfono.

-¿cuánto llevas ahí parado?- preguntó buscando las llaves de su cuarto en su bolsillo. Ten lo estaba esperando frente a su puerta.

-¿ni siquiera un ‘hola’ o un ‘cómo estás’ al menos? Definitivamente los americanos no tienen modales.-

- Lo siento.- dijo bajando la mirada

-Hey, es broma.- Ten buscaba su mirada, pero Johnny parecía demasiado ocupado en abrir la puerta del cuarto de hotel.

Entran en silencio, uno cómodo, correcto para el momento, respiran y se miran el uno al otro, sonríen, ninguno sabe por qué pero se siente bien estar así, tal vez por eso Ten fue hasta allí. ¿curiosidad? ¿necesidad? ninguno sabe a ciencia cierta, pero aquello es bueno, no lo dejarán pasar así como así.

-Debiste haberme llamado, así no hubieras tenido que quedarte ahí parado quien sabe por cuanto.- dijo tomando una botella de vino del pequeño refrigerador junto a su cama.

-Estabas en el trabajo, de todas maneras hubiera tenido que esperarte.-

-¿Vino?.- preguntó ofreciéndole una copa, Ten asintio.

Se sentaron el el piso, uno frente al otro y en la primera copa Johnny aprendió un par de cosas sobre Ten: no era de Bangkok, hace cuatro años no ve a su madre y está completamente solo.

Ambos compartieron su vida, de un extremo del mundo a otro, de Mercurio a Marte, dándole la vuelta a la tierra para encontrarse, ahora en el mismo sitio, compartiendo un mismo aire, y una misma botella de vino.

El alcohol facilitó todo, más que el café de miércoles en la tarde, hablaban sin frenar, sin evitar temas o formalidades, había pasado casi un mes desde que se conocieron, que más se sentía como años. Bangkok, amor y vino.

-Llegué a Bangkok hace seis meses, antes de llegar lo que pasé fue...fue horrible, una tortura que no le deseo a nadie..

-No tienes que contármelo si no quieres.-

-De todas formas lo he guardado por mucho, es hora de que la maldita historia salga de mi pecho.- dijo acabándose su copa de un solo trago.

>>Antes vivía bien, con lo poco que tenía, con lo poco que conseguía con mi trabajo y el de mi madre. Vivíamos, con poco pero al menos nos teníamos el uno al otro.

Nací en un pueblo pequeño al norte de Tailandia, todo era tranquilo, mi futuro no parecía muy brillante, no tenía suficiente dinero para salir del pueblo a la capital, mucho menos para una universidad.

Un día un hombre japonés llegó al pueblo, ofrecía un trabajo de mesero en un restaurante Tailandés en Tokio, solo necesitaba saber un poco de inglés y tener más de 15 años. Salí volando, sin pensar si era seguro, sin pensar en si aquello era verdad. Mi madre me dejó ir, feliz de ver a su hijo tomar un rumbo distinto, éramos demasiado ilusos.

Mi madre gastó sus ahorros para comprarme una maleta, estábamos flotando de alegría, y llegué a Tokio con todos mis sueños de equipaje.

Me drogaron, me desnudaron y me encerraron durante una semana. Solo recuerdo que la primera vez dolió demasiado, y quien sea que me tomó esa noche, me tenía amordazado, ni siquiera logré ver su rostro, tan solo recuerdo el cuarto a oscuras, el aliento del hombre en mi cuello y golpes, saliva, dolor, sentía que me quemaba de adentro hacia afuera.

De ahí en adelante veía a unos diez hombres por día, no hablaba con nadie, me servían un poco de arroz con pescado dos veces al día y los hombres seguían llegando.

Sus cuerpos me provocaba arcadas, las marcas de sus manos sobre mí parecían hechas de ácido, pero no podía resistirme, los castigos iban desde dejarme dos días sin nada de comer hasta cortarme un dedo, obedecí por mi bien, yacía completamente inmóvil mientras me robaban mi cuerpo, y completamente adormecido por las drogas que me daban para mantenerme a raya.

Así pasaron tres años, intenté suicidarme dos veces pero fue inútil, por aquello también me castigaron, y tuve que atender el doble de clientes por una semana.

Guardé silencio por tres años, morí unas mil veces en todo ese tiempo, estuve conciente tan solo la mitad, increíblemente terminé limpio de cualquier enfermedad, y la historia de cómo logré salir de allí la dejaré para otro día, en parte porque no quiero contarla aún y en parte porque es una razón para volver a verte.- su voz se quebraba por momentos, pero no se permitía llorar.

-No puedo ni imaginarme el infierno que tuviste que pasar, lo siento, yo...jamás me imaginé algo por el estilo, es horrible, nadie debería pasar por aquello, nadie, nunca y mucho menos alguien tan joven como tú.

-Ya pasó, ya no tengo nada de qué preocuparme, ahora...ahora soy libre.- rompió en llanto sin más, dejando volar parte de su historia, dejando que el polvo de su borrosa memoria se deshaga de los rastros de sus batallas y que los brazos que ahora lo rodean curen las heridas de las guerras que ha luchado.

Sollozaba en el pecho de Johnny sin vergüenza alguna, sin detenerse a pensar si de verdad confiaba en ese hombre, pero luego recordó que él lo había traído a ese mismo cuarto semanas atrás, sus actos fueron completamente desinteresados, jamás le pidió algo a cambio y tenía la mirada más honesta que alguna vez vio, el alma atormentada, pero limpia, eso pensó.

-Por favor quédate esta noche.- Johnny musitó tímidamente en su oído, y Ten asintió, aún abrazándolo con fuerza.

Ten durmió acostado en su pecho, sus ojos aún desbordándose, y Johnny limpiando sus lágrimas. Su corazón dolía y se aferraron el uno al otro, manteniéndose a flote con tan solo estar cerca.

-¿Por qué confías tanto en mí?- preguntó Johnny en voz baja.

-Lo veo en tus ojos, sé que no eres capaz de hacerme daño.

▪PIEL▪ JohntenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora