Esa llamada

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Hoseok Pov

Yoongi, un compañero de colegio, solía venir a casa a estudiar piano después de sus horas de trabajo. En su casa, no había piano, no tenia dinero para comprarlo, ni lugar para ponerlo  si lo hubiera comprado. Era casi siempre al final de la tarde cuando venía, tomaba un vaso de agua helada, picoteaba alguna fruta del centro de mesa y se sentaba al piano. Le pedíamos que atendiera el teléfono, si estábamos ocupados en algo importante o si teníamos que salir; así fue como un día, en lugar de estudiar piano, se puso a hablar por teléfono.

Las conversaciones duraban cada vez más tiempo y las posturas de Yoongi eran cada vez más cómodas. Primero de pie, después sentado en una silla, después sentado en el suelo, después arrodillado, después acostado en el piso.
¿Con quién hablas?—yo le preguntaba, de puro celos.
No sé. Una voz de hombre—contestaba, y al ver mi asombro—no sé quién es, créeme; ni sé cómo se llama. No lo conozco.
Te felicito—le dije—. Pierdes el tiempo.

Un mes duraron las misteriosas conversaciones telefónicas y, un día, antes de irse a su casa, me llamó y me dijo:
Tengo que pedirte un favor. El hombre del teléfono me citó en una confitería. El enigma va a estar vestido de blanco, llevará un libro en la mano, una hojita de hiebra en la solapa y un perro. ¿Irías a ver cómo es? ¡Tengo miedo que sea un gordo o un viejo enano!.
¿Y qué tengo que decirle?—pregunté con inquietud.
Sea como sea.
¿Y si es gordo y viejo?
Que estoy tuberculoso y me muero.
¿Si es una enano?.
Que soy muy alto para él—dijo riendo—. O que soy loco. Podrías pedirle una fotografía.
¿Si es bonito? ¿Acaso conozco tus gustos?
—Si es bonito, le das una cita en un cinematógrafo para el día siguiente y le decís que no puedo ir por razones de trabajo. Primeramente le pedís una fotografía.
Trataré de conseguirla. Dame una tuya.
—Muy buena idea—contestó, satisfecho—. Es la única solución.

Buscó ese día entre sus papeles una fotografía y me la dio. La guardé en un cajón. Al día siguiente, me vestí de mala gana por la tarde al salir. No tenía curiosidad de conocer al hombre del teléfono. Perder el tiempo me causa horror;  pero mi cariño por Yoongi es tan grande que, dificilmente, le rehuso por carilo. Caminé dos cuadras antes de adverti que había olvidado la fotografía. Volví a casa y busqué en un cajón. Tuve que llevarme un sobre lleno de fotografías para buscar en el camino la de Yoongi, pues había quedado mezclada entre las otras.

Llegué a la confitería El Tren Mixto, frente Constitución, a la hora convenida. Me detuve en la puerta de entrada mirando sin ver a la gente que estaba sentada frente a las mesas.
Yoongi me había dicho que el hombre estaría en la cuarta o quinta mesa del lado de la entrada, hacia la derecha, con el perro llamado Coqueto a sus pies. Lo busqué y lo vi muy pronto, pero no era rubio, como se había descripto a si mismo (según Yoongi dijo), sino más bien moreno, con el pelo renegrido.

Me acerqué. Intimidado, tropecé con una silla. Me dijo:—Siéntese.
Me senté sin decir una palabra.
En los primeros momentos, uno no sabe cómo empezar—me dijo, quitandose la chaqueta—. Comprendo su turbación, es natural.
Yoongi me pidió que le dijera que no pudo venir porque está enfermo. Lo lamenta mucho. Le manda estos jazmines.
Le di el ramo envuelto en papel manteca. Aspiró el perfume de las flores.—No me gustan los desencuentros—dijo—. No son de buen augurio. Del primer instante de una relación, dependen de todos los demás. Por eso, esta circunstacia no me parece favorable.¿Es supersticioso?.
—Muy, más de lo que usted puede suponer.—No creo que en este caso tenga que serlo—le respondí—.Este o cualquier otro es lo mismo—me dijo—Yoongi quisiera tener una fotografía suya. Como un favor, se la manda a pedir.
Tengo pocas fotografías buenas. Tal vez se desilucionaría si ve alguna.—Aquí le manda la de él.
Saqué de mi bolsillo por error la fotografía de Kim Seok Jin, el librero, y se la di. Ella la miró y la miró distraídamente.
No se puede saber como es una persona por una fotografía, si no la conocemos. Cuando conozca a Yoongi, esta fotografía revelará muchos misterios de su personalidad que aún no conozco. Sólo conozco su voz, me perturba.
A partir de este momento la fotografía le sirvió de abanico.—¿Quiere tomar algo?—me preguntó bruscamente—. ¿Té, un helado, una taza de chocolate?
—¿Yo? Siempre tomo té. Es mi bebida predilecta.A mi me encanta el té de la tarde —exclamaba de vez en cuando—. Prefiero quedarme sin comer a cualquier hora del día.

Cuando estábamos por terminar la última tostada, llamó al mozo, pagó y me pidió que lo llevara hasta la salida. Tuve la sensación de acompañar a un paralítico, porque no se desprendía de mi brazo. Me pidió, además, que llamara un taxi. En cuanto subió al taxi, me dijo antes de despedirse:—Dígale a Yoongi que lo llamaré mañana¿Y la fotografía?—le pregunté. Buscó su billetera.
Aquí tengo una de la cédula. Parezco un criminal—me dijo, dandome la fotografía, al decirme adiós.

Cuando volví a casa, Yoongi me esperaba. El relato de mi encuentro con Jimin no lo dejó satisfecho. No me atreví a decirle que el hombre parecía paralítico y que, en vez del pelo rubio, tenía pelo negro, pero le di la fotografía. Durante un buen rato, quedó mirándola, tapándose primero la boca para poder verle los ojos y la nariz, luego tapandole los ojos y la nariz para mirarle solo la boca.

Los días pasaron. Yoongi esperaba en el teléfono, Pero Jimin no llamaba.
¡Qué le habrás dicho!—protestaba Yoongi.
Lo que me dijiste, ni más ni menos.
—Es tan raro que no llame.
—¿Por qué no lo llamas tú?
—No me dio su número. Si no me llama, no tendré la oportunidad de verlo nunca, nunca más. ¿Te das cuenta?
Yoongi llegó a llorar amargamente.
Jimin volverá a llamar—le decía a Yoongi, deseando que no llamara.
Y Jimin volvió a llamar. Inmediatamente, Yoongi quedó en verlo y lo citó en un cinematográfico, pero él no aceptó y quiso verlo en la confitería de la otra vez. Supuse que esa entrevista sería el fin de su amistad con Yoongi, puesto que él se enteraría de la fotografía del librero, que por error yo le había dado a Jimin; no fue así. El curso de los acontecimientos fue inespedado. Cuando volvió de la cita, Yoongi me dijo consternado:
Me mandó una emisaria, pretextando un dolor de cabeza. Ese hombre me volverá loco.
—¿Quién era la emisaria?
Una amiga de él, para desesperarme. Nada más para desesperarme. Ahora sí que estoy enamorado.
Jimin  y Yoongi tardaron mucho en encontrarse. Siempre sucedía algún inconveniente por el que alguno de los dos no acudía a la cita. Presentían tal vez, un desenlace trágico.
Al fin, se dieron cita en la confitería El Tren Mixto. Acudieron trémulos de impaciencia y de amor. Coqueto debajo de la mesa, les lamía los pies.


Yoongi Pov

Después de hablar de mil cosas, que por teléfonos se no se puede hablar. Jimin, antes de despedirse, sacó amorosamente de su cartera, la fotografía de Seok Jin, que había encuadrado en un marquito de cuero, y la besó.
No me separo de tu foto—exclamó señalandole la fotografía. Yoongi no supo si reír o llorar. En el primer momento, creyó que era una broma.
Todo esto me lo contó en el paroxismo de la desesperación. ¿No lo ha visto más? ¿No pudo soportar ese engali, ni esa cara de Kim Seok Jin, besado, en una fotografía, por Hoseok? ¿Se preguntó Yoongi si fue por distracción o por cinismo, que sacó de la cartera esa fotografía? No me atreví a decirle nada. Quise confesarle mi error, pero no volví a verlo,porque se había mudado de casa y no dejó su dirección.

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