Prólogo

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El frío del norte soplaba fuertemente, haciendo que me castañearan los dientes. Aunque la nevada que acababa de surgir tampoco me hacía el camino a casa más fácil.

Hace apenas una semana que nos habíamos mudado a una pequeña ciudad situada a las afueras de Canadá y todavía seguíamos sin acostumbrarnos al fuerte frío y al par de nevadas que surgían de la nada cada semana.

Las calles estaban desiertas, ya que la mayoría de gente cenaba en su casa.

A cada paso que daba la mochila que cargaba daba suaves golpecitos en mi espalda, haciendo que las cajas de los regalos de Navidad que acababa de comprar dañaran la fina rebeca que llevaba puesta.

Sin darme cuenta había acabado en un callejón. Suspiré frustrada, esto de ser nueva aquí no me estaba gustando. Me apollé en la única farola de la pequeña calle, y del bolsillo trasero de mi pantalón saqué un minúsculo mapa de la ciudad en la que me hospedaba.

Sí, mis padres sabían lo torpe que era. Esa era la razón de por qué llevaba un estúpido mapa, en el cual no sabía ubicarme.

Estaba muy concentrada, hasta tal punto que ni siquiera había notado que un hombre robusto se dirigía hacia mí en completo silencio.

Pasaron los segundos, y lo único que escuché fue el sonido que hacía un cuchillo al sacarlo de su vaina.

Mis ojos rápidamente se situaron en el hombre que se encontraba justo detrás de mí, el cual ahora posicionaba bruscamente su navaja en mi cuello.

El mapa se resbaló entre mis dedos, danzó en el aire y acabó posándose en el blanco suelo. Mi respiración hacía tiempo que estaba paralizada, y pequeñas lágrimas silenciosas se deslizaban por mis mejillas.

- Dame todo el dinero que tengas o juro que te mato ahora mismo. - Soltó el hombre. Al oír su estridente y rasposa voz mi cuerpo tembló, haciendo que un pequeño sollozo se escapara de mis labios.

- Le-le ju-juro que no tengo na-nada. - Susurré en un balbuceo casi inentendible.

- Maldita niñata. - Susurró resignado. - No me queda otra que matarte, no debo dejar huellas.

Tragué saliva ruidosamente y me preparé para el corte que me quitaría la vida. Varias imágenes se materializaron en mi mente, imágenes de todos los hermosos recuerdos de mi vida. Sonreí en mi interior, aún sabiendo que no merecía morir ni aquí ni ahora.

El hombre apretó aún más su rugosa mano en el mango del cuchillo, llegó el momento. Cerré más los ojos, con tal fuerza que hasta las lágrimas cesaron.

Esperé el corte, sí, lo esperé. Pero nunca llegó. Abrí los ojos lentamente y lo que me encontré no era algo que esperaba.

Un chico de pelo oscuro, agarraba el cuello del hombre con un brazo, haciendo que éste soltara la pistola debido a la abrupta e inesperada presión en su garganta.

- ¡Corre! - Gritó el castaño. Sus ojos grises brillaban como luciérnagas en la noche y te incitaban a acatar sus órdenes.

Asentí a la nada y corrí como si la vida me fuera en ello, aunque en realidad era literal. Al instante me preocupé por el chico. Por mucho que supiera defenderse no podía evitar sentir mucha preocupación. De repente sentí unas enormes ganas de volver y ayudarle, porque por muy peligrosa que sea la situación mi buena fé en ayudar a las personas necesitadas siempre salía a la luz.

Pero mi mente decidió ir contra mi corazón y su imagen mientras dejaba casi inconsciente a aquel hombre volvía a posarse como si lo tuviera delante de mis ojos.

Seguí corriendo y al final divisé mi casa. Entré en mi nuevo hogar aún con el corazón saliéndose de mi pecho. Temblando, saqué las llaves lo más rápido que pude. Una vez cerré la puerta me deslicé por ella y acabé en el suelo con la cabeza entre las piernas.

Mis padres, quienes se acababan de percatar de mi presencia corrieron hacia mí. Sacudían mis hombros para que les mirara o dijera algo sobre lo ocurrido aunque todos sus esfuerzos para que lo hiciera eran en vano.

No solté palabra hasta el día siguiente, que fue cuando les conté sobre lo ocurrido. Me masacraron a preguntas que no tenían respuestas y a súplicas por saber más detalles para poder así denunciar a aquel bastardo y para agradecer al chico que me salvó, eso sí aún estaba vivo.

Después de poner la denuncia en la comisaría del pueblo, todas las unidades se dirigieron a la callejuela que les había descrito. Y tras llegar allí lo único que encontraron fue el cuerpo inerte del hombre. Lo habían matado, con su propia navaja.

Me interrogaron para saber más sobre el chico, pero les dije que no vi nada apenas, aunque en realidad no se daban cuenta de que protegía al misterioso sujeto.

Sinceramente, no me importaba que lo hubiera matado. Lo defendía porque el había hecho lo mismo por mí. Le debía la vida a ese chico de ojos grises.

Y es que, si lo había matado significaba que seguía vivo. Así que pienso encontrarlo, cueste lo que cueste.

Between the four shadowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora