Valle de la Pascua, Venezuela, 16 de Septiembre de 2018
7:00 AM
Ya se me hacía tarde para ir a la universidad, por suerte no quedaba muy lejos de mi casa. Me encontraba cepillando mi boca después de desayunar junto a mi hermano, mi madre y mi padre; nos habíamos acostumbrado a comer en familia hace poco; compartir con ellos en las mañanas se ha convertido en una de mis actividades favoritas. Salí del baño y estaba mi hermanito esperando en la puerta para entrar: —Tardas demasiado solo para cepillarte —reclamó. Sonreí y despeinando su cabello le dije: —Hay que lavarse bien los dientes, entra que se te hace tarde.
Me dirige a la sala dónde se encontraba mi mamá despidiendo a mi padre que se iba a trabajar, me despedí de ambos y comencé mi trayecto a la universidad, solo serían unos quince minutos de camino.
A mitad de camino me topé con un pequeño perrito, era muy tierno y aunque nada tenía que ver, me hizo recordar a Steve, quizá solo por el color azabache de su pelaje.
Steve y yo habíamos cortado relaciones hace un par de meses, desde ese 26 de Junio. Aunque no fue la última vez que vino, no. Siguió haciendo sus apariciones; pero ya no era puntual, ya no me intimidaba, ya no era tan grande y casi que ya no le escuchaba. Seguía aplicando la misma técnica, seguía convirtiendo mi dolor en arte, puesto que cuando él aparecía yo tomaba mi guitarra y empezaba a cantar junto al melodioso sonido de sus cuerdas. Mientras yo mejoraba día a día con la guitarra y el canto, él se hacía cada vez más pequeño. Hasta comencé a tocar el instrumento por diversión, como lo hacía tiempo atrás. Hace ya una semana de la última vez que Steve me visitó y yo ya no le temo.
Mis amigos me recibieron con sonrisas y abrazos al llegar a la universidad, mi hermano tenía razón; hay gente por la que vale la pena vivir. Pasamos la mañana entre clases y risas, el tiempo pasa volando cuando te diviertes, cuanta diferencia con aquellas noches que pasé sola con Steve. En un parpadeo ya había llegado el mediodía y con él, el almuerzo.
De vuelta a casa para comer me topé nuevamente con el pequeño perrito azabache, parecía no tener dueño y decidí adoptarle.
— ¿Qué nombre le pondrás? —preguntó mi hermano mientras comíamos el almuerzo.
Ya lo había pensado. Aunque quería borrar todo rastro de Steve de mi vida, sabía que no podría eliminarle por completo; así que decidí darle un nuevo significado a lo que había sido ese nombre tan nefasto, un significado alegre, lleno de vida, leal y amoroso.
— Se llamará Steve.
— ¿Steve? Que nombre más raro —afirmó arqueando una ceja.
— Si, es algo raro, pero será su nombre —dije riendo.
Me encontraba sentada en mi cama, con el nuevo Steve acostado en mi regazo, terminando de leer un interesante libro que me había regalado un amigo. Cuando escucho que Steve le ladra a algo, era el viejo Steve, ya no lo llamaré así, no se merece ni ser nombrado. Se había reducido tanto, ya no le reconocía, era del tamaño de una pequeña taza de café, escuálido y patético. Al parecer Steve sentía la presencia del ente y siguió ladrando hasta que se esfumó; reí a carcajadas como nunca lo había hecho, le acaricié el lomo a mi perrito y seguí leyendo. Esa cosa no volvería a molestarme, nunca más.
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Steve y yo.
Short StoryLa historia de un intento suicida. Él apareció sin más y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para que ella, acabe con su vida... ¿Alguna vez has sentido que ya nada importa? ¿Has querido que todo termine? Ese cruel sentimiento de inutilidad...