Vivimos días en que los espíritus perversos reinan en la Tierra, nos controlan, nos incitan, nos arruinan la vida. Te preguntarás cómo es esto posible. Pues es muy fácil: nos conocen, se nos acercan, se hacen pasar por amigos.
En los tiempos de nuestros abuelos y bisabuelos, la amistad era algo real, el amor era real, el honor era real. Las personas se prometían unas a otras amor eterno, y el amor era eterno. Los poetas escribían sobre algo que sentían, y no sobre algo que sus jefes le mandaban a escribir con plazo límite.
Todo eso era posible porque no vivía entre nosotros, con una posición privilegiada en nuestras vidas, el Espíritu de la Soledad. Ese es el que se encarga de que cada día estemos más solos, de que cada momento que pasamos en nuestras vidas, andemos buscando algo que la mayoría de las veces, está frente a nuestras pestañas, a la distancia de un suspiro, gritando dentro de sí: "Tu eres la razón por la que estoy en este mundo. Encuéntrame!" Ese espíritu es la razón por la que nunca encontramos nuestra pareja ideal, o por la que nuestra persona perfecta es ese chico que conocí en un libro, el protagonista hermoso, sexy y a la vez tierno, fuerte y delicado en proporciones correctas, romántico... Ese chico malo, que todas desean, pero solo tiene ojos para ti, y que deja su pandilla de gamberros para salir contigo al cine. Que por tu amor se convierte en bueno. O esa chica que viste en una película, sexy, cuerpo de Miss y cerebro de Einstein, que es capaz de dejar de ser todo lo que representa para adaptarse a tus necesidades, que no te cela, ni te prohíbe salir con tus amigos, y sobre todo, que te compra porno por tu cumpleaños y te propone hacer un trío con su mejor amiga, que también es muuuuy sexy. Ese espíritu es el encargado que de que nos enamoremos de ese chico o de esa chica, que no existe, y que no veamos la realidad.
Vamos a conocer la historia de este chico: David, nombre fuerte, un hombre valiente, honesto, sensible.... y a esta chica: Clara, que fue el primer nombre que me vino a la mente.
