I. Azul.

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Laboratorio Experimental de Washington D.C. La Tierra, año veintitrés después del Impacto.

Ya no es lo mismo. El lugar parece diferente. ¿Porqué siento frío?

¿En donde estoy? ¿Porque estoy cubierta de cables? Dicen que he despertado hace quince días, pero yo no lo recuerdo,¿ porqué? ¿Qué son esas imágenes, porqué las estoy viendo, porqué? Parece un sueño...

Un hombre, el mismo que parece observarme desde que tengo razón, se coloca ante mi. Creo haberlo visto, lo conozco, estoy segura.

-Hola Cadja -dice el hombre.

-¿Cadja? -pregunto.

-Sí, ese es tu nombre -su voz es cálida.

Mi nombre...

-¿Quien eres tú? -pregunto.

-Mi nombre es Edward Stone, soy tu padre. Tu creador.

Mi padre...

-¿Quien soy yo...?

-Eres una androide, la primera en el mundo con tus cualidades.

Una androide.

-¿En donde estoy?¿porqué estoy aquí...

-Paciencia, por ahora puedo decirte que estás en mi laboratorio, el lugar en donde naciste. Bienvenida al mundo, Cadja.

Este mundo... El mundo en que estoy ahora. Aquí es donde comienza mi vida.

-¿En donde está él?

Mi primer pensamiento. No lo veo, y quiero saber donde se encuentra. Quiero que esté aquí, junto a mi.

-No te preocupes- dice el hombre-, Ian está por llegar.

Ian. Ese era su nombre.

***

Quince días habían pasado desde que había conseguido, oportunamente, iniciarse como aprendiz del Dr. Stone en biomecánica. Aún le era increíble pensar en ello, pues lo cierto era que jamás se habría imaginado terminar estudiando con alguien como Stone, y mucho menos así de rápido.

Y todo gracias al inesperado despertar de la chica androide, Cadja.

Giró el manubrio, y tomo la pista derecha. Debía salir en la próxima desviación. Luego de manejar al rededor de veinte minutos, llegó al laboratorio. Aparcó el vehículo y se dirigió hacia el edificio de experimentación.

Tenía que admitir que estaba algo nervioso, no sabía muy bien el porqué, pero no dejaba de sentir un nudo en el estómago. Desde aquel día no había podido dejar de pensar en ella, y en esos profundos ojos azules. En su mente se mantenía la imagen del preciso instante en que había despertado, el instante cuando ella le había mirado fijamente.
En primera instancia había considerado la coincidencia, pero ¿era si quiera posible?
En ese momento había percibido vívidamente el calor de ella, no tenía sentido pero no se explicaba que mas hubiese podido ser. Era como si ella lo hubiese estado tocando, sin la presente pared de cristal; además su rostro se le hacía similar, no recordaba bien, pero no estaba equivocado. "Y más una mirada como la de Cadja, penetrante y fija, sería imposible de olvidar. Entonces, ¿porqué?".

Se detuvo ante la puerta de aquella vez, la que literalmente había abierto un nuevo espiral en su vida. La que había significado el extraño y radical cambio.
-Estaba esperándote- oyó decir en cuanto entró en la habitación.
-Buenos días, Dr. Stone- saludó cortésmente Ian.
-Madrugada, querrás decir- lo corrigió el científico-. Aún no amanece- el tono de su voz era expectante y complacido, propio de quien sabe logrado un proyecto importante en su vida. Y en su caso el de Cadja. Finalmente había podido dormir en paz aquella noche sabiendo que todos esos años de constante experimentación habían dado resultado-. En fin, no perdamos más tiempo. Alguien te espera y está deseosa de verte- dijo evocando una sonrisa, que acentuó las lineas de la vejes en su rostro. Él parecía joven, a simple vista; buen porte, impecable apariencia e incluso parecía conservar su forma, pero al hacer cualquier mueca con su rostro, los marcados pliegues de sus ojos delataban la edad. Para la mayoría de la gente era un misterio saber cuantos años tenía.
Ian sintió como el nudo se forzó más dentro de él y le obligo a tomar un profundo respiro. Stone lo notó, pero no dijo nada.
La habitación, al parecer, estaba dividida en dos, unidas por un largo pasillo poco iluminado. Aquel día no había tenido la oportunidad de explorarla, pues el acontecimiento repentino dejó de lado cualquier actividad extra. Incluso después de que ella despertara, le pidieron a todos los estudiantes que por favor abandonaran las instalaciones, pues el código de ese tipo de experimentación, requería restricciones.
Al entrar en la sala anexa, pudo observar una cantidad de maquinarias e instrumentos tan exóticos como lo era el individuo- si es que podía llamársele así- que custodiaban.
Fueron tan solo unos instantes, pero antes de entrar percibió su presencia, y en cuanto la vio, nuevamente sus ojos le dejaron sin aliento.
Era la misma. Ella le sonreía tiernamente, y eso no podía dejar de provocarle cierta... satisfacción.
-Ian- la oyó decir. su voz era suave, como la de una niña pequeña.
Sí, era la misma chica.
Androide, se corrigió así mismo, ella no era humana. Él se acercó. La curiosidad que ella le producía era inquietante.
Algunos cables seguían conectados a su cuerpo y conducían a una gran máquina que constantemente mostraba análisis de sus signos vitales... Si es que se podían llamar así.
-Hola.
Sus ojos parecieron ondular dentro de si mismos, creando un efecto mecánico, como si ella estuviese archivando ese instante en su memoria artificial.
Observó cuidadosamente su rostro y luego su cuerpo, el cual seguía siendo enfundado por una segunda piel. "Si no fuera posible distinguir aquellas constantes lineas negras que parecían cortar su cuerpo, cualquiera podría decir que se trataba de una humana común y corriente.
Observó su cabello, índigo como el mar por la noche, largo y liso caía sobre sus hombros y su espalda como una cascada de aguas negras.
Como un impulso innato levanto una mano, tal y como aquel día en que por primera vez la había visto; y como si fuesen uno solo, la androide encontró con sus dedos la palma del muchacho, y los deslizó suavemente por su piel hasta que las entrelazó.

Sin embargo, y a pesar de que en las mentes ajenas provocó un impacto de sorpresa, a él no le pareció si no, como si se tratara de un reencuentro. De dos almas que se añoran, como dos... amantes.
Volvió en sí, y la muchacha se levantó. Sus movimientos eran tan fluidos como los de un ser humano.
Sintió como de pronto una pesada mano le sujetaba el hombro.
-Es increíble, ¿verdad?- era el Dr. Stone, quien contemplaba orgulloso a su más grande creación.
Ian solo asintió, ya que no estaba seguro de que cualquier palabra pudiese describir lo que sentía. Y una frase bien meditada en estas circunstancias tomaría tiempo en formularse.
-Ven, necesitamos hablar - le dijo apretando la piel bajo sus dedos.
Se tardó un instante. Lo cierto era que no quería soltarle.
La muchacha artificial solo le contempló mientras se alejaba.
Edward Stone le hizo pasar a su oficina, una sala amplia y organizada de manera meticulosa y sin demasiados colores.
- Puedes dejar tus cosas aquí- dijo el doctor, indicando una pequeña mesita situada al costado de un sofá individual.
El muchacho hizo caso, y dejó sus pertenencias sobre aquella superficie lustrosa de madera, mientras que Stone le ofrecía una taza de café.
"¿Será que yo también me volveré un partidario de las abundantes dosis de cafe del día a día, en cuanto me vuelva uno de ellos?" se preguntó. Ian jamás había sido un gran fan de disfrutar una taza de café como quien saborea una taza de chocolate caliente, pero notaba como, para la gente que trabajaba de manera ardua, era un compañero formidable.
Se acercó al escritorio, con la curiosidad inocente, observando algunos detalles de aquel lugar. Habían lapiceros, plumas, un ordenador de pantalla tan fina como una hoja de papel; y en un costado unos marcos de fotos. Tomó uno, queriendo saber de qué se trataba, y cuando recorrió la imagen con la mirada no pudo creer lo que veía.

La chica de la fotografía era idéntica a la Androide... E Ian reconicía esos rasgos.

Beating HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora