Siete de la mañana, odias el sonido de la alarma, pero sabes que no puedes arrojar por la ventana el teléfono celular. Te resignas, aceptas el levantarte para comenzar con la rutina. Escuchas el ruido de tus hijos a lo lejos y a tu esposa que te anima a unirte al desayuno. Estás cansado y harto. Optas por meterte a la ducha, intentando ignorar la lista de obligaciones para el día de hoy. Suspiras ¿Por qué sigues aquí?
¡Vaya día de descanso! Te repites una y otra vez mientras continuas con el laberinto de locales a los cuales debes asistir para hacer las compras de la semana. Miras tu teléfono, tienes seis llamadas perdidas y dos mensajes de voz. Sabes perfectamente de quién son. Martha ha estado molestando estos últimos días con la loca idea de que vivan juntos ¿Acaso será tonta? Es cierto que no le dijiste que estabas casado, pero nadie piensa que una aventura pueda convertirse en algo serio, eso jamás pasa.
Te preguntas por qué lo hiciste, jamás habías engañado a Mariana, pero aun así pasó. Llevas algún tiempo saliendo con otra mujer, momentos de adrenalina en cualquier hotel barato, nada serio, por supuesto. Ahora tu gran hazaña se volvía hacia ti, tienes que poner un alto, te estresas, pero lo sabes. Aunque parece que te lo estás pensando, porque te lo estás pensando ¿No? El dejarlo todo, irte con ella y comenzar de nuevo, dejar la casa tan llena de ruido e irte a un departamento a vivir un amor como los de preparatoria ¡Vaya tontería! Pero sería bueno, claro que lo sería. Todos lo saben.
Suspiras, recuerdas, te sientes culpable y lo aceptas. Pero es la madre de tus hijos y no puedes hacerlo, es tu familia. Después de todo ella siempre ha estado contigo. En las buenas y en las malas. Lo prometiste, no te retractes, no quedes como un cobarde, no lo hagas.
Regresas a casa, miras a tus hijos gritándote papá, cargas a uno y te emociona. A veces olvidas lo feliz que eres ante esos pequeños detalles. Ellos son lo mejor que te ha pasado. Hueles la comida recién hecha, tu favorita. Sonríes y la miras, tan linda como siempre, sabes que la quieres, de eso no hay duda. No podrías dejarla, no quieres. Caminas hacía la cocina y le das un beso. Ahora lo sabes. Abres tu teléfono y bloqueas el número. no volverá a pasar. Ya no.
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Contigo
Short StoryEl sonido de las manecillas del reloj se escuchaba con eco en aquella habitación blanca inundada de nervios. Varias hojas eran puestas en la mesa. Él tomó la pluma, con la mirada perdida en un intento de que pareciera que leía aquel documento que se...