¿Las moscas también son felices?

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Y ahí estaba yo, sentada en una cafetería lejos de mi departamento en medio de una tarde calurosa, era miércoles y las seis de la tarde asomaban por la ventana en medio de un sol que en vez de lucir hermoso deslumbraba mis ojos de manera molesta.

-¿Podemos movernos a otra mesa? El sol me da directo en la cara- Dije al hombre sentado frente a mi quien prestaba mas atención al menú (Aunque conociera de memoria lo que ya había ahí) que a mi severa molestia.

-Siempre nos sentamos aquí -Dijo él sin verme

-Y siempre me da el sol en la cara -Refute sosteniendo el menú frente a mi rostro

-Bien -Respondió, en ese típico tono que reconocía cuando estaba molesto conmigo, se levanto de la mesa y se movió justo a otra más solitaria y fría, siempre terminábamos en esa mesa y seguía sin entender como es que la rutina se había vuelto tan tonta, llegábamos, nos sentábamos en una mesa donde daba el sol y terminábamos en una mesa mas fría alejados del resto, siempre era así, repito siempre. Lo observe unos segundos y cuando se acerco la camarera a pedir la orden.

-Dos hamburguesas dobles, papas y café

-Dos hamburguesas dobles, papás y café -Respondimos al unisono, el me miro reprochando y yo solo le sostuve la mirada, serena mientras la chica se retiraba.

-¿No querías eso? -Pregunto.

-Es que, ya no te amo -Solté.


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