Sinceramente no esperaba que a tantos años de haber llegado a ésta casa se me interpusiera una situación así. Una cosa tan increíble como cierta.
Era un simple e insulso día de otoño. Las hojas bajaban de manera desprolija desde sus pedestales en los árboles para reposar en el despeinado césped del patio trasero. El frío estaba empezando a llegar durante esos días y yo me limitaba a observar por mi ventana todos estos actos, que las hojas hacían. Por un momento pensé que las hojas bailaban, pensé que caían con tanto movimientos que el viento minuciosamente había planeado durante mucho tiempo. LLegué a pensar que las hojas bailaban para mi deleite. Deleite cual nunca vieron reflejado en mi pálido rostro.
Ni un alma estaba acechando mi casa, sólo la mía. Cuando me harté de ver las hojas caer con delicadeza y descoordinación, me levanté de mi asiento en donde reposaba cada mañana que me levantaba sólo para volver a caminar por la casa vacía. Dando pasos lentos, temerosos, tristes pasos que daba cada vez que recordaba los días felices que habían pasado. Caminé habitación por habitación para ver si encontraba algo que me trajera algún buen recuerdo de esos días.
Fue entonces cuando me dí cuenta, de que verdaderamente mi vida no había sido nada triste hasta ahora. Nunca antes me había puesto a caminar de manera tan lenta y pesada. De esa forma tan melancólica.
Pero en ese momento algo me perturbó. Un chasquido, una luz y otro chasquido más fuerte que el anterior. Me sujeté a mi misma la mano y me volví a la puerta de madera del baño. No fue esa puerta la que se abrió. Entonces dí una vuelta sobre el lugar, buscando de dónde salieron esos chasquidos y esa luz que se apagó tan rápidamente. Caminé, con mis pies descalzos, con pasos miedosos y débiles. Mientras llegaba al final del pasillo y una sensación de inseguridad e incertidumbre de lo que podría llegar a estar ahí se apoderaba de mi espina dorsal, pude ver con claridad. Un joven, de espaldas a mí, mirando por la ventana, disfrutando del paisaje que el aburrido (y lleno de hojas) patio trasero le otorgaba.
Me sentí extraña, no comprendía nada en lo absoluto. El joven pareció no notar mi presencia, por lo que me acerqué a él. Mi manos temblaban por el simple hecho de pensar en lo que podría pasar si el visitante no era benévolo. Sólo toqué su hombro, y él tembló. Como si un escalofrío corriera por su piel. Luego de su temblor, se giró lentamente hacia mí. Un joven, de bello rostro y sonrisa perfecta me estaba mirando. Pero en su mirada tan hermosa, se mostraba un vacío. Como si en realidad no mirara a nadie o como si mirara a la nada de la sala.
Mi mente hizo *click*. Me congelé. Me paralice. No supe qué hacer. Sólo, me quedé estancada en el camino del joven que me miraba de manera tan vaga y hueca. Él, se volvió a la ventana. Yo, me quede atonita. Nunca ningún hombre desconocido que hubiera entrado a mí casa sin previo aviso me miró así. Tampoco nunca me habían hecho sentir así. Mi corazón parecía estar bailando como las hojas que caían de los árboles. Mi respiración parecía el brusco viento que movía a las hojas. Mi piel, erizada, parecía el despeinado césped que en mi patio reposaba. Este chico, me tomó por sorpresa.
Y me sentí como en esos días felices. Esos días en donde mi vida dejaba de tener tanto gris y tenía los colores del otoño. Naranja, amarillo, rojo, marrón. Todos los colores se convirtieron a mi vida, de nuevo. Pero a pesar de ser tan feliz de nuevo, recordé. Recordé por qué se habían ido los días felices de los que tengo tan buenos recuerdos. Recordé cuando todavía mi corazón palpitaba y mis ojos brillaban a la luz de cualquier sol o cualquier luna. Cuando aún podía sentir el viento que manejaba a las hojas cayendo. Cuando aún mi piel sentía el césped despeinado.Cuando mi alma no rondaba estos pasillos sola, cuando estaba atrapada. Cuando siquiera podía respirar y moverme libre. Cuando era feliz y no lo sabía.
En ese momento, me di cuenta de que, no sólo, el extraño que visitó mi casa me había cautivado tanto como para enamorarme a primera vista. Sino que, también me recordó que nunca podría él, fijarse en mí. Que nunca podría verme. Que nunca, pero nunca podría amarme. Que nunca me podría ver a los ojos. Porque después de todo, los días felices, fueron los días en los que verdaderamente podía sentir cualquier cosa.
YOU ARE READING
Descargos.
Non-FictionEscritura espontanea y casual. La inspiración suele ser fugaz.