I: E L A T A Q U E.

5 0 0
                                    

Octubre, 17.

Dos semanas antes.

La castaña agitaba sus caderas mientras batía una cucharilla en una pequeña taza de café, al compás de la música, dejaba sus miedos atrás, intentaba relajarse con un poco de café y melodías, el mejor remedio para personas comunes.

Aunque ella no era una chica común, todo lo contrario, no había alguien más extraordinario que ella, y no solo por su belleza y carisma. Ella, la menor de tres hermanos, los últimos de su dinastía —los retazos que quedaban de su familia— poseía un poder inimaginable. Thais Loughty tenía el poder de hacer lo que quisiese y más, fue la última en conocer la gran cualidad que tenía sobre sus hombros, sin embargo, lo que comenzó por una pequeña chispa, terminó con una explosión de alcances inimaginables. Ella solo tenía que pensar en hacer algo y ajecutarlo con su mente, sin embargo, por más increíble que sonara, la castaña no lo había dominado por completo.

Esos días su barra de estrés se encontraba a punto de explotar por tantas responsabilidades, Thalia, la mayor de sus hermanos se había ausentado junto a su hermano Theo, dejándola al mando del centro de refugiados, lo cual significaba no sólo estar al pendiente de todas las personas allí, si no también de los enemigos de afuera, que no perdían ni un segundo para atacar.

No era cualquier centro de refugiados, era un hogar para esas personas con poderes extraordinarios, esos que no podían mostrarse ante el mundo por miedo, no solo a esas personas que no poseen los mismos dotes, también a esas que sí tienen esa capacidad, pero prefieren utilizarla para su propio beneficio, aunque tengan que arrebatar la vida de otros.

Le dió un sorbo a su taza de café, notando una temperatura no agradable para su gusto; frío. Colocó la taza en la mesa de cemento, alejándose unos centímetros y preparándose para cambiar, de nuevo, algo que no le agradaba. Alzó su mano y entrecerró sus ojos para llamar a la concentración, eligió una opción, una temperatura deseada y lo ejecutó. El café que yacía dentro de la taza comenzó a calentarse poco a poco, dejando el vapor caliente a la vista.

Thais, con una sonrisa de satisfacción y victoria se dejó llevar. La taza comenzó a temblar, gracias a la presión ejercida por la chica, sin que pudiera detenerse a tiempo, la pequeña porcelana explotó en miles de pedazos que volaron al aire.

—Demonios —reprochó, apretando los puños.

Detrás de ella, una risa burlista se escuchó, haciendo que volteara de inmediato.

—¿De nuevo usando tus poderes para cosas insignificantes? —Kyllian dejó salir su burla.

Thais no esperó más, le mostró su dedo medio, mientras que dejaba escapar un resoplido de queja ante su situación.

—Para que veas que sí te quiero, arreglaré todo este desastre por ti —se plantó frente a ella.

Con un ágil movimiento de manos, la cocina había quedado reluciente. Los trozos de vidrio estaban en el cesto de basura, el café derramado ya no yacía ni en un rincón del lugar.

—No vale si usas tus poderes —se negó—. Tus reglas, no mías.

El más jóven de la dinastía Dankworth, cuyo poder fue el primero en descubrirse ante el mundo, rodó los ojos. El poseía la habilidad de mover cosas usando su mente, algo que le llevó años perfeccionar, pero con suerte, lo logró mucho antes —y cabe decir que con más satisfactorios resultados— que sus hermanos.

—Vamos, Thais, que te encantan romper mis reglas —comenzó a acercarse.

—Y te encanta que lo haga.

Elementos Fantásticos. [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora