Prólogo

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Cada vez que me pongo a recordar se adelanta un latido. Y otro. La chica a mi lado mirándome fijamente. Yo le entrego mi mano y ella la sostiene segura. Con tanta fuerza que olvida todo lo demás. Sus ojos clavados en mí, sus palabras en mis oídos. Y yo me acerco y la envuelvo entre mis brazos.

«No me dejes, Félix. Jamás», me susurra. Su voz temblorosa. Y siento el impulso de gritarlo, jurarlo y perjurarlo hasta quedarme sin voz para dejárselo claro, aunque al afianzar el agarre y asentir con la cabeza supe que lo haría de todas formas.

Y en aquel instante, una única melodía se creó.  

Enero, 1.

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