Sí, ya sé, esperabas que empiece el cuento con el "Había una veeez...", pero no, preferí empezarlo con un sí, porque es una palabra con la que siempre me he sentido identificado y porque resulta muy agradable a mis oídos. Debe ser porque la i en nuestra boca hace un sonido más dulce que la o, que parece más seria y formal. Cuando pronunciamos varios sí seguidos, todo se torna más llevadero, en cambio la otra, siempre trae problemas. En la vida cotidiana, cada vez que aparece un no se produce un conflicto porque escucharla desagrada bastante. Es la negación a un pedido, a una invitación, a un deseo
Si uno pregunta es para escuchar un sí porque para escuchar la otra, la que nos niega, mejor no preguntar. Si intuimos el no es mejor esperar el momento, trabajar para un sí y preguntar más tarde. Creo que no estamos preparados para escucharla. Sabemos que un oportuno no educa pero cómo molesta. Es un gran desafío aceptarla. Así que, como te decía, preferí empezar el relato con una palabra positiva, tanto como esta demorada historia. Querés leerla? (ves?, es como te decía... mirá si me decís que no; creo que no estoy preparado...).
Todo sucedió en el cielo, esa inconmensurable llanura de color, aburridamente, celeste, siempre y cuando no sea felizmente atravesada por una ráfaga naranja. Y que cambia de matices según el ánimo y el humor de él, el emperador del espacio, el sol. Hay días que está muy rojo, dicen que de tanto correr de un continente a otro, desparramando vida. En otras ocasiones se esconde, y nos entrega su resplandor sin dejarse ver. Tímidamente. Controla todo desde un rinconcito y disfruta viéndonos disfrutar a él. Y después de una gran labor suele tomarse algunas horitas de descanso. Ahí es cuando le pide a las nubes que salgan en su lugar. Ellas, cuando el sol exagera un poco, cuando sobreactúa, nos achicharra y derrite, acumulan sabiamente un poco de agua y nos envía un aliviador aguacero.
Cuando el campo se muere de sequía las nubes hacen jornada doble y, tan solidaria como enérgicamente, nos despacha una torrencial lluvia. Y la tierra, y los seres que la habitan, agradecidos la endiosan. Y luego sí, como ajeno a tanto despliegue de la naturaleza, reaparece el sol. Y continúa el ciclo. Para seguir dando vida, para alimentarnos con su luz...
Será éste el relato de un día clave en la vida del sol, que, tengo mi sospecha, no hay ni hubo uno sólo. Es imposible. Ellos, acostumbrados a ser reyes y a estar por encima de todos, a ser venerados por tantas civilizaciones, no son tan soberbios como creemos. O por lo menos, el protagonista de esta historia afortunadamente no lo es.
En su soledad, con la compañía, apenas, de una lejana luna a la que ilumina a diario y que todos se empeñan en presentarla como su amante, sorprendido se vio una fresca tarde de septiembre. Observó unos globos anaranjados que, como guirnaldas de un árbol navideño despabilaban el gris cielo, y mientras el viento los conducía a su destino final se le iban acercando cada vez más, a medida que se alejaban de la mano que, generosamente, los liberó.
Ocurrió en la tierra, en un sentido homenaje a la Paz, y no sólo le regalaron el cielo a estos simpáticos panzones con ombligo, también hicieron lo propio con cientos de palomas que desde la creación de Picasso hasta nuestros días, se han convertido en el símbolo pacífico por excelencia. Revolotearon sobre nuestras cabezas, ahuyentando por un instante enfrentamientos y absurdas guerras hasta perderse, globos y palomas, definitivamente en el espacio. Y los globos se acomodaron en el cielo. Desorientados, perdidos, temerosos en su nuevo e inesperado hogar. Inquietos y curiosos, indagando a su alrededor, cruzaron sus miradas por vez primera con el sol, dueño milenario de la bóveda espacial. Y hay que mirar fijamente al sol! Qué presencia. Cuánta personalidad.
Durante un tiempo se estudiaron mutuamente, se midieron, desconfiaron... hasta que por fin, creyeron en la amistad, y se entregaron.
No se lo dijeron para no agrandarlo pero, como casi todos, también ellos lo veneraban. Habían escuchado incontables historias que, a lo largo de, justamente, la historia, lo tenían como destacado protagonista. Supieron que en la antigüedad, para muchas culturas, el sol era un dios. Era reverenciado por egipcios, chinos, griegos, incas, aztecas... El culto al sol prevaleció durante siglos y siglos.
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"El sol que quiso ser globo... (y lo fue)" - Alejandro Costas, cuento original.
Short StoryLos soles, siempre soberbios y vanidosos, adorados desde remotas civilizaciones y acostumbrados a reinar, jamás sospecharon que uno de ellos los defraudaría. Aquel sol, dotado de tanta inteligencia como sensibilidad, no tardó en aprender que el s...