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Era fecha de agosto. El insoportable calor y llanto de estudiantes que no querían volver a clases lo anunciaban. Marcos, un estudiante de tercero de preparatoria, apenas terminaba su desayuno entre los gritos de sus padres por todo el pequeño comedor.

—¡Claro! Siempre dices esa estupidez. ¿No te cansas de repetir el mismo argumento? —gritaba su padre aún comiendo el desayuno que le preparó su esposa.

—¡Pues te voy a decir una cosa! Él sí terminó su carrera y podría estarme dando una mejor vida. ¿Cómo la ves? —respondió la mujer.

El señor golpeó la mesa con furia. Marcos vio su vaso de leche salpicar sobre sus huevos estrellados.

—¿Sabes? ¡Vete a la chingada! Ya no pienso comer esta mierda de comida, no me arriesgo a que me envenenes. Nomás no te agarro a golpes porque me echan la patrulla —el hombre se puso de pie casi derribando la mesa.

—Sí, por favor pégame. Así no necesito tu firma para el maldito divorcio. ¡Nos harías a todos un gran favor! —renegó su esposa.

—Qué bueno que no te hice más chamacos para que no me arruines la vida con pensiones. Así son todas las mujeres, unas interesadas de mierda.

Marcos se puso de pie y tomó su mochila. Con la cabeza a punto de explotar, se aproximó a la puerta y se dio vuelta antes de salir.

—A la próxima yo pido el plato envenenado. Lo que sea por ya no escucharlos otra vez —dijo en tono serio.

—Tú quieres otra arrastrada, ¿verdad? —preguntó su padre.

—Si esta vez haces el favor de matarme, sí —contestó Marcos y azotó la puerta al salir. No temía a confrontarlo ya que el hombre sólo necesitaba otra llamada a la policía para ir a la cárcel, y al chico no le molestaba recibir la golpiza de su vida a costa de eso.

La banqueta fuera de su casa recibió al chico con un hombre imprudente en bicicleta y dos señoras gruñonas con carriolas, el ambiente apresurado típico de una ciudad sobrepoblada. Caminó con cansancio en los ojos hasta la esquina y notó que una de sus amigas ya lo esperaba ahí, era Natalia. Se encontraba debajo de unos árboles a punto de tornarse cafés.

—Creí que eso del cabello largo terminaría estas vacaciones —dijo la chica y lo recibió con un abrazo.

—Sólo me da flojera cortarlo. Veo que el arcoíris que tenías por cabello ya se despintó —contestó y tocó su cabello corto y voluminoso.

Ya se alcanzaban a notar las raíces castañas y el color que antes era una combinación de pasteles ahora se veía casi amarillo. La chica tenía la afición de utilizar moños hechos de envolturas de galletas y ese día no era la excepción. Eso aunado al hecho de su costumbre de dibujarse figuras geométricas en las mejillas la volvían una persona muy extravagante. Sus facciones eran finas, tenía la piel cálida y era delgada.

—Lo iba a retocar ayer, pero me quedé dormida en cuanto toqué el sillón —dijo ella.

—De seguro te quedaste trabajando hasta tarde de nuevo —reprimió el chico.

—Ya sabes que debo ahorrar lo más que pueda —contestó Natalia—. Ya llevo la mitad de lo que necesito.

Marcos asintió con una sonrisa.

—¿Aún no ha llegado Vivi? —preguntó él.

—Lleva un mes sin hablarme, pensé que ustedes dos ya se habían puesto de acuerdo.

—Ayer me mandó un mensaje, pero muy seco. Ni siquiera me dijo si nos vería aquí o no —contestó él.

—Ha estado así desde que reprobó por primera vez en su vida. Igual ya se sabe el camino, vámonos —dijo Natalia y Marcos asintió.

tres uno xWhere stories live. Discover now